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Los dos tiempos de Lula

El drama que vive hoy el expresidente brasileño es una metáfora de los gobiernos de la región
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22 de marzo de 2016 a las 05:00
Uno siente un poco eso de que está presenciando la caída de un grande en cámara lenta con todo el drama del expresidente Lula en varios actos. Hay algo de angustia y de ansiedad, de ajena tristeza, y a la vez una decepción, y un deseo de que se haga justicia. Es como la muerte de Aquiles: uno no la desea (tal vez por eso Homero elige no narrarla); pero en todo momento sabemos que el héroe ha violado los códigos de su propia heroicidad, y que su caída es inexorable.

Haber visto a Lula —hace no tantas tapas de revista— llevar a Brasil a las grandes ligas de la política y de la economía internacional y pasearse él por el mundo como una estrella más aclamada que el propio Pelé. Y verlo ahora repudiado en las calles por el pueblo que antes lo encumbró y tratando de escaparle a la Justicia por la puerta de atrás de un ministerio tan penosamente tironeado lo convierte sin más en un héroe trágico de nuestro tiempo.

Hay una frase de Lula que en las últimas semanas ha dado la vuelta a Brasil y en las redes sociales de varios países vecinos. La frase es de 1988, pero le ha regresado al exmandatario como un búmeran envenenado de paradoja en estos días de zozobra por la consecución de unos fueros que le han resultado tan esquivos como indignantes para la mayoría de los brasileños. Dijo Lula en aquel entonces, cuando todavía era diputado federal por el PT: "Cuando un pobre roba, va a la cárcel. Pero cuando un rico roba, se vuelve ministro".

"Los dos tiempos de Lula", apostilló el conocido periodista venezolano Nelson Bocaranda, en un tuit que acompañaba la frase de marras con dos fotos del expresidente brasileño, una cuando estaba en la oposición y condenaba con dureza implacable los actos de corrupción, y otra en el poder, cuando se lo acusa de haber estado implicado en el mayor escándalo de corrupción de la historia del Brasil, y por lo que ha debido aceptar ese ministerio que antes señalaba como salvavidas de los ricos rapaces.

La contradicción manifiesta de Lula no deja de ser una metáfora de todos los gobiernos de izquierda de la región, cuando uno recuerda sus pasados opositores. Los dos tiempos de Lula son los dos tiempos de la izquierda latinoamericana: un severo juicio sin contemplaciones ante cualquier señalamiento de corrupción en tiempos de oposición se ha vuelto el más laxo beneficio de la duda una vez en el poder, que revira incluso con sus propias acusaciones de "golpismo" y de intentos de desestabilización contra los medios de prensa y la derecha. Como si todo fuera obra de una gran conspiración regional que a los malos les dio por urdir ahora, más de 10 años después de haber perdido el poder en toda la región.

Lo cierto es que en Brasil el fraude de Petrobras no fue un hecho aislado en los gobiernos del PT. Antes fue mensalão y numerosas acusaciones de corrupción en el medio que llevaron tras las rejas a varias figuras emblemáticas del gobierno y del partido. Escándalos que fueron minando la confianza y la paciencia del pueblo brasileño. Lo de Petrobras fue —por dimensiones y por acumulación— la gota convertida en catarata que desbordó el vaso hasta inundarlo. En ese ínterin, la severa recesión económica que atraviesa el país fue haciendo el resto, hasta que el hartazgo de los brasileños colmó las calles.

Juego de espejos

Lo extraño de todo esto es cómo, en medio de ese clima de descontento y protestas masivas, la presidenta Dilma Rousseff pudo haber pensado que tenía capital político para hacer ese nombramiento de Lula a la hora undécima antes de que el juez Sergio Moro ejecutara su orden de prisión. Seguramente pensó que de ese modo se salvaban los dos: Lula y su jaqueado gobierno.

El resultado ha sido todo lo opuesto. Como en un juego de espejos, ahora no solo Lula tiene sus fueros en suspenso hasta que se expida el Tribunal Supremo, sino que el Congreso ha retomado el proceso de "impeachment" contra la propia Dilma, mediante el cual la podría destituir del cargo en un lapso de siete meses.

Todo, en suma, parece responder a una especie de pecado original de los gobiernos de izquierda de la región; y esto es, las intenciones de perpetuarse en el poder, ya sea a través de un líder o caudillo carismático —como en el caso de Venezuela, Bolivia y otros países— o a través de un partido como el PT. Esas intenciones de perpetuidad conducen, indefectiblemente y como se ha visto, al poder hegemónico. Y quien ostenta el poder hegemónico debe mantenerlo; no es barato, por cierto. Y es así como hemos visto el mensalão y toda la cadena de sobornos millonarios que el PT hubo de cometer para retener ese poder hegemónico.

De ahí a los megafraudes como el de Petrobras, el camino moral a recorrer ha de ser muy corto. Y, de comprobarse todas las acusaciones que penden sobre su cabeza, debió de haber sido el último tramo del largo trayecto que separa los dos tiempos de Lula.

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