Estilo de vida > CARRETERAS
La tierra del Buda
Nunca supe mucho de géneros periodísticos. No conozco muy bien los límites entre una crónica y un reportaje, para dar un ejemplo brutal. Hace relativamente poco me pidieron en El Observador que hiciera un “monográfico” sobre Les Luthiers. No solo no me atreví a confesar que no entendía de qué me estaban hablando sino que tampoco lo busqué en Google. Hice una nota con esa combinación intuitiva de datos de la realidad y descripción de cómo esos datos me afectaban el alma, un método que me ha hecho ganarme la vida desde hace unos cuantos años. Funcionó. Me dijeron: “Ta, tenés razón, quedó muy bien”, y con eso mi ignorancia siguió de largo, oronda.
También en esta casa, hace un par de décadas, Andrés Alsina me reveló un secreto del oficio, que atesoro. Me dijo: “Ponete a la altura del lector y por encima del tema y de la fuente”. A partir de entonces he tratado de hacer eso, entablar un diálogo cómplice con el lector y codearlo para llamarle la atención sobre algún tema que me parezca que merece su atención. Y juzgar juntos a ese tema y las historias humanas involucradas, desde un Olimpo propio.
Para que algo así camine es necesario que aceptes que te propongo una mirada interesante, un punto de vista original, una manera singular de plantear las cosas. Es necesario que te parezca que vas a pasar un buen rato conversando conmigo. Que sientas que te estoy escuchando. Que te tuteo porque nos conocemos y no es necesario andar con remilgos. ¿Será mucho pedir? Supongo que pronto lo sabremos.
La variedad de temas que abarcará este espacio es amplia. Se referirá a la cultura, entendida como la forma de ser de una comunidad. Ya preveo que cederé a la tentación de incluir a los deportes en esa amplitud espectacular. La danza de las vanidades en el escenario y nosotros cómodamente instalados en las gradas. ¿Qué tal?
La novedad es que acabo de volver de Merinos, un pueblito escondido en un rincón del mapa, cerca de la triple frontera entre Paysandú, Río Negro y Tacuarembó. Fui por motivos de trabajo que sería tedioso explicar. Baste saber que me alegré, porque me recordó a Juanjo, que era el cadete en un diario para el que trabajé hace siglos. Una vez el secretario de redacción le dijo: “¿No te parece, Juanjo”. Y el merinense respondió: “Usté el hombre, yo el perro”.
Me quedó claro que era el ejemplo de humildad más extremo que iba a presenciar en mi vida entera, una calidad de karma al que yo debería dedicar 999 reencarnaciones para alcanzar. Me pareció además que era de una sabiduría elemental, como si hubiera dicho: ¿para qué vamos a demorarnos en lo que a mí me parece? Sigamos usted dando órdenes y yo cumpliéndolas, para beneficio del diario y del cosmos.
Juanjo no era de soltar discursos. Solo hablaba como respuesta ante un requerimiento concreto y mostraba destellos de sabiduría en forma de aforismos. Ante el saludo: “¿Cómo andás, Juanjo?”, respondió de una vez y para siempre: “En la vuelta, como mojarra en palangana”. Es una variante de una metáfora eterna, la que equipara a la vida y el círculo. El poeta español León Felipe lo decía así, en Caminando: “No es lo que me trae cansado/este camino de ahora./No cansa una vuelta sola./Cansa estar todo un día/hora tras hora/y día tras día un año/y año tras año una vida/dando vueltas a la noria”.
Por lo demás, Merinos me pareció un lugar muy propicio como para haber engendrado al Buda. Lo descubrí gracias a una carretera muy áspera, aunque sé que es redonda como todas las palanganas del mundo.
