Montevideo se viste de Praga

Un seductor nato, un picaflor, un hombre para quien la fidelidad es apenas una palabra y la conquista de otra mujer la base de su hambre. Ese es Don Giovanni, el Don Juan italiano.

Con la base de este personaje popular, en 1787 el libertista italiano Lorenzo Da Ponte, entonces residente en Viena, se trasladó a Praga para escribir el guión de una ópera jocosa (una “opera buffa”), a la que le pondría música el mayor compositor del imperio austríaco y de todo el mundo conocido hasta entonces: Wolfgang Amadeus Mozart.

De esa confluencia que tiene más de tres siglos surgió Don Giovanni, considerada por buena parte de la crítica especializada como una de las mejores óperas de todos los tiempos. A fines del siglo XIX, el escritor Gustave Flaubert, en una de sus cartas, dijo que junto “al mar y a Hamlet, Don Giovanni es uno de los tres creaciones más finas de Dios”.

Es por todo esto que hoy Montevideo se viste un poco de Praga, la actual capital checa pero que en 1787, cuando se estrenó Don Giovanni, era una ciudad austríaca.

A partir de las 20 horas en el Teatro Solís se pondrá en funcionamiento ese mecanismo sutil y envolvente que es la ópera de Mozart.

La función se repite además este miércoles, el viernes y culmina el lunes que viene.

Figuras internacionales
Estas funciones de Don Giovanni cuentan con una conjunción de figuras importantes. La dirección orquestal está a cargo del maestro italiano Carlo Tenan. En el papel de Don Giovanni estará en la voz del barítono uruguayo Marcelo Guzzo, quien se formó en el país y ha tenido un amplio reconociemiento internacional, cantando entre otros lugares, en el Metropolitan Opera House de Nueva York y en la Opera House de San Antonio (Texas), junto al cantante italiano Andrea Bocelli.

En el papel de Leporello, ayudante de Don Giovanni en sus engaños, está el bajo argentino Lucas Debevec. Como el Comendador, actuará el bajo ruso Alexei Tanovitski. Como la bella Donna Anna cantará la italiana Joanna Paris.

La dirección de escena del español José Francisco Carreres tralada la acción original a un ambiente de la primera mitad del siglo XX, con vestido de traje, golilla y gacho, y Leporello como si fuera un turista con cámara de fotos incluída. La escenografía incluye en el fondo un campo de trigo y una cama de dormitorio que juega como elemento inconexo con resto del espacio, donde el amante lleva a su víctimas. También se ve por allí alguna bandera de la República Española, lo que ayuda a ponerle un contexto más moderno a un clásico de todos los tiempos.