Emmanuel Macron ya logró modificar drásticamente la anquilosada estructura política de Francia al asegurarse una aplastante mayoría parlamentaria en las elecciones completadas el domingo. Pero tiene por delante la ardua tarea de concretar la profunda reforma económica que ha prometido, incluyendo flexibilizar una rígida estructura laboral, cosa que intentó el presidente saliente François Hollande y fracasó por las resistencias sindicales.
Su objetivo es sacar al país de años de un estancamiento que recién empieza a revertirse con un modesto crecimiento del 1,4% previsto para este año. La desilusión ciudadana con los partidos tradicionales se tradujo en el estrepitoso desplome del Partido Socialista del inocuo Hollande y en la pobre votación del izquierdista Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon y del ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen. Solo se salvó en parte del cataclismo electoral el conservador Partido Republicano, aunque con disminuida fuerza en la Asamblea Nacional.
Resta ahora ver si el joven presidente de 39 años será capaz de superar el descreimiento pesimista de la gente en los últimos años, mediante el dinamismo reformista a que se ha comprometido. Se apoyará en la mayoría parlamentaria de su partido La República en Marcha, integrada en alrededor del 40% por diputados jóvenes y sin experiencia política previa. Incluyen desde profesionales en varias disciplinas hasta 11 granjeros, dos bomberos, un piloto militar y un peluquero. Sus metas principales son reducir el gasto público y reformar el sector laboral.
Entre otras medidas, proyecta atenuar la virtual inamovilidad en el empleo, los seguros de desempleo y las indemnizaciones por despido. Estos puntos actualmente inducen a las empresas a eludir contrataciones permanentes de trabajadores e inciden en un desempleo del 10%, el doble que en Alemania, y que llega al 25% entre los menores de 25 años. En esta tarea puede ayudarlo la posición moderada que ha adoptado ante los planes presidenciales la Confederación Democrática Francesa del Trabajo, que ha desplazado a la más dura Confederación General del Trabajo como la mayor organización sindical del país.
Se ha comprometido también a moralizar la función pública, golpeada por casos de corrupción, y a reforzar la seguridad luego de los mortales atentados del terrorismo islámico. Si puede sacar adelante sus planes de bajar el gasto estatal, pese a que favorece la fuerte presencia del Estado en la educación y la inversión pública, y flexibilizar el campo laboral, acelerará la reactivación económica y restablecerá a Francia como líder de la Unión Europea junto con Alemania.
El mayor atractivo de Macron para los votantes, además de su carisma personal, es un pragmatismo que deja de lado las divisiones conceptuales entre izquierda y derecha, tomando ideas de ambos lados para formular planes idóneos que ataquen debilidades estructurales. Su éxito no solo beneficiará a Francia. Vitalizará también a la Unión Europea, facilitando las complejas negociaciones en puerta para la salida británica de la comunidad y dándoles mayor fuerza a sus actuales pulseadas con Donald Trump en temas políticos y comerciales.
Pero el mejor legado de Macron será la reforma de la estructura económica del país, pese al escepticismo de muchos franceses desencantados. Si lo logra, habrá concretado una verdadera revolución francesa.
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