Antes de leer esta columna tenga en cuenta el lector que la misma está escrita desde la indignación como hombre parido por una mujer, que tiene 3 hermanas del sexo femenino y 3 hijas mujeres de 14 y 8 años y una beba de 18 meses.
Indignación por el caso de los cuatro abusadores veinteañeros de Punta del Diablo -eso es lo que son- que manosearon a una joven mujer y amenazaron con difundir por internet el video del acto que grabaron con sus teléfonos inteligentes. Y que, desgraciadamente, aún no incorporaron eso a su raciocinio.
De los cuatro hombres, tres fueron procesados por “atentado violento al pudor”, pero como ese delito es excarcelable y eran primarios, la Justicia los dejó libres. En cambio, al cuarto agresor lo tuvo tres días recluidos en una chacra de Rocha ya que tenía un antecedente penal por “lesiones” producto de una riña callejera. Como el período de vigilancia por esa causa había vencido el 14 de febrero de 2014, el delito quedó extinguido y su abogado defensor, Angel Ferráz, logró que el joven recuperara la libertad.
Ferráz, padre de 2 hijas mujeres y 3 nietas y a quien conozco personalmente desde hace largos años gracias a la amistad que tengo con su hija menor, me hizo un comentario que puede servir de ayuda para aquellos que a través de las redes sociales condenaron el fallo judicial y desataron su ira con tanta libertad e impunidad como permiten los Facebook, Twitter o Whatsapp.
Ferraz me dijo esto: “No he defendido ni voy a defender nunca a un violador pero yo no puedo cambiar las leyes y la justicia. Para eso están los políticos en el Parlamento”.
Dicho esto: si un neomacho de la era de los teléfonos inteligentes osa abusar de una de mis hijas u otra mujer de mi familia, seguramente mi primera reacción sería ir en su búsqueda y hacer justicia por mano propia. Sería una reacción lógica, provocada por la ira. El otro camino posible es radicar la denuncia policial, que la Justicia intervenga y acatar el fallo aunque me parezca una injusticia.
Y es que es así: en las democracias, donde rige el estado de derecho, la Justicia independiente delimita la delgada línea que divide la convivencia pacífica de la barbarie. Y todo esto seguirá siendo así, salvo que la humanidad acepte que las normas empiecen a dictarse por teléfonos inteligentes, cosa que, por suerte, no creo que esté cercana.
Aunque la bronca me de ganas de gritar el smartphone que los parió.
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