Hugo Chávez, por Nino Fernández

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La salud de un régimen

La revolución bolivariana está íntimamente ligada a la suerte del presidente venezolano. Un análisis de Lincoln Maiztegui Casas
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15 de diciembre de 2012 a las 16:05

Chávez puede tener una recaída a partir de diciembre". Una vez más, el médico venezolano José Rafael Marquina, residente en EEUU, ha acertado de plano en lo relativo a la evolución del cáncer que padece el presidente de Venezuela. Pese a quienes lo califican de charlatán, el doctor Marquina ha demostrado tener excelentes fuentes de información respecto a una dolencia que se ha tratado casi con carácter de alto secreto. Un término se está abriendo paso en este lamentable asunto: rabdomiosarcoma. Lo manejó el doctor Marquina, y algunos médicos uruguayos, aclarando cuidadosamente que se trata solo de una teoría, complementan el difícil nombre de esa variedad de tumor: rabdomiosarcoma de psoas ilíaco. Según un destacado facultativo compatriota, es una excrecencia maligna muy agresiva, que afecta los músculos y transita por la pelvis hacia el muslo.

Se explicarían así las varias recidivas de la dolencia y las sucesivas intervenciones quirúrgicas. Lo cierto es que la salud del presidente venezolano ha sido el tema preponderante de la semana: primero porque ha quedado en evidencia que no dijo la verdad cuando, en plena campaña electoral, proclamó triunfalmente su curación.

¿Realmente llegó a creerlo en algún momento? Casi puede asegurarse que no; por más que la psicología de un enfermo grave suele moverse a través de vericuetos misteriosos, Chávez es demasiado inteligente como para no tener claro, desde hace ya tiempo, que su enfermedad es irreversible. En este momento, saliendo de la cuarta intervención quirúrgica en un año y algo, el estado del mandatario se ha vuelto de una gravedad inocultable; y eso lleva de la mano a la segunda razón: su tremenda importancia para la vida política de su país y de todo el continente. Chávez, un exgolpista que parece la caricatura perfecta del populismo más trasnochado, lidera una presunta revolución que llama "bolivariana" y que, aunque resulte difícil explicarlo, ha servido y sirve aún de modelo a procesos similares del subcontinente. Manejando la clásica dicotomía inherente a esta forma de gobierno, las culpas de todo lo malo que sucede en Venezuela y la totalidad del planeta la tienen las malignas maniobras del imperialismo (yanqui, por supuesto) y de las fuerzas que le hacen el caldo gordo. Aderezado con ampulosas palabras sobre igualdad y justicia social, el esquema básico podría resumirse así: los que están con el "proceso" son patriotas, demócratas y justicieros, y todos los demás son apátridas, corruptos y oligarcas. Lo más significativo es que, luego de 14 años de ejercicio de un poder casi omnímodo, la "revolución bolivariana" no ha logrado impedir que Venezuela, uno de los países más opulentos del universo, se vea sumido en el racionamiento, la violencia y la corrupción (esta sí, una de las más desarrolladas del mundo). Pese a ello, Hugo Chávez Frías acaba de ser confirmado por las urnas, en un proceso que incluso la oposición ha reconocido como válido.

Semejante popularidad puede tener muchas explicaciones; las principales parecen ser el desastre que los partidos tradicionales venezolanos (Acción Democrática y el Copei, respectivamente socialdemócrata y democristiano) impulsaron a lo largo de más de medio siglo de alternancia en el poder, y la política desembozadamente asistencialista del actual gobierno, que favoreció a amplios sectores de las masas populares sin tocar las causas últimas de la desigualdad social. Ahora bien: pese a la estrecha relación que el régimen chavista ha mantenido con la Cuba de Fidel Castro, no ha conseguido, según todos los indicios, generar lo que sí logró el barbado y longevo dirigente isleño: una institucionalidad capaz de sobrevivir y trascender al caudillo carismático. Dicho en otros términos: la "revolución bolivariana" se asienta en la personalidad de su líder. Desaparecido este, o inhabilitado para continuar a su frente, todo el proceso corre un altísimo riesgo de desmoronarse. Lo que está en juego en estas horas no es solo la supervivencia de una persona; es la de todo un régimen.

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