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La trampa de la hipocresía y la corrección política

El marxismo y el desconocimiento económico del PIT-CNT le impiden aceptar cualquier apertura comercial
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21 de marzo de 2017 a las 01:28

La hipocresía y la corrección política son siempre mentiras que se dicen a la sociedad. De ahí que haya que hacer un esfuerzo para no caer en esas prácticas, y también para no tener miedo de desenmascararlas cuando su uso se generaliza, en especial desde el Estado.

Se escucha ahora desde el gobierno con mucha frecuencia el argumento de que, ya que Brasil y Argentina están buscando un tratado con Europa –que no es aceptable para Uruguay (o más bien, para el PIT-CNT)–, es mejor procurar un acuerdo con China, que estaría muy inclinada a cerrarlo, aunque para ello se deba conseguir la voluntad de los socios del Mercosur.

Me temo que ninguna de las dos variantes tiene viabilidad de ningún tipo. Europa no cederá en sus trabas a la producción agrícola –expresamente excluidas de todos los principios de la OMC–, ni Brasil o Argentina van a abandonar el cómodo proteccionismo que ha hecho ricos a sus empresarios prebendarios (sin hablar de Odebrecht) a sus socios sindicalistas y a los funcionarios de todas las tendencias e ideologías, sin distinciones.

Por supuesto que tampoco el gobierno uruguayo aceptará nunca un tratado con el viejo continente, por razones ideológicas y sobre todo por ignorancia. En cambio, parece ser comúnmente aceptado que sí es posible pensar en un tratado con China. En términos ideológicos, la supuesta similitud entre el Frente Amplio y la sinoautocracia no es tal. El FA, en especial su pata sindical, es marxista. China no. De modo que no hay que esperar por ese lado ninguna concesión. Lo que sí cabe esperar es que los chinos reclamen la posibilidad de exportar más para equilibrar la balanza comercial, y hasta es posible que la discusión contenga alguna amenaza de restricción de compras para obtener contrapartidas.

Como el marxismo y el desconocimiento económico del PIT-CNT –auditor celoso del gobierno en cualquier posible tratado– le impiden aceptar cualquier apertura comercial, lo que en definitiva se está creyendo cuando se agitan esperanzas de un acuerdo, es que China está dirigida por estúpidos. Como eso no es así, propongo que primero se haga un acto de contrición en las entrañas del gobierno, antes de agitar esperanzas que serán desilusiones, (o acuerdos formales inconducentes) además de una pérdida de tiempo. Y peor sería que se tratase de otra estrategia para “ir tirando” hasta que termine este mandato.

El otro tema que vuelve recurrentemente en la voz de los jerarcas, es la necesidad de aumentar la población uruguaya. Si primara la sensatez, se harían peregrinaciones para agradecer a la providencia el bajo tamaño poblacional, no caer en prédicas ni hacer plan alguno para corregirlo. Recurro como siempre al ejemplo argentino, otro país pastoril y proteccionista a ultranza. Ahí se ve claramente la imposibilidad de generar empleo privado cuando la población aumenta muy por encima de los requerimientos del agro y otras industrias extractivas. O para ponerlo en términos más precisos: para aumentar significativamente su población un país debe ser capaz de tener una economía abierta y competitiva, con innovación, alto valor agregado y alto output. De lo contrario, está condenado a la redistribución. Es decir, a que el Estado robe la riqueza, los ahorros, las ganancias o las inversiones de los privados y la redistribución de esos fondos entre los desocupados esté a cargo del gobierno de turno.

Como esto ya está pasando escandalosamente en Argentina, con una masa del tamaño de cuatro veces la población de Uruguay subsidiada por el Estado o desocupada –y también pasa lo mismo en esta margen del río, salvando las proporciones– la pregunta elemental es cómo se piensa hacer para mantener sana a cualquier población adicional, educarla y promover el empleo para ella. La idea de que una mayor población aumenta el consumo total es de una precariedad técnica e intelectual tan grande que evita tener que realizar cualquier comentario. Un incremento importante de la población requeriría para sustentarse un cambio copernicano en el enfoque económico, que no piensa hacer Argentina, ni mucho menos Uruguay, feliz con el sistema de redistribución de patas cortas que ha adoptado, que tiende a la ruina.

La idea de que aumentando la población se aumenta el consumo interno y como tal el tamaño de la economía, es una idea que tendría asidero en un sistema capitalista, de apertura comercial y de libre mercado. También en un sistema de flexibilidad salarial y de condiciones laborales. En un sistema marxista, o en un sistema de sindicalismo marxista, el aumento de población no funciona de ese modo, salvo populismo.

En tales condiciones, todo aumento de población es un aumento de subsidios, de empleo público, de deuda o de inflación, o una combinación de todo ello. Esto no es una propuesta para controlar la natalidad, –aunque muchos sectores deberían pensarlo– sino una exhortación a no promover, premiar o seguir subsidiando nacimientos con total irresponsabilidad. Con las presentes políticas y concepciones económicas, todo agregado a la población es un futuro subsidio, o sea un futuro impuesto o sea una futura confiscación. Por esta razón, la asignación por hijo, el ingreso universal por persona y similares inventos, son, además de impuestos expoliatorios a la sociedad en este momento, una garantía de mayores exacciones en el futuro.

El discurso de la necesidad de aumentar la población, es marxismo por elevación. Es producción de pobres para culpar luego al capital de haberlos creado. Eso ayuda a que el estado omnipotente tenga justificativo para encargarse de la supuesta redistribución de la riqueza, que es donde los jerarcas obtuvieron, obtienen y obtendrán siempre su pitanza. En suma: hipocresía, corrección política. Viles mentiras.

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