El reciente comunicado de los nueve países de la región que se expidieron sobre los ataques a la ciudadanía y la democracia venezolanas es sencillamente vergonzoso. Siento la necesidad de calificarlo de esa manera no solamente en homenaje a la lucha solitaria del pueblo de Venezuela por su libertad y sus derechos, sino también en desagravio a mi inteligencia, ofendida gravemente por los gobiernos firmantes de esa pieza de hipocresía cómplice detestable. Para entender esta pusilánime muestra de pequeñez, es necesario analizar las razones profundas de los millonarios de la política que nos gobiernan en nuestros países.
Ideológicamente, es sabido que buena parte de los políticos, periodistas y comunicadores – y parte de la sociedad– fueron infectados fatalmente con el virus de la Teología de la Liberación, que tomara como estandarte el controvertido y precario obispo brasileño Hélder Câmara, y luego el arzobispo argentino Jorge Mario Bergoglio, mundialmente conocido hoy como papa Francisco, adalid en su momento de la línea continuadora de la Conferencia de Aparecida.
Esa línea religiosa cometió enormes errores conceptuales, el primero de ellos convencerse, y convencer a tanta gente, de que la pobreza era culpa de los ricos, que luego abrió paso a la idea de que redistribuyendo esa riqueza entre los pobres se solucionaba el problema, cosa que se ha demostrado hasta el cansancio que es falsa. El famoso y totalitario coeficiente de Gini, como ya explicamos.
Pero la Iglesia, acostumbrada a los dogmas de fe, ha transformado ese principio de culpa en una posverdad irrefutable, no muy diferente al materialismo dialéctico, a las técnicas goebbelianas, al relato kirchnerista, a los postulados de Gramsci que llevaron a la corrección política suicida y a la sensibilidad impostada de las sociedades que paraliza cualquier intento de pensamiento social serio. En esa misma línea se anota la tesis del garantismo y la falacia intelectual de considerar que los delincuentes son culpa de la propia sociedad que los expulsa, o que no le da las condiciones para integrarse. Esa filosofía ha condenado a varios países de la región a la inseguridad, la droga y al crimen organizado. Y peor, ha llevado a la propia Iglesia católica a estar en el mismo tren que el marxismo y la corrupción, algo que resulta incomprensible y que poco ayuda a lograr los objetivos que la propia Iglesia persigue.
Paralelamente, los políticos populistas de la región fueron fogoneando el concepto de la patria grande, otra mentira inviable que ni es factible, ni tiene posibilidad de serlo, ni hace falta que lo sea. Pero en esa épica, encontraron un aguantadero formidable. No solo para defenderse de golpes de Estado que supuestamente la terrible derecha cómplice de la Trilateral o los Protocolos de los Sabios de Sión desatarían, sino para construir una carísima estructura de Unasures, Parlasures, Mercosures y apoderarse de las siglas de la burocracia mundial, la OEA, la OIT, la CIDH, los organismos, las dependencias, las reparticiones y subreparticiones de la ONU que hoy obran como un sistema de complicidades para tapar el robo o la corrupción o simplemente para impedir cambios esenciales para el bienestar de la sociedad. A esto hay que agregar la firma de tratados supranacionales que nuestros países se apresuran a firmar para luego prestamente modificar sus constituciones para darles a esos tratados un estatus superior al de la propia Constitución, una barbaridad que ataca la soberanía de los pueblos más que ninguna imaginada seudoconspiración destituyente.
La expulsión de Paraguay del Mercosur y la tolerancia a Venezuela son ejemplos fáciles de estos asertos. Como lo es el caso de la OIT, que los sindicatos se apresuran a llamar en su ayuda como una voz inapelable cuando les conviene, para luego incumplir con todo caradurismo las resoluciones de esos entes cuando les juegan en contra. Cualquier parecido con la lamentable actitud del gobierno del Frente Amplio y el PIT-CNT ante las resoluciones de la OIT sobre toma de plantas, no es pura coincidencia. (No comentaré la actitud melindrosa de las entidades empresarias en este tema para no salirme de tema.)
La evolución de toda esta especie de murga ideológica, de defensa de los derechos humanos como fuente de negocios, de supuesto pensamiento bolivariano, de falsa solidaridad latinoamericana, de indigenismo, de populismo, de progresismo redistributivo de alta rentabilidad para los gobernantes, de complicidad en delitos económicos como los perpetrados entre Chávez, Argentina y otros gobiernos de la región es esta omertá a la que asistimos llenos de asombro. Habrá que pensar si acaso muchos temen ahora ser mandados al frente por Maduro o por Odebrecht. Por ejemplo, la empresa delincuente brasileña ha ofrecido a Argentina entregar el listado de todos sus funcionarios coimeados en los últimos años, como parte de un acuerdo transaccional. La respuesta de mi país fue: “No se dan las circunstancias en este momento”. I rest my case, diría un fiscal de Netflix.
No hablaré de las relaciones económicas de los demás políticos regionales con Venezuela. Mucho menos de Uruguay, porque como es sabido, en Uruguay no hay corrupción, ¿verdad?
Es también evidente que el papa apaña o tolera al dictador Maduro en este ataque contra la libertad, la democracia y los derechos humanos, que los pueblos repudian. Como apaña y tolera los graves delitos de Cristina Fernández de Kirchner y su banda. Y quien sabe qué otros apañados regionales, socios en aquella particular teología .
Esto lleva a otra reflexión de fondo, que ya hemos esbozado. La necesidad de que los países secundarios y con menos poderío y recursos económicos cuenten con una política de estado para sus relaciones exteriores y un servicio diplomático profesional y no ideologizado. Esta lamentable pieza de nadismo es una grave señal de incapacidad técnica y política. Los países guían sus relaciones internacionales en función de sus intereses, no de sus ideologías o sus miedos.
Nos, el verdadero pueblo de la patria grande, queremos ver libre a Venezuela de la tortura de la dictadura.
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