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Lincoln Maiztegui: un legado perenne

"A estas avanzadas alturas de mi existencia me complace decir, un poco en broma, un poco en serio, que me quedan dos únicos fanatismos: Mozart y Nacional"
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06 de enero de 2017 a las 05:00
Invariablemente, durante los últimos años de su vida y sin que fallara una sola vez, Lincoln Maiztegui Casas se comunicaba para conversar y definir el tema de la contratapa de los sábados, indistintamente se tratase del Personaje o el Hecho de la semana.

Aquellos diálogos no siempre estaban exentos de discusiones y por tanto nunca eran de resolución sencilla: Maiztegui era un periodista de excepción, pero con un carácter cascarrabias e indócil, a tal punto que no era fácil persuadirlo sobre la pertinencia de trasladar ciertos asuntos de actualidad al papel.

En su caso, eran claras las predilecciones: el fútbol –sobre todo si podía referirse a su querido Nacional, una de las pasiones de su vida– y ni que hablar la política, en particular si podía mencionar a los blancos, pues siempre fue uno de ellos y jamás renegó de sus viscerales convicciones partidarias.

Entonces, la mayoría de las veces, cuando los temas escogidos por los editores no coincidían con sus gustos personales, la charla semanal podía extenderse más de lo imaginable, pues convencerlo requería, en algunas ocasiones, de la oportuna intervención de un tercero.

No obstante, aunque el asunto no fuese de su agrado, el resultado era siempre el mismo: con una prosa ágil, elevada y entretenida, un amplio conocimiento de causa –a veces, sobre todo en el área internacional, solo bastaba con proveerle a tiempo la información más elemental– y una mirada tan profunda como amplia y analítica, sus textos eran verdaderas joyas periodísticas y era improbable que no invitaran a la reflexión. Porque además de tener incorporados a fuego cada uno de los secretos del periodismo, de los cuales fue nutriéndose a lo largo de una trayectoria tan extensa como proficua que lo ubicó como protagonista de vanguardia en distintos medios, el último de los cuales fue precisamente El Observador, Maiztegui atesoraba una envidiable y sólida formación con vocación universal y humanística.

A su condición de ensayista, escritor, historiador y docente de Historia, profesión que ejerció por décadas –y durante las cuales formó a una incontable cantidad de generaciones–, le sumó su afición por la música y el ajedrez, su infatigable devoción por la lectura y un indisimulado interés por los asuntos cotidianos.

A todos esos innegables atributos Maiztegui le añadía una visión de la realidad tan aguda como corrosiva, además de ser dueño de una ironía singular y poseer un sentido del humor único, junto con sus innatas condiciones de polemista.

Cada vez que podía, visitaba la redacción del diario, y su presencia, además de ser generadora de innumerables bromas vinculadas con el fútbol –en particular sobre su natural aversión a Peñarol–, ofrecía una inmejorable oportunidad de recibir lecciones magisteriales, pues cualquier tema que abordara obligaba a escucharlo con suma atención.

Pero, además, antes que todo era un tipo cálido, querible, servicial y fraterno, cultor de inalterables valores, amigo de sus amigos, compañero de todos los momentos y referente de consulta permanente para aquellos periodistas que requirieran su opinión o asesoramiento al momento de encarar cualquier nota sobre el tema que fuera.

Admirado tanto por colegas como por discípulos, Maiztegui fue uno de los intelectuales más rigurosos, críticos y brillantes que haya dado el Uruguay actual, que lo tuvo como testigo privilegiado de los acontecimientos que marcaron la historia reciente y a la que nunca supo ni pudo permanecer indiferente.

Su paso por el reino de los mortales no fue en vano: su legado, tan perdurable como vigente, es tan solo una muestra tangible del invalorable aporte que realizó a la vida contemporánea del país.

Su muerte, ocurrida el 11 de setiembre de 2015, a los 73 años de edad, dejó un vacío intelectual imposible de llenar. Aún hoy, su insustituible figura es recordada y venerada por todos, no solo por aquellos que supieron conocerlo y tratarlo.

Esta nota forma parte de la publicación especial de El Observador por sus 25 años.

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