Un equipo deportivo es una extensión del propio cuerpo del fanático. No es una afectación odiosa cuando este usa la palabra “nosotros”, es una confusión literal de su cerebro entre lo que es “yo” y lo que es “el equipo”. En su inconsciente refleja los sentimientos, acciones e incluso las hormonas de los jugadores. Su autoestima se deriva del resultado del partido y de la imagen que de allí se desprende.
Esta confusión tiene sus beneficios. No solo se perciben los efectos en su autoestima, sino también en su orgullo, identidad y sentido de la pertenencia. Pero también hay una desventaja: las acciones del equipo son tomadas como propias. Cuando el equipo es acusado de trampas, el fanático siente el instinto de tener que explicarlo y racionalizarlo. Para el fanático empedernido, esto es un acto de autopreservación.
Al estudiar un partido de fútbol americano de 1951, un investigador descubrió que los fanáticos simplemente no podían aceptar lo que había pasado en la cancha. El juego había sido “duro”, decían siempre. Es que, en aquel encuentro, los deportistas estrella de ambos equipos se habían tenido que retirar por lesiones. Pero, ¿fue un partido justo? ¿Y quién “endureció” el juego? Depende del equipo que se siguiera.
En otro estudio que fue publicado en una revista especializada, este fenómeno encuentra una posible respuesta. Según los profesores de psicología Albert Hastorf y Hadley Cantril, el hecho podía enmarcarse en la teoría de la película Rashomon: nadie puede percibir nada de la misma manera debido a la niebla del campo.
Los hinchas de los deportes ven cosas de la misma manera en que los fanáticos ven las controversias políticas, culturales o científicas. Son intransigentes al momento de brindar evidencias y asignar culpas, ya sea que estén hablando de Barack Obama o el cambio climático.
Los equipos deportivos generan no solo una conexión entre jugadores y fanáticos, sino que también establecen vínculos que tienen que ver con las relaciones familiares, las preferencias de colores, los gustos estéticos e incluso con los valores morales.
Arthur Aaron, un psicólogo especialista en relaciones interpersonales, descubrió que al mostrarle a un fanático una foto de su jugador o de su equipo favorito, la respuesta es la misma que al ver una imagen de un ser querido.
Puede ser que los deportes no sean más que entretenimiento, pero para sus seguidores importan. Es completamente racional para un fanático defender su identidad de un ataque externo, así como es racional perdonar los comportamientos erróneos de su equipo.
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