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La turbonada Lilita

Elisa Carrió estuvo en Montevideo y mantuvo reuniones con jóvenes y políticos de gran riqueza de contenido y enseñanza
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10 de noviembre de 2016 a las 05:00
Elisa Carrió estuvo en Montevideo y mantuvo reuniones con jóvenes y políticos, como siempre, de una gran riqueza de contenido y enseñanza. Como es sabido, la diputada y catedrática argentina tiene un respaldo de conocimiento teórico no común en los políticos de mi país, y puede pasar de una actitud combativa y de denuncia a dar una clase magistral acerca de la influencia de Camus o Sartre en los comportamientos posmodernos de la sociedad, o a reflexionar sobre Víktor Frankl y su enorme testimonio de la resiliencia en situaciones extremas de supervivencia. Sobre todo, tiene la virtud –o la condena– de decir lo que nadie quiere escuchar.

Con los jóvenes desarrolló su seminario sobre Humanismo y Libertad y luego disertó con otros políticos ante diputados uruguayos sobre un tema de enorme potencia y trascendencia: El poder de la honestidad. Sus exposiciones fueron como siempre amenas, emotivas a veces, llenas de enseñanzas, histrionismo, humor y una prédica de conducta y coherencia que encarna con toda legitimidad.

Su valentía intelectual es encomiable. Cuando los jóvenes le hablaron tímidamente sobre la importancia de la transparencia en los actos de gobierno –un eufemismo–, Lilita les salió al cruce marcando una diferencia entre los dos países del Plata: "La corrupción en Argentina está expuesta, es conocida, no hay justicia, pero la corrupción se conoce y se expone. En Uruguay, de la corrupción no se habla". Magnífico resumen sin concesiones para sus anfitriones, en el mejor estilo Carrió.

Casi un espejo de las famosas declaraciones del presidente Jorge Batlle sobre el robo argentino. No nos gustó, pero era cierto. Algo parecido les pasa a los uruguayos cuando se les habla de la corrupción: prefieren creer que no existe, aunque las Venezuela, las ALUR y las ANCAP les estallen en la cara. O ignorar que el rechazo de la lista 711 del exlicenciado Sendic a las investigaciones caribeñas o al proyecto de controlar las empresas públicas por la lista 711 es una señal de miedo. Lo de Venezuela podría exceder el mero negociado y pegar contra los intereses de la patria, nada menos.

La corrupción no es solo robar –dice Lilita–. Es no sostener principios, conductas; es el silencio, es aceptar el soborno de un cargo para ser sacado del camino de alguien a quien se molesta. Es no denunciar. Es consentir. Su idea sobre el poder de la honestidad debería ser un mandamiento único para cualquiera que pretenda representar al pueblo. En un mundo de espionaje, presiones, chantajes, suicidios inducidos, carpetazos, operaciones de prensa y otras sutilezas, la probidad en la función pública y en la vida privada es fundamental para ser invulnerable y plantarse ante cualquier opresión, injusticia o incorrección.

El planteo es, además de pragmático, profundamente filosófico. El desapego, la capacidad de pensar con libertad el futuro, la integridad, la ética, el coraje de defender las convicciones, de plantarse ante la prepotencia o el avasallamiento son las armaduras de un político honesto. Cuando cita a Frankl y su señero libro El hombre en busca de sentido resume el concepto. Y además pinta con precisión la corrupción moral sin distinción de razas o clases. Solo ante situaciones. El hombre ante el poder y el poder como corruptor. Y pone el ejemplo de la imagen del instante de Adolfo Suárez de pie, solo frente a las armas, cuando el golpe de Estado abortado en España.

"No hay que tener miedo a perder, votos, elecciones o el poder", dice Carrió. Ella ha pasado de la gloria al fracaso y viceversa varias veces. Ese desprecio del oportunismo y de la conveniencia es su mayor virtud y lo que la gente más aprecia. Y lo sabe. Con un tuit de menos de 140 caracteres le sacó al presidente Macri de la cabeza la idea de echar al estilo K a la procuradora Gils Carbó. Y le hizo un favor a él y a la sociedad.

Reivindica el humor como arma. Cuando acusó al peligroso Aníbal Fernández de jefe del narcotráfico y este la amenazó con juicios y otros recursos menos ortodoxos, Lilita le respondió: " Hágame juicio, pero por favor, no me mate". Esto en Argentina se denomina de un modo muy particular e irreproducible. Ella tiene.

Deja un mensaje valiente y contundente para los políticos y la gente: "La democracia solo puede ser liberal y republicana. Cualquier otra cosa es abuso autocrático de las mayorías". Los argentinos aprendimos o repasamos ese concepto y pagaremos por mucho tiempo no haberlo aplicado. Tal vez los uruguayos puedan usar nuestra experiencia a tiempo.

Denuncia también la manipulación ideológica de izquierda de los intelectuales y el periodismo que acusan a los ricos por la pobreza y a los ortodoxos de oligarcas. "Nadie es culpable por su origen o su apellido. Es lo que hacen con eso lo que cuenta". Casi evangélico.
Luego elabora una fundamentada teoría sobre el uso de la culpa en la creación de discursos políticamente correctos que confunden a los pueblos y enervan la libertad de opinión. La pacatería de las sociedades inseguras las esclaviza, quiere decir.

Lilita es autora del 70% de las denuncias que hoy se ventilan en la Justicia argentina en diferentes grados de avance. Las hizo cuando era difícil denunciar y ahora están madurando con el despertar lento de la morosidad judicial incentivada de mi país. Tiene muchísima información que usa siempre contra los corruptos y es una especie de auditora ética del gobierno de Cambiemos. Macri la respeta y jamás la desaira. Cuando un complot intentó arrasar injustamente con el jefe de la Aduana, uno de los reductos de la mafia del contrabando, bastó que Carrió dijera que era honesto para que fuera repuesto en su cargo.
Lilita es acusada, con bastante razón, de ególatra, egocéntrica, histriónica, inasible, dificilísima como socia política, inteligente, intelectualmente sólida, brillante, gorda y loca. Pero todo lo que dice es cierto.

Pregona ahora en Uruguay lo que antes dijo en Argentina. Es posible usar los mismos epítetos que se usaron en la otra orilla para descalificarla. Se puede agregar con un cierto sesgo que no conoce a la sociedad oriental. Pero conoce a los políticos, a la política y al poder. Y sus efectos sobre los individuos. No se preocupen. Los argentinos también terminamos diciendo: "Lilita tenía razón".

Un bastión de principismo, honestidad, conducta y teoría política. Influye con votos y sin votos. Sanciona donde la justicia es impotente. ¿Será ahora la fiscal republicana del Río de la Plata?

Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América

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