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Me pongo el sayo, presidente Vázquez

La acusación de bullying termina por minimizar la figura política de Sendic al extremo
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11 de julio de 2017 a las 05:00

La encendida abstracta defensa del presidente a su vice fue conmovedora. La admonición a innombrados ofensores encierra alguna clave indescifrable, más para mí, que no estoy del todo al tanto de las reglas y prácticas democráticas y de conducta política y comportamiento patriótico en Uruguay. Pero como en esta columna he criticado la semana pasada los hechos alternativos –léase relato– del Frente Amplio, donde conspicuamente me referí al exlicenciado Sendic, voy a ponerme el sayo por la parte que me pudiera tocar, y consecuentemente elaboraré sobre las expresiones del doctor Vázquez y sus exégesis, por si acaso me incluyeran.

He escuchado exhortaciones parecidas y aún más duras y descalificadoras de un par de presidentes argentinos y algunos ministros superpoderosos, a veces compartidas con otros colegas, otras dedicadas en exclusividad. De modo que no es cuestión de escandalizarse. En algún punto recuerdan también a las expresiones de los políticos brasileños y argentinos, siempre invocando a la justicia en la que juran confiar, pero siempre tratando de obstaculizarla. No es que insinúe que tal cosa ocurra aquí, pero es innegable que se asemejan.

Es posible, como muchos sostienen, que se trate de un mensaje hacia adentro, a los frenteamplistas que dejan solo y hasta hacen escarnio del vicepresidente en su hora de desgracia. Si tal fuera el caso, sería una confirmación de que el Frente considera que el gobierno y el Estado son la misma cosa, y que la lealtad partidaria o entre camaradas está por encima de las lealtades que se deben a la sociedad. Para más claridad, si el exlicenciado hubiera cometido alguna falta reprobable o aun si solo fuera sospechado de ello, no cabe tal alternativa. Es el Estado, no una hermandad.

Si en cambio el mensaje fuese para la oposición, la apelación a la solidaridad y a los códigos de barrio sería un hecho más grave: convocar a los políticos a participar de una corporación intocable. Y para completar, la acusación de bullying termina por minimizar la figura política del señor Sendic al extremo. Lo que en inglés se denominaría “patronizing”, como a un chico indefenso al que se le palmea la espalda para darle fuerza y coraje ante el rechazo de sus pares.

Alguna vez la añorada presidenta Fernández de Kirchner, al igual que su vicepresidente Amado Boudou y su ministro repartidor Julio De Vido, supieron sostener que si el periodismo tenía pruebas de algún delito debía denunciarlo a la Justicia y terminar el tema. También usaron igual argumento la presidenta Roussef, el expresidente Lula, el actual presidente Temer, y muchos otros que no desearía nombrar para no resultar tendencioso con tanta evidencia.

Debo reiterar que el periodismo no se ocupa de gestiones judiciales. Como los viejos cronistas griegos, los historiadores, como Herodoto, el cronista de hoy se ocupa de juntar trocitos de evidencias, hechos que conoce a hurtadillas, que le son siempre ocultados, para luego formular sus planteos y denuncias. Escucha también el ruido, el grito airado de la gente, que ahora llega más fuerte pero más caótico con las redes sociales. Recibe información que debe creer o no, según sus pautas, su formación, su experiencia, sus fuentes y su técnica. Su principal contralor es la credibilidad de sus lectores, cuya voz representa y cuyo juicio inapelable enfrenta permanentemente.

Watergate es un caso fácil para usar como ejemplo, pero hay miles de muestras de casos similares que estallaron solamente porque algún periodista metió su nariz donde no debía. El periodista hace las preguntas que la gente no puede hacer, plantea los temas que la sociedad no se anima a plantear o no tiene cómo hacerlo. Y a veces destapa situaciones que nadie habría imaginado. El caso del título de licenciado se habría esfumado en un instante si hubiera existido un diploma válido para exhibir. Fue la tozuda insistencia a negar la verdad lo que potenció el hecho original. Resistencia que aún perdura, si se pone atención en las declaraciones.

En el caso de las tarjetas de crédito y los viáticos, ocurre algo similar. Siempre la sociedad tiene derecho a dudar. No necesita pruebas para ello. La frase de que la mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo no es meramente una expresión de hipocresía. Es una señal de respeto a la ciudadanía que debería recordarse siempre. Nadie intentaría el linchamiento mediático del funcionario si se produjese la publicación y justificación de cada erogación. El hecho de que se haya aceptado que no existía un sistema de contralor de gastos es un agravante que da mayor pie a los que claman por un análisis exhaustivo.

En todos los países se dan casos de jerarcas separados de sus cargos y sancionados por casos de corrupción relativamente menores. Es que se trata de delitos de probatio diabolica o imposible y entonces basta que se pierda la confianza en el político por una irregularidad menor, para que la sociedad deje de creer en él. Tal carga es inherente al contrato que suscribe el político con la gente cuando se postula para servirla.

Por eso es erróneo e injusto calificar, descalificar o apostrofar la queja colectiva. Como dijera el gran filósofo futbolero argentino César Luis Menotti: “El público tiene derecho a silbarnos, jugamos mal”. ¿No estarán jugando mal, señor?

También es grave que mientras el presidente Vázquez sale de garante de su vice, se siga sosteniendo que las increíbles y sospechosas pérdidas de ANCAP, donde el jerarca estuvo involucrado, se deban a errores o deficiencias en la gestión. Como si ello hubiera sido fehacientemente establecido por alguien. Se da por cosa juzgada una diferencia de caja que nadie sabe a ciencia cierta de cuántos millones de dólares se trata ni cómo se originó. El mecanismo perverso de las seudoempresas del Estado permite estos malabarismos dialécticos. Me pregunto si tanto el Frente como la oposición, más que condenar al Señor Sendic por temas menores, aunque serios, le están haciendo un favor al no involucrarlo en semejante daño al patrimonio común. ¿Temerán ser considerados traidores si lo hicieran?

Cuanto mayor sea el secreto con que se cubran todos estos temas, mayor será la duda de la ciudadanía y consecuentemente, del periodismo. Escucho que hay conveniencias políticas internas que hacen que al Presidente le interese no tener que remplazar a su vice en este momento y por eso esta riesgosa defensa. Tampoco eso debe importar al periodismo, cuya tarea no es hacerse cargo de las preocupaciones partidistas de los funcionarios, por loables que fueran.

Un destacado colega se hacía una lúcida pregunta: “¿Y si Vázquez tiene razón en quejarse del ataque a Sendic, por todo lo que implica? Me surge un segundo interrogante, ¿y si Vázquez no tiene razón?

La república camina siempre en difícil equilibrio por la tensa cuerda que une las respuestas a esas dos preguntas. El periodismo tiene la tarea de formularlas.

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