Limpieza total en la FIFA

La madeja comenzó a desenredarse el 27 de mayo, cuando la Policía suiza, atendiendo denuncias de la fiscalía general de Estados Unidos, arrestó sin miramientos a siete prominentes líderes de la FIFA. Entre ellos estuvo el uruguayo Eugenio Figueredo, hoy en camino a ser extraditado a Estados Unidos para ser sometido a juicio. Fueron cayendo otras figuras, incluyendo, hace pocos días, el secretario general de la FIFA, Jerome Valcke, bajo cargo de dirigir la reventa delictiva de entradas. A lo largo de los meses el capitoste máximo, Joseph Blatter, mantuvo una pétrea cara de inocencia con el frágil argumento de que no tenía idea de lo que hacían sus subalternos inmediatos.

Los alegatos de Blatter empezaron a desmoronarse cuando, apenas cuatro días después de ser reelecto presidente y a los dos días de los arrestos en Zúrich, renunció al cargo con que reina desde hace 17 años. Pero la guillotina parece que finalmente llega también al monarca, a quien la Justicia suiza acaba de someter a proceso penal. A nadie sorprende la caída de Blatter. Pero agrava la situación de la FIFA el hecho de que sus andanzas salpican al francés Michel Platini, presidente del fútbol europeo y el candidato más firme a suceder a Blatter cuando se implemente la renuncia del mandamás supremo, en un congreso extraordinario de la FIFA, convocado para febrero del año próximo.

Uno de los cargos judiciales contra Blatter es un “pago desleal” de € 1,8 millones al dirigente francés, enemigo del abatido presidente después de haber sido su estrecho aliado durante largos años y a quien se consideraba ejemplo de la rectitud y transparencia que han escaseado en los turbios negocios del organismo mundial. Platini aseguró en un comunicado que ese pago que recibió de Blatter fue por “un trabajo hecho con contrato para la FIFA”. Pero la fecha del pago en 2011 por un trabajo realizado en 1999 aumenta la sospecha de otra irregularidad más, ensombreciendo la prevista elección del francés como sucesor de Blatter. Esto, a su vez, profundiza la incertidumbre sobre quienes se harán cargo del organismo a partir de 2016.

Entre sus dirigentes hay, con seguridad, personas honestas o que, por lo menos, han aprendido la dura lección del derrumbe de la cúpula corrupta y se abstendrán en el futuro de ceder a la tentación de trasiegos ilícitos de las fortunas que genera el fútbol mundial. Al margen de lo que ocurra con Platini, la FIFA necesita nombres confiables para suceder a sus figuras caídas en los cargos de conducción. De que aparezcan dependerá no solo la credibilidad de la FIFA sino también persuadir a cientos de millones de aficionados en todo el planeta de que su dinero, cuando compran una entrada o un televisor para ver partidos, no termina costeando los manotazos delictivos en gran escala que finalmente han salido a luz.