Las noticias más importantes del ámbito local estuvieron signadas esta semana por la polémica entre los clubes grandes y el Ministerio del Interior acerca de la custodia del Estadio Centenario durante el partido clásico.
Y sí.
Además de que el asunto de la violencia en el deporte es un gravísimo problema hasta ahora sin solución, la política y el fútbol entrelazados configuran el polo perfecto de atracción. No seré yo quien plagie a Larsen en El astillero.
Y en el mundo, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, decidió romper la alianza de libre comercio con los países del Pacífico, además de una peligrosa exhibición de contradicciones entre sus posturas de campaña y flamantes posturas de cara al
gobierno. En Israel, los terroristas usan fuego y a los criminales los agarran. Algo es algo.
Pero atrás de todo esto hubo un hecho destacado –y destacado también en los medios– que bien hubiese merecido una crisis: la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) emitió un informe lapidario sobre la estructura y resultados del sistema educativo uruguayo.
Pero no.
No hubo renuncias, protestas, discusiones, reacciones positivas ni negativas. No pasó nada. Todo el mundo se encogió los hombros como si los problemas no existieran, como si fueran de otros, como si no importaran.
Tal vez el documento de los organizadores de las pruebas Pisa en las que hasta ahora Uruguay ha exhibido un penoso desempeño dice lo que todos ya intuimos.
El trabajo refiere a que en 2010 solo 25% de los jóvenes hasta 17 años completaban Secundaria, donde refleja un panorama de terror:
docentes mal pagos, muchos sin título y mayoritariamente desmotivados, carencias de equipos y problemas edilicios.
También pone los reflectores en la ausencia de liderazgo para realizar cambios y hace notar la opacidad de las autoridades en cuanto a la difusión de resultados.
Pero lo que asegura al informe un lugar en la papelera es su recomendación de olvidar el sistema de representación de los docentes en los organismos de
enseñanza, algo asociado al corporativismo, a los intereses propios antes que a los generales de la población.
Y recomienda lo obvio, que la participación de los docentes es imprescindible pero no a nivel de los organismos directrices.
Al parecer, la cuestión educativa tiene la misma maldición que padecen asuntos muy importantes: es aburrida, un tópico para entendidos, más lejano aun que la discusión de la suba de tasas en la Fed.
El hechizo es efectivo, protege a los gobernantes de una inacción letal para el desarrollo inmediato de la sociedad y que conspira contra un sistema público que, además de educar, antes cumplía un papel de integración social. Ahora los gobernantes y sus familiares envían a los niños a centros privados de enseñanza sin que se les mueva un pelo.
La magia es poderosa y los exorcistas van perdiendo. No pasa nada.
¡Olímpica tengo...!