David Bowie murió a sus 69 años<br>

Opinión > ANÁLISIS DE EDUARDO ESPINA

Las vidas que perdimos

La música y la muerte tuvieron uno de sus años más extraños y ajetreados
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31 de diciembre de 2016 a las 05:00

El 2016 fue un panteón en vías de desarrollo. Paso lista de quienes a él llegaron en fila india (pero la lista total es mas larga): David Bowie, Glenn Frey, Paul Kantner (Jefferson Airplane y Jefferson Starship), Black, Lemmy Kilmister, Natalie Cole, Prince, Maurice White (miembro fundador de Earth, Wind & Fire), Vanity, Naná Vasconcelos, Pete Burns (Dead or Alive), Keith Emerson y Greg Lake (Emerson, Lake, and Palmer), George Martin, Frank Sinatra Jr., Horacio Salgán, Phife Dawg (miembro fundador de A Tribe Called Quest), Merle Haggard, Juan Gabriel, Toots Thielemans, Pete Fountain, Victor Bailey (bajista de Weather Report), Leon Russell, Mose Allison, Sharon Jones, El Lebrijano, Leonard Cohen, Rick Parfitt (Status Quo), el Coro del Ejército Rojo (los 64 miembros, en accidente de aviación) y George Michael. Su condición de famosos sirvió para que sus muertes se transformaran en relato minucioso de la condición humana cuando le toca enfrentar el fin.

Por Eduardo Espina

Ha sido un año raro para los músicos. Uno ganó el premio Nobel de Literatura, otros vieron cómo la muerte les ganaba la partida. Alcanzaron la gloria cantando, pero el silencio al final los derrotó.

Viendo las reacciones estoicas y con mucho de grandeza que tuvieron Bowie y Kilmister tras saber que los días estaban contados, podemos concluir que el rock es un libro de vida que enseña a morir.

Bowie convirtió su resignación en feroz ansia de creación, trabajando todo lo que el cuerpo pudiera permitirle en nuevas canciones, las cuales se transformaron en el único yelmo para protegerse de la muerte, al menos hacerse la ilusión.

Hasta el último día antes de morir estuvo pensando en el futuro de la mejor canción que pensaba escribir y cantar. Intentó distraer a la muerte dándole lo mejor que tenía a la vida que aún le quedaba y casi consiguió el objetivo de mantenerla alejada lo más posible. Solo casi.

La reacción de Kilmister cuando el médico le dijo que el cáncer de próstata era terminal se parece mucho a la de Wittgenstein, en 1949, quien murió del mismo tipo de cáncer. Cuando el médico le dio la mala noticia, el filósofo austríaco le agradeció y le dijo que nunca le había preocupado tener una vida larga. Cuando el oncólogo le informó a Kilmister que le quedaban pocos días, el metalero de los mil ímpetus esbozó una pregunta breve y fulminante: "¿Tan poco me queda?"

Los mejores especialistas trataron de salvarle la vida a Natalie Cole, cuyo riñón, el único que tenía luego de una operación de trasplante, comenzó a colapsar, generando un debilitamiento general del organismo que ocasionó varias fallas cardíacas hasta provocar la muerte. La lucha con esta fue larga y dura, y en el ínterin hubo momentos en que triunfó la esperanza, y otros, el total desasosiego.

Diferente fue el final de Glenn Frey, a quien la artritis reumatoide le arruinó la vida en capítulos. Además de los dolores insoportables que le generaba en todo el cuerpo, empezando por los huesos, le impedía mover las manos y por ende hubo períodos en que no podía tocar la guitarra. Los fuertes medicamentos que le dieron tuvieron dañinos efectos secundarios, generando una colitis ulcerosa con sangrado casi permanente y el debilitamiento de su sistema inmunológico. Lo operaron para intentar corregir el problema del colon, arruinado por tanta química, pero luego de la cirugía su cuerpo contrajo una neumonía que terminó provocándole la muerte. Para el problema del colon, que se agravó a partir de agosto, lo vieron los ocho mejores especialistas de Nueva York, quienes nada pudieron hacer para terminar con el calvario de Frey y devolverle la salud.

Los muertos de este año se suman al penúltimo capítulo de la historia inicial del rock, que va camino de acabarse como todas las cosas que han tenido un comienzo.

Las figuras rutilantes han sido víctimas de la edad o de causas naturales, las que llegan cuando la vida dejó atrás sus más esbeltos momentos. Ya la muerte por sobredosis no es tan gran noticia como cuando cayeron derrotados por el exceso y la locura Jim Morrison, Jimmi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain y tantos más que, haciendo un poco de memoria, todos podemos recordar. Ahora son las enfermedades asociadas directamente al paso del tiempo y al desgaste propio del cuerpo las encargadas de vaciar el escenario. Las estrellas que con su música un día nos prometieron la juventud eterna, envejecieron y comenzaron a morir como cualquier hijo de vecino.

Uno de los primeros con estirpe en irse luchando contra la muerte como si fuera un ente indestructible creado por los efectos especiales de Hollywood fue George Harrison. No pudimos creer que lo matara un cáncer de pulmón y que muriera "en su cama rodeado de sus familiares".

Con su muerte natural aprendimos que también las estrellas pueden tener una muerte nada cinematográfica ni brutal, al estilo John Lennon, y que pueden estar en el mismo lugar que algún día estaremos todos, si no nos morimos antes: viendo a la mortalidad desde la ventana del deterioro.

También de cáncer de pulmón murió Warren Zevon, quien, lo mismo que Bowie, encontró en el desdén a la muerte por enfermedad a la única forma de enfrentarla, aunque supiera que el cuchillo que tenía para tal combate estaba hecho de madera.

El cuerpo se le caía a pedazos, le costaba respirar, pero siguió como si nada, diciéndole a la nada que esperara, que tenía algunos asuntos importantes que terminar. Todos quedaron inconclusos. La enfermedad aceleró su ferocidad al final.

Una anécdota sintetiza su clase. Su última presentación en televisión fue en el programa de David Letterman. Al concluir este, Letterman lo fue a saludar al camerino y Zevon le regaló su guitarra. Letterman preguntó por qué y Zevon le contó. Le dijo que tenía cáncer y que se estaba muriendo. ¿Qué decir cuando al otro le llega su fin y las palabras son insuficientes?

El primero de los grandes ídolos del rock en morir de "causas naturales" –hasta en esto exhibió su condición de pionero– fue Frank Zappa, uno de los músicos más originales del siglo XX, quien murió en diciembre de 1993, a los 52 años de edad. Tres años antes le habían diagnosticado un cáncer de próstata inoperable. Los médicos no le dieron un plazo preciso a su vida, pero le dejaron en claro que la enfermedad era terminal.

Debido al debilitamiento de su organismo, Zappa debió suspender los conciertos, pero no se dejó derrotar tan fácilmente por el cáncer. Se encerró en su casa a trabajar con devoción en lo que mejor había sabido hacer en su vida: escribir música.

Poco antes de morir pudo cumplir un sueño postergado: terminó de componer Civilization, Phaze III, obra que había comenzado a escribir más de una década antes. Enfrentó el final con entereza admirable, sin quejas ni reproches. De lo único que se quejaba era de no tener fuerza física suficiente como para dedicarle más horas diarias a la creación. Decía que el cáncer era un animal que había venido a cansarlo.


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