En un pequeño apartamento de Ciudad Vieja, Adel Bin Muhammad El Ouerghi, un tunecino de 50 años que llegó al país como refugiado luego de ser liberado de la cárcel de Guantánamo, esperaba la llegada de su prometida. Todo estaba pronto para la ceremonia religiosa, sin globos ni adornos especiales. Un pequeño y acogedor living pronto para ser estrenado, no solo como escenario del rito, sino también como el hogar en el que la pareja comenzará su vida juntos.
Adel estaba ansioso pero lo disimulaba mirando el celular que tenía en su mano hasta que sonó el timbre. Samira, una uruguaya de 24 años cuyo nombre real es Roma Blanco, entró al lugar radiante. Vestía una túnica de color fucsia con detalles en dorado y un turbante bordó sobre su cabeza. No dejaba de sonreír. Saludó a las mujeres con un beso y un abrazo y se paró en el extremo opuesto al de su marido, sin decirle nada. Con ella llegó su hijo Mohammed de cinco años que era el más tranquilo de todos. Tan así que se puso a jugar en la sala con pequeños juguetes de plástico, sin dar importancia a lo que sucedía a su entorno.
Samira miró el apartamento y chequeó que todo estuviera en orden. Dijo que le gustaba mucho, que el día anterior había recibido los sillones y ya había comprado todo lo necesario.
Los invitados fueron llegando al lugar en los minutos siguientes. Cada vez que sonaba el timbre, la novia bajaba cinco pisos para recibir a los invitados hasta que, con un español básico y gestos con las manos, Adel le indicó que dejara de hacerlo y buscara un remplazo.
Una de las mujeres que acompañaba al novio desde el comienzo, contó a la madre de Samira que Adel estaba preocupado porque su prometida decidiera no asistir. La suegra sonrió a carcajadas ante el comentario. Ella estaba incluso más feliz que Samira. "Si Alá los une por algo es", dijo.
Para las mujeres era requisito usar ropa holgada y turbantes que cubrieran cabeza y cuello. Todas cumplieron, a pesar de que no todas pertenecían al islam, de que hacía un calor insoportable y de que se sentían extrañas. "No me acostumbro", dijo la tía a Samira. Esta les sonrió y dijo que era un esfuerzo para acompañarla en su día.
Paradas en círculo alrededor del living, unas diez personas esperaban el inicio sin conversar mucho. Mujeres y hombres en lados opuestos de la habitación. Fue entonces cuando llegaron los dos ministros para celebrar la boda, usando túnicas blancas y gorros. Samira había elegido a su madre para que fuera testigo de la boda, pero el ministro le pidió que fuera hombre. La novia eligió entonces a su primo pero tuvo que volver a cambiarlo porque este no era musulmán.
Los ministros tomaron lugar en los sillones y comenzaron con la lectura del Corán. Más que lectura, lo que salía de la boca del jeque era un canto árabe armonioso que todos escuchaban con atención. Al terminar, hizo que Adel y el testigo de Samira se tomaran de las manos, colocó un manto blanco sobre estas y les indicó que recitaran algunas palabras en árabe como una especie de juramento.
Luego de eso, solo quedaron formalidades. El jeque pidió las cédulas a los novios y anotó los datos personales de cada uno de ellos y sus testigos en un papel que certificaba la unión religiosa. Para culminar, los novios se colocaron las alianzas que llevaban grabados en árabe sus nombres y la fecha de matrimonio. En ese momento, Adel hizo gesto a su cuñada con la mano para que trajera su celular y tomara un foto.
Todo el ritual no duró más de cinco minutos. No hubo beso entre los recién casados ni aplausos del público.
Al terminar, Adel se sentó junto a los otros tres refugiados de Guantánamo que llegaron pasada la ceremonia. Mientras, Samira mostraba a las mujeres el resto de su apartamento. "Poné música" le dijo a su hermana mientras le entregaba un equipo de audio. La chica lo enchufó pero no llegó a encenderlo porque su cuñado le prohibió hacerlo sin darle motivo. Posiblemente fuera para continuar con el clima ceremonioso, donde la música, los aplausos, los llantos o las risas desentonan. Donde el amor no se festeja de otro modo que no sea desde la mesura.
El sirio Abd Hadi Omar Mahmoud Faraj contraerá matrimonio con la uruguaya Irina Posadas, cuyo nombre árabe es Fátima. Fuentes dijeron a El Observador que la ceremonia será la próxima semana.
El Código Civil Uruguayo establece que el matrimonio civil es obligatorio y único legítimo en el país. Pero además, el artículo 84 determina que ningún ministro religioso podrá celebrar el matrimonio sin que antes la pareja haya constatado la unión de manera civil. En caso de que el ministro no cumpla con esto, deberá cumplir una pena de seis meses en prisión y un año si reincide. Hasta el momento, ninguno de los refugiados contrajo matrimonio civil. Samira dijo a El Observador que la pareja constatará la unión por el registro la próxima semana.
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