Opinión > Análisis / Miguel Arregui

La nave de los locos

El nuevo presidente de Brasil, Michel Temer, va de ajuste en ajuste, pero en el proceso bien puede perder hasta su puesto
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17 de diciembre de 2016 a las 05:00

Michel Temer, presidente de Brasil tras la destitución de Dilma Rousseff en agosto, representa uno de los estereotipos básicos de la oligarquía política de su país: anciano recubierto de cirugías, con esposa demasiado joven, vida lujosa de dudoso gusto, ansias de poder y figuración y ahora, aparentemente, también corrupto.

La "delación del fin del mundo", lo que cuentan los ejecutivos de la gran constructora Odebrecht a cambio de que les reduzcan las penas, hace tambalear a la clase política brasileña, de izquierda a derecha, incluido su petrificado presidente, quien en 2014 habría pedido una "contribución" de US$ 3 millones.

Desde siempre la obra pública de Brasil fue una forma de saquear el Estado y a los ciudadanos para crear nuevos ricos y financiar campañas electorales. Pero un juez de Curitiba, Sergio Moro, comenzó a investigar lo que parecía un delito común, tiró con determinación de la punta del ovillo y ahora está llegando a la cima.

Michel Temer fue un solícito vicepresidente y aliado de Dilma Rousseff, la sustituta en el gobierno del muy popular Luiz Inácio Lula da Silva, presidente entre 2003 y 2011. Tras el fracaso económico del ciclo del Partido de los Trabajadores (PT), que se fue a pique con la caída de los precios internacionales de las materias primas, Temer se puso al frente de la rebelión de opositores y antiguos aliados de la presidenta. Rousseff fue sometida a juicio político y destituida en agosto de este año. Temer es ahora un presidente impopular, legal pero sin la legitimidad moral que dan las elecciones, y capitanea un barco que flota mal. Su misión histórica, ha dicho, consiste en sanear las finanzas de Brasil, que sufre la peor recesión en un siglo.

La ofensiva se inició con una enmienda constitucional, que el Senado ya aprobó, que permite congelar el gasto público por 20 años. El gasto cada vez mayor y sin financiamiento está haciendo trepar peligrosamente la deuda pública. Pero la conducta de los congresistas se asemeja más a la de una banda de ladrones y conspiradores que a la de estadistas conscientes. La masa, descreída, duerme entre el televisor y los papelitos de colores.

El próximo ajuste, que pretende ser igual de draconiano y rápido, apunta a la seguridad social. El sistema consume cada vez mayor parte del producto brasileño, pues fue concebido según las características demográficas de hace décadas, cuando la población era mucho más joven. Incluye sectores privilegiados, como políticos, militares y docentes, en detrimento de los trabajadores del sector privado. Pero la reforma, que es inevitable, otra vez provocará un gran enojo, sobre todo entre las personas de mediana edad o ya próximas al retiro.

Hay agujeros por doquier. Estados de primera importancia, como Río de Janeiro, Minas Gerais o Río Grande del Sur, están quebrados. No cumplen sus obras y pagan de a retazos a sus funcionarios y policías.

La bolsa de San Pablo, el fiel de la economía del país, creció a buen ritmo desde inicios de este año. Pero la persistencia de la recesión, la manifiesta impopularidad del gobierno, que ha perdido a varios ministros acusados de corrupción, y el imparable avance investigador de los jueces han reducido otra vez la inversión y la confianza de los empresarios, que temen el desgobierno y el caos.

La clase política reacciona. El Senado hizo retroceder al Supremo Tribunal Federal después que se pretendiera apartar al presidente de la cámara alta, Renán Calheiros, para someterlo a juicio por corruptelas varias. Y los diputados amenazan con una ley que permitiría acusar a los jueces por "abuso de autoridad".

Es improbable que se reúnan los votos en el Congreso para someter a Temer a juicio político, como desea la izquierda. Sin embargo, la base del presidente se achica día a día. Casi nadie desea pegarse a un cadáver político, y ya hay quienes dudan de que llegue al fin de su mandato en enero de 2019.

Las encuestas señalan que los principales candidatos para ganar las elecciones de 2018 son el incombustible Lula y Marina Silva, una mujer que viene de muy abajo y que pasó por el comunismo, el socialismo, el Partido de los Trabajadores, el ambientalismo, la Iglesia católica, el grupo evangélico Asambleas de Dios. Los conservadores aún no han armado su oferta. Es probable que el bloque que rodea a Temer intente sacar a Lula del juego, o que quede fuera por alguno de los múltiples juicios que se le siguen por la corrupción en la era del PT.

Brasil, que hace una década parecía la gran promesa de la humanidad, es ahora un caso vergonzante.

¿Qué brotará tras los terremotos? Hay hipótesis para todos los gustos, desde el golpismo a la restauración izquierdista. Otros creen que al fin, tras muchas vueltas, la inclemente persecución de los corruptos en el caso Lava Jato debería contribuir a mejorar la calidad de la democracia y a hacer de Brasil un país más justo.

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