Opinión > OPINIÓN/ A. DIEZ DE MEDINA

La ola bárbara

Las acciones y decisiones del gobierno embarcan al país en el tobogán de arrear con la prosperidad
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11 de junio de 2017 a las 05:00
Hace ya mucho que el país sabe que su vicepresidente es, en realidad, un trágico descarrilamiento. Lo que vio, por tanto por televisión el 8 de junio pasado apenas confirmó el hecho, nuevamente protagonizado por el funcionario que, pretendiendo desmentir una acusación, echara mano a argumentos infantiles, mendaces y zonzos, solo para confirmar en toda la línea las peores sospechas que sobre él recaen. Sendic debe, sin embargo, ser defendido.

Es cierto, en primer término, que la burda sensualidad con la que una persona de sus características se arroja sobre las prebendas públicas dista mucho de ser de su exclusiva cosecha: una investigación periodística realizada por el programa "Así nos va" de Radio Carve nos ha presentado la situación en el caso de otros directores de ANCAP, así como la de los de UTE, OSE, ANTEL y AFE, de todos los partidos. (¿A quién se le ocurre darle una tarjeta de crédito a un funcionario público? Al dueño, amo y beneficiario exclusivo de las entidades públicas: ¡el funcionario público!)

Como también es cierto que fue el partido político electoralmente más fuerte del país, y el presidente de la República por él elegido, quienes elevaron a Raúl Sendic a las primeras posiciones políticas. Y que, una vez expuesto en ellas como el susto intelectual que manifiestamente es, han optado por apuntalar con entusiasmo su menguante autoridad, haciendo suyos todos sus extravíos.

Raúl Sendic no debe, pues, ser convertido en chivo emisario. No sería justo para con él, ni lo sería para nosotros, que así pondríamos sobre su cabeza los males que, a la luz del día, le sigue inflingiendo a la República un régimen embarcado en el tobogán de arrear con toda prosperidad y asomo de decoro.
Hemos cerrado la semana preguntándonos qué diablos hace una compra de colchonería en una tarjeta corporativa de ANCAP, con lo que echamos, sin más, al olvido la penosa y mucho más relevante discusión parlamentaria en torno al proyecto de derogación del delito de abuso de funciones.

Y es que en ella, precisamente, testimoniamos la impudicia del sistema gobernante: el innoble aprovechamiento, por parte de miembros de la mismísima jauría que lo llevara a la muerte, del acoso de que fuera víctima Enrique Braga; el desparpajo inconstitucional de emplear normas generales a fin de resolver situaciones personales de capitostes frenteamplistas; la genética e inocultable disposición del oficialismo a condonar el delito y, por si no bastara, su despreciativa banalización del combate callejero que, con meras piedras y palos, libra el pueblo venezolano contra una dictadura despreciable. Es una pérdida para el país que no se difundan, a los cuatro vientos, las exposiciones de los senadores Rafael Michelini y Constanza Moreira, verdaderos compendios de miseria republicana.

Tampoco cerró la semana el país comentando la una vez más inconducente gira presidencial, esta vez a Europa y Egipto. Lejos de ello, padecimos el anuncio del regreso de un presidente que traía "acuerdos comerciales bajo el brazo". Que, claro, no trajo. Otra vez.

Tres pinceladas retratan este falaz capítulo: el anuncio entre bombos y platillos de la pronta habilitación de 18 frigoríficos a fin de exportar carne a Egipto una vez se completen los controles sanitarios (noticia que tiene ya, y por lo menos, dos años de antigüedad); el preparado desembarco en Uruguay de las restricciones que, bajo capa sanitaria, preparan la burocracia internacional y el gobierno contra la propiedad intelectual, libertad de expresión y libertad de comercio; el tuiteo, por parte de la Fundación para el Desarrollo de Políticas Sustentables, de una de las láminas empleadas por el presidente de la República en su presentación relacionada a la lucha contra el tabaco, en la que, estampada en pésimo inglés, se efectúa una comparación entre los ingresos brutos de la tabacalera Philip Morris y el PBI de países latinoamericanos ... ¡usando cifras para Uruguay de 2000, a los solos efectos de inducir al auditorio a una conclusión engañosa!

Apostilla de esta gira fue, sin duda, el otro accidente: el de enterarnos que tan luego el ministro de Trabajo bajo cuya guardia más empleos ha destruido el frenteamplismo se refirió, ante un auditorio de la OIT, a "la cultura y el futuro del trabajo", en relación a los cuales presentara tres recetas mágicas del gobierno que integra y tan ajeno es a los temas planteados: "una computadora por niño, promoción de pymes y acuerdos comerciales con cláusulas laborales y sociales".

Que las autoridades de la administración (cuyo recurso para abatir la inflación es el de mantener el tipo de cambio atrasado, empleando el creciente desempleo como forma de maquillar su engañosa defensa del salario real), así diagnostiquen la situación explica, sin más, el que Raúl Sendic y sus mistificaciones sean nuestra moneda de curso legal. ¿O no se condolió en nuestra cara el ministro de Economía por la herencia económica que recibiera de sus mismas manos?

Y este giro bárbaro dista de detenerse. Porque mientras el ministro de Trabajo creía deslumbrar a su auditorio en Ginebra, su director nacional de Trabajo anunciaba la última, vetusta, sordidez del frenteamplismo: gravar la incorporación de tecnología cuando ella afecte el empleo. Ya no hay en el mundo dos opiniones en torno a este tema, ni en el ámbito de la historia, ni en el de la economía.

La tecnología comprobadamente expande la base de tributación (aún asumiendo que ello sea bueno, ahora que sabemos que con ella se reparten tarjetas de crédito a párvulos financieros). Pero, más allá de ello, aumenta la eficiencia productiva, la productividad marginal del trabajo y, en el largo plazo, el ingreso real y nominal de salarios. Solo una criatura de la Baja Edad Media podría proponer, por ejemplo, la ejecución en la plaza pública de un telar, tal como hoy propone el comunista Juan Castillo el aguillotinamiento financiero de la tecnificación.

Bajo capa del progreso, pues, el frenteamplismo se apresta a cubrir los cielos del país con otra de sus torvas sombras: la de desestimular el empleo del capital, creyendo que con ello salva los puestos de trabajo que él mismo se empeña a diario en destruir.

Su triste esperanza, supongo, es que tal cerrazón haga más apetecibles las feudales "zonas económicas especiales" que ofrece por el mundo a UPM y otros, convertidas en burdas trampas de cazador, en las que el cebo se reduce a la promesa de aliviar el acoso sindical y tributario con el que ahoga al resto del país. Llama, a ello, una política de inversiones. Es, en realidad, una confesión. Y ni siquiera lo sabe.

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