Ayer estaban en manos de traficantes violentos y sin escrúpulos; mañana su futuro dependerá de una Europa de la que no saben nada. Hoy, 385 migrantes están a bordo del "Aquarius", navío humanitario que acaba de rescatarlos en el Mediterráneo.
En el puente del barco fletado por SOS Mediterráneo y Médicos sin Fronteras (MSF), las miradas se ensombrecen y la rabia emerge cuando se menciona el paso por Libia. Algunos estuvieron algunas semanas, otros intentaron ganarse la vida ahí durante años.
Las penurias relatadas por los migrantes sobre su vida en ese país son fuertes: "Ahí, no éramos hombres", "Libia era secuestros, prisiones, violencia", "Nos golpeaban todos los días, golpeaban ante nosotros a nuestras mujeres", "Violan a mujeres, sodomizan a los hombres".
"Libia, es un viaje sin retorno. Sólo puedes acabar en el mar: ¡o es Europa o es la muerte!" afirma Inés, una camerunesa de 24 años que siguió a su marido, que creía haber hallado un trabajo decente, pero ambos fueron tratados "como perros" por el patrón.
Los médicos de MSF confirman estas historias: en consulta, algunas mujeres relatan cosas espantosas, mientras que al quitarse la camiseta un hombre exhibe cicatrices de golpes y torturas, que han provocado fracturas aún no curadas.
Mientras el "Aquarius" sigue rumbo al puerto de Cagliari, las conversaciones animadas se suceden en el barco. Pocas horas antes, al ser socorridos el martes, aún imperaba entre estos migrantes el miedo, el frío, el hambre y el cansancio.
Sin embargo, la esperanza no está exenta de inquietud. Durante todo el día, todos hacen, obsesivamente, la misma pregunta: "¿Qué va a ocurrir ahora con nosotros?". Para los más pequeños -hay 26 niños de menos de cinco años- la respuesta no es complicada: "Yo quiero ir a Italia", aseguran varios.
Entre los migrantes rescatados el martes por el "Aquarius", algunas decenas vienen de países como Eritrea, Sudán del Sur o Somalia, a los que Italia otorga fácilmente el asilo. Pero la mayoría son de Camerún, Costa de Marfil, Gambia o Guinea, y seguramente tendrán más dificultades en obtenerlo. En Italia, muchos de sus compatriotas reciben la orden, nada más llegar, de dejar el país, otros esperan entre 18 meses y dos años para recibir un hipotético asilo, antes de sumar las filas de los clandestinos, a los que se paga una miseria para recoger tomates o naranjas.
Sin embargo, Benjamin Bitomb, camerunés de 20 años, clama tranquilamente. "Italia es la libertad, la posibilidad de una vida mejor", a pesar de que le explican que el índice de desempleo en la península es del 40% para la gente de su edad. "Pues yo espero estar en los otros 60%" responde.
"Lo único que quiero son papeles para tener un trabajo y apoyar a mis hermanas en mi país", explica Issa Cissé. "Ya sé que Europa está en crisis, que no es El dorado, pero en mi país es peor".
Hamidu Bah, de 19 años, abandonó Sierra Leone cuando el virus Ebola se llevó a sus padres y a su hermana. Intentó mejor fortuna en Guinea, luego Mali, después Argelia y al fin en Libia. "Todo está en las manos de Dios. Quizá mi vida sea más fácil en Italia, quizá no", dice.
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