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Lula da Silva: fue el más popular

El hombre que propició la instalación de la ola izquierdista en el continente
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22 de noviembre de 2016 a las 05:00

Por su ascenso, su caída y su influencia en el país más grande del continente, Luis Inácio da Silva, Lula, desempeñó un papel importante en la configuración del Brasil de los primeros años del siglo XXI y también propició la instalación de la ola izquierdista en el continente, que ya había comenzado a desarrollarse unos años antes.

El ahora expresidente nació en Caetés, un poblado sumido en la miseria en el estado de Pernambuco, al nordeste brasileño, la región más pobre del país. A pesar de que pasó poco tiempo allí, le alcanzó para conocer la cara más dura del interior de Brasil, algo que quedaría grabado en su memoria hasta sus días como presidente. Buscando evitar las penurias económicas y el recuerdo del abandono de su padre, la familia se trasladó a San Pablo, donde Lula comenzaría poco a poco a ingresar a los círculos sindicales más importantes de la principal ciudad del país. Allí, encabezando el Sindicato de Metalúrgicos de Sao Bernardo do Campo, Lula inició su incursión en la política, ámbito que en un principio no le atraía particularmente, y desde el cual resistió los complicados años de la dictadura brasileña. Tras la restauración democrática, fundó el Partido de los Trabajadores, un sector político desde donde buscó reivindicar el rol de, valga la redundancia, los trabajadores y, a su vez, otros movimientos sociales usualmente desestimados.

De la mano de su partido, que crecía en popularidad y peso político año a año, intentó tres veces llegar a la presidencia. Tras su cuarto intento, en 2003, Lula, que ya había inscrito ese apodo de la infancia como parte de su nombre legal, entró al Palacio Presidencial de Planalto como el primer jefe de Estado nacido en el seno del movimiento sindical.

Al asumir, sus metas estaban claras. En primer lugar, y pese al asombro y la presión de varios de sus correligionarios de izquierda, mantuvo el modelo económico de su predecesor, Fernando Henrique Cardoso, que había brindado cierto equilibrio a la nación en ese rubro. Así Lula pudo cumplir con la deuda asumida por el país con el Fondo Monetario Internacional, reducir el desempleo e impulsar una serie de planes para erradicar una de las preocupaciones que el exsindicalista había sufrido desde niño: la enorme desigualdad económica que afectaba a la mayoría de los estados del interior del país. Como resultado, cerca de 29 millones de brasileños se elevaron por encima de la línea de pobreza y la clase media pasó a constituir más de la mitad de la población.

El giro a la izquierda instalado en América Latina y su capacidad para articular alianzas con sus vecinos le dieron el impulso para consolidar al país como líder de la región e incluso situarlo en un puesto nada despreciable a nivel global. Estos puntos y otros de menor calibre desembocaron en una cifra que quedaría grabada en los libros de historia en Brasil: Lula dejó la presidencia de su país en 2011 con un 87 % de aprobación, el índice más alto de la historia para un mandatario.

Sin embargo, dos nombres ensombrecen la gestión de Lula y desvelan, a su vez, el problema de la corrupción en Brasil: Mensalao y Petrolao. Ambos escándalos se originaron durante los mandatos de Lula y ambos restaron fuerza y credibilidad a sus gobiernos. Quizás el más comprometedor, por su escala y la implicación directa de grandes figuras de la política brasileña, fue el segundo, que involucró el fraude a la estatal petrolera Petrobras.

Tras pasar algunos años alejado del poder, viendo de cerca como su pupila Dilma Rousseff conducía el país, Lula quedó a merced de la justicia brasileña, que en la figura del implacable juez Sergio Moro buscó determinar la implicación del expresidente en el esquema de corrupción. A partir de allí comenzó una historia de idas y vueltas, persecuciones y acusaciones cruzadas que incluyeron confiscaciones de sus bienes, detenciones sorpresivas, negociaciones en organismos internacionales, teléfonos pinchados que evidenciaban la vinculación del exmandatario y arriesgadas maniobras políticas. Para más inri, su principal baluarte, Rousseff, fue desplazada de su cargo a través de un juicio político.

Desde entonces, la consideración de su figura cambió. Lula ya no era sinónimo de equilibrio, erradicación de la pobreza y fortaleza política, sino que evocaba una clase política contaminada por los intereses externos y la corrupción. Aún así, mucha gente continuó a su lado y salió a las calles de Brasil a mostrar su apoyo, contrarrestando millones de voces que pedían verlo tras las rejas.

Luego de pasar por tantos cambios a lo largo de su vida, el futuro puede depararle a Lula opciones tan opuestas como relevantes. Independientemente de cómo termine su historia, su Brasil fue una realidad tangible que en su momento trascendió fronteras y que la popularidad de Lula será difícil de igualar por otro presidente.

Esta nota forma parte de la publicación especial de El Observador por sus 25 años.

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