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Más impuestos = menos empleo

Los datos recientes no son alentadores
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14 de marzo de 2017 a las 05:00

Por Dardo Gasparré

Los recientes datos de empleo no son alentadores. El nivel de participación, es decir la población que efectivamente busca trabajo, sobre la que se calcula el desempleo, empeora el diagnóstico. Porque la base tan baja reduce el resultado estadístico, y porque ese pobre umbral de actividad en la búsqueda de trabajo presagia un problema mayor: la marginalidad.

Mis amigos y colegas uruguayos me explican que la economía oriental funciona de un modo distinto a lo que ocurre en otros países y entonces Uruguay “va tirando” y como consecuencia, aunque parezca que ciertos indicadores no son buenos o que las tendencias no son positivas, finalmente se sale adelante. Eso me da una gran tranquilidad para opinar con libertad sin correr el riesgo antipático de que mis profecías se cumplan, algo siempre incómodo.

La variable trabajo funciona más o menos del mismo modo en todas partes. Cuando las reglas son muy rígidas, las condiciones laborales inamovibles y los reclamos judiciales una constante, es muy difícil adaptarse a las prácticas crueles globales. Cualquiera fuera su ideología hacia adentro, los países, hacia afuera, luchan todos para colocar sus productos con despreciable fiereza capitalista. Eso obliga a competir por precio, lo que implica una competencia universal despiadada que, entre otros factores, ajusta por desempleo. En la economía local eso no se nota demasiado, porque existe el empleo estatal, o de las empresas estatales, que estadísticamente se considera empleo, aunque tenga una buena parte de subsidio. Ese subsidio no se tradujo en situaciones dramáticas en los años de bonanza, pero se nota ahora descarnadamente, cuando el falso empleo se transforma en déficit y en consecuencia en deuda, en más impuestos, en inflación o en deterioro. Ese colchón no se puede utilizar de aquí en adelante, de modo que habrá que buscar nuevos caminos.

El otro mecanismo de salida a la rigidez laboral ha sido el ajuste por éxodo. Se utilizó mucho hacia Argentina, donde el trabajador uruguayo fue siempre bien recibido, apreciado y remunerado igualitariamente, a diferencia de otros inmigrantes. Ese recurso no está ni estará disponible, por muchos años. Argentina no es ya un país generador de empleos, ni lo será, enredado en su contubernio empresario-sindical-estatista del que no puede o no quiere salir. De modo que habrá que buscar nuevos caminos.

Otro modo de ampliar la demanda laboral fueron las inversiones y radicaciones, o mezclas de ambas. Aquí pasaron muchas cosas. La combinación de la desaparición de la banca internacional por efecto de diversas leyes y de la actividad inmobiliaria por efecto de la transparencia de información, ha reducido y seguirá reduciendo la inversión. Las propiedades que los vecinos adquirían en esta plaza no tenían justificativo de rentabilidad alguno. Simplemente eran un modo no bancario de tener dinero no declarado seguro y realizable. El enorme blanqueo argentino no es bueno para Uruguay. A menos que –como veremos– se encuentren mecanismos para aprovecharlo.

En cuanto las radicaciones, son función de los proyectos de consumo en el mercado interno o de exportaciones. Ninguna de esas alternativas está disponible. En un caso, por tamaño y porque el Estado seca el consumo con impuestos y con tasas de interés para matar el efecto de la emisión. En el otro caso, porque los costos, compuestos de impuestos, salarios, cargas y litigios, hacen inviable cualquier actividad, a menos que se descubra un Viagra local que genere un output a prueba de sensibilidad y derechos adquiridos. El otro tipo de radicación son las pasteras. Fruto de enormes concesiones impositivas que también serán objetadas en breve internacionalmente, y alguna vista gorda en otros temas. Justamente esa opción fue sepultada sin resurrección por la acción gremial, otro costo oculto del sistema laboral (que en este caso merecería un análisis de la justicia penal). De modo que habrá que buscar otros caminos para lograr la necesaria creación de empleo privado que mis amigos creen que vendrá del cielo (cosa que pasó una sola vez cuando se construyó el Arca de Noé).

Como se confunde empleo público con empleo real, muchos suponen que el camino está en aumentar los empleos y de paso los sueldos del sector público, cobrando impuestos a los que más tienen, que son siempre una entelequia, una masa infinita de ricos que admiten la expoliación eterna, sin que eso acarree efecto alguno sobre la economía. Bueno, no es así. Lo que hemos descrito en líneas anteriores es en buena parte consecuencia de esos impuestos, pero los efectos futuros serán peores, porque paralizarán cualquier intento de resolver el panorama que se plantea. Al haberse levantado el cepo contra natura a la exportación argentina y eliminado los impuestos sobre la exportación, el estímulo para radicarse e invertir en Uruguay de esos capitales y agricultores ha desaparecido. ¿Se piensa simplemente dejarlos ir? El precio de los campos parece presagiar efectos muy negativos de ese éxodo.

Se pueden plantear muchas ideas para atraer los fondos argentinos blanqueados, y para no perder su valiosa contribución a las exportaciones agropecuarias. Pero ninguna se basa en rigidez laboral, en sueldos impagables, en juicios que lleven a la quiebra ni en impuestos al patrimonio o a cualquier otra cosa. Menos cuando esos ataques son constantes, continuos e incesantes. Tampoco ese marco resulta interesante para nadie, cualquiera fuese su origen o radicación.

La combinación de impuestos, aumentos de salarios y condiciones laborales y las restricciones severas a la apertura comercial, empujan el peso hacia arriba, con lo que otro efecto que no debería descartarse es el de una baja en las exportaciones con algún valor agregado, que también cobrará su libra de carne del empleo.

Para completar, un hecho microeconómico que parece haber venido creciendo, según un grupo de testimonios: las pymes están despidiendo personal y no reponiéndolo, frente al abuso de juicios y a la falta de compromiso en su tarea del personal. Este hecho, que parecerá menor, es sin embargo preocupante, porque habla de una falta de vocación laboral y empresaria que es simplemente terminal.

Respeto la experiencia de mis amigos sobre la resiliencia de Uruguay y sobre su capacidad de amainar los vientos y de domar los efectos de las leyes económicas, aun las más inexorables: me gustaría a cambio de esa actitud, que me explicaran cómo piensan salir de este atolladero que no es exógeno, sino que ha sido provocado por políticas concretas y filosofías e ideologías precisas y sistemáticas. Espero algo similar de los jerarcas y de los legisladores del Frente Amplio, cuya única preocupación parece ser no retroceder en lo que llaman logros y conquistas, conseguidas a puro impuestazo. ¿Cuál es el plan del gobierno?

A menos que se crean otro escenario futuro mágico, que sería muy bueno conocer. Siempre es bienvenido el optimismo.

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