El 17 de enero de 1966, en plena Guerra Fría, uno de los mayores accidentes nucleares de la historia tuvo lugar en un apartado poblado agrícola español. Esa noche de invierno, un bombardero B-52 de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos chocó contra un avión cisterna de abastecimiento por encima de la costa española, liberando cuatro bombas de hidrógeno que cayeron sobre el pueblo de Palomares.
Según establece The New York Times en un extenso informe, Estados Unidos quería solucionar la catástrofe rápida y silenciosamente, por lo que dispuso un contingente de limpieza del material radioactivo. Durante todo el proceso de limpieza se comunicó a los trabajadores estadounidenses y españoles que el lugar era seguro y que no se contaminarían de la radiación presente tras el incidente, pero los relatos recopilados por el medio muestran que probablemente esto no fuera así.
Frank B. Thompson es un músico de 72 años y tiene cáncer en el hígado, en un pulmón y en uno de sus riñones. Cuando tenía 22 años trabajó varios días en los campos españoles contaminados sin ningún equipo de protección más que la confianza en la palabra de sus supervisores. "Nos dijeron que era seguro, y fuimos lo suficientemente tontos, supongo, para creer en ellos", explica el hombre. Hoy en día Thompson paga más de 2 mil dólares por mes para tratar de hacer retroceder el cáncer, algo que le sería totalmente gratis si fuese reconocido como una víctima de la radiación por parte de la Fuerza Aérea Estadounidense. Sin embargo, el organismo militar declaró varias veces que no hubo radiación dañina rodeando a los trabajadores, postura que han mantenido por más de cinco décadas.
Según documenta The New York Times, los resultados de las pruebas de radiación fueron mantenidos lejos de los historiales clínicos de las personas que trabajaron en Palomares, muchas de las cuales enfrentan de forma crítica los efectos de la intoxicación con Plutonio. De 40 veteranos identificados por el medio para esta investigación, 21 tenían algún tipo de cáncer y nueve de ellos murieron por esta causa.
El gobierno de Estados Unidos se comprometió a pagar un programa de salud pública para contrarrestar los efectos de la radiación a los españoles afectados, pero esa financiación cayó en un vacío de la que no volvió a salir. De todos modos, la Fuerza Aérea siempre mantuvo el relato inicial y asegura que no se produjo contaminación, a pesar que en el territorio afectado se registraron hasta 1980 numerosas muertes por leucemias y otros tipos de cáncer.
Las secuelas de los accidentes tóxicos son, generalmente, un tema áspero para las autoridades. El daño es difícil de cuantificar y es casi imposible asegurar como este daño evolucionará en el futuro. Reconociendo la problemática, el Congreso estadounidense aprobó algunas leyes para beneficiar automáticamente a los veteranos de los accidentes más conocidos de esta rama, como por ejemplo de las pruebas atómicas que se realizaron en el desierto de Nevada. Pero no existen leyes que se adapten a los hombres que limpiaron Palomares.
Según el informe, si los extrabajadores pudieran demostrar que fueron perjudicados por la radiación, se les deberían cubrir todos los costos médicos y recibirían una pensión regular por invalidez. "Primero niegan que estuviéramos allí y luego que hubiera algún tipo de peligro por la radiación", dijo Ronald R. Howell, de 71 años, a quien le extirparon un tumor cerebral hace poco tiempo. "He presentado reclamos, pero los niegan. He apelado pero lo niegan. Ahora me quedé sin alternativas"; agregó que "muy pronto, todos estaremos muertos y habrán tenido éxito en encubrir todo este asunto".
Poco después de que las bombas de hidrógeno explotaran, comenzaron a llegar los contingentes de limpieza norteamericanos, algunos en helicópteros y otros en ómnibus. Las bombas explotaron cerca del poblado, en un banco de arena de la costa y en el océano, por lo que la operación de recuperación debió repartirse la zona de acción.
John H. Garman tenía 23 años cuando llegó al lugar del desastre en helicóptero y, según contó a The New York Times, el lugar era un desastre. "Era un caos. Había escombros por todo el pueblo. Gran parte de una de las bombas se había estrellado en el patio de una escuela". Según los testimonios, los restos de los aviones dejaron enormes cráteres, mientras el pueblo fue rodeado por una fina capa de polvo tóxico de Plutonio. Según los científicos, el plutonio fuera del cuerpo es inofensivo, al contrario de lo que sucede con otros elementos radioactivos que queman la piel. Sin embargo, al ser ingerido al respirar puede ser muy peligroso.
Durante la limpieza, un equipo médico reunió más de 1500 muestras de orina de los trabajadores para calcular la cantidad de plutonio que estaban absorbiendo. Estos ensayos mostraron que aproximadamente sólo 10 de los hombres absorbieron más de la dosis segura y el resto no se dañó. La Fuerza Aérea se basa en estos resultados al argumentar que el resto de los trabajadores no fue perjudicado por la radiación. Pero aquellos que hicieron las pruebas dicen que los resultados son defectuosos y no tienen asidero real.
Arthur Kindler, que estuvo en contacto con el plutonio durante la limpieza de Palomares, tuvo cáncer de los ganglios linfáticos en tres ocasiones. "Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que esto quizás tuvo que ver con la limpieza de las bombas", dijo Kindler. "Nos dijeron que todo era seguro. Éramos jóvenes y confiábamos en ellos. ¿Por qué iban a mentir?". Kindler, a su vez, solicitó un par de veces la ayuda del Departamento de Asuntos de Veteranos. "Siempre me dijeron que no (...) Con el tiempo, me di por vencido", aseguró.
Los planes de limpieza de Estados Unidos y España se fueron sucediendo durante los años posteriores al accidente con resultados disimiles. Se calcula que una quinta parte del plutonio que se esparció en 1966 todavía contamina la zona de Palomares.
Después de años de presión, Estados Unidos acordó con España, en 2015, limpiar el plutonio restante, aunque de todos modos no existe un programa aprobado por los gobiernos. Mientras, varios de los trabajadores que intentaron limpiar el desastre nuclear continúan acarreando las consecuencias del incidente y reclaman la asistencia médica que les corresponde.
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