Penal de Libertad

Nacional > VISITA A CARCEL

Narcos, besos y palos

Sin identificarse, El Observador visitó a tres reclusos en el penal de Libertad, donde hace un mes explotó “la peor crisis carcelaria de la década”
Tiempo de lectura: -'
19 de mayo de 2012 a las 22:07

Sacate toda la ropa”, ordena el policía en una habitación de cuatro metros cuadrados. “Toda la ropa”, insiste. “Date vuelta. Inclinate”. Cumplo las órdenes y me convierto en una escuadra humana con las nalgas al aire. Uno, dos segundos de silencio. “Impecable”, gruñe desde atrás el agente.

El jueves 10 visité a El Ricky, un recluso del penal de Libertad que le prohíbe a su hija de 7 años que vaya a verlo para evitar que sufra estos controles de ingreso. A las mujeres no se les exige convertirse en escuadras humanas, sino que suban desnudas a una pequeña escalera, que se agachen, separen sus glúteos y tosan. Debajo, una policía las inspecciona con linterna.

El Estado viola así la ley 18.315: “La policía no puede desnudar a una persona detenida o conducida ni revisar sus partes íntimas, salvo cuando se trate de una situación excepcional en que esté en riesgo la vida o la integridad física de la misma, enterando de inmediato al Juez competente”. Aunque este tipo de controles, que pretenden impedir el ingreso de estupefacientes a la cárcel, no son una novedad, la violación de las leyes, en particular las torturas policiales, son cada vez más frecuente, según los presos. Desde el 20 de abril, cuando un recluso le disparó a un policía que falleció días más tarde, el penal de Libertad es una olla a presión.

El ómnibus con destino al penal de Libertad parte desde la terminal de Río Branco a la hora 7.45. Un caballero de bigotes canosos y una mujer de botas negras cargan grandes cajas en la bodega. Una señora de gabardina celeste y labios pintados de rojo sube a pocas cuadras y saluda a los pasajeros, con quienes conversa sobre juzgados y traslados. Cuenta meses con los dedos y sonríe. En Ciudad del Plata y Playa Pascual el ómnibus se completa de trabajadores y escolares, pero al abandonar la ciudad de Libertad, otra vez quedamos cuatro.

En el almacén Los Paraísos, que oficia como agencia de Cita y destino del trayecto, familiares y amigos de los reclusos compran bebidas, bizcochos y dejan, por $10, las pertenencias que no pueden ingresar al penal: celulares, billeteras, dinero, llaves. “Esperemos volver”, bromea la señora de labios rojos. Con las cajas al hombro, bajo lluvia, el caballero de bigotes canosos emprende la caminata hacia el territorio penitenciario, que queda a unos 500 metros y 20 charcos de distancia del almacén. El resto lo seguimos en silencio.

Luego de traspasar el umbral de hierro herrumbrado, el caballero y las mujeres quedan en el galpón que dice ERL (Establecimiento de Reclusión Libertad) para dejar las cajas, que tras un exhaustivo control serán llevadas por los guardias a las celdas. Sigo viaje hacia la sala de visitas. A un lado del camino dos presos trabajan una huerta y detrás se ven los contenedores donde residen unos 50 narcotraficantes. Más adelante, un grupo de militares custodia el perímetro carcelario.

Después de caminar unas cinco cuadras más, llego al preámbulo de la sala de visitas: el segundo puesto de control, donde otro pelotón de visitantes aguarda su turno.

La mayoría de los familiares y amigos de los reclusos salió de Río Branco en el ómnibus de las 6.15 y unos pocos llegaron en auto. Junto a la fila de ansiosos visitantes que esperan ser inspeccionados se levanta un parking improvisado de cochecitos de bebés. En el piso, envoltorios de caramelos y colillas de cigarros. Los gritos de los prisioneros, banda sonora de la espera, recorren las tres o cuatro cuadras de distancia con el edificio de cinco pisos donde viven.

Durante las dos horas de espera, la mujer de gabardina celeste se pone al día sobre los nuevos artículos que se puede ingresar directamente a la sala de visita. En la lista figura mermelada de durazno. Ella trajo de otro fruto y se enoja.

Otra mujer, de ojos negros, machucados, también expresa su molestia: uno de los reclusos liberados esa semana se llevó todas sus pertenencias. “Ese, que no vuelva”, reza en nombre de los códigos carcelarios, que establecen que el preso que queda libre debe dejarle a los demás su ropa.

Cédula, certificado de domicilio, una fotografía instantánea y la revisión de los artículos para compartir con los reclusos durante la visita. Al fin, llega el turno de pasar por el último test: convertirse en hombre escuadra, demostrar la capacidad de sufrir la violación estatal. Tras la aprobación del policía (“impecable”), la puerta se abre. Solo restan unos metros para entrar a la sala de visitas.

Los narcos reciben visitas los jueves. En el penal de Libertad hay 260 reclusos acusados de delitos vinculados al narcotráfico: 76 en el sector 1A, 76 en el 2A, 40 en el 2B, unos 50 en los contenedores y otros 17 en el sector llamado Las Piedras, donde residen los más poderosos, entre ellos Luis Alberto “Betito” Suárez y Anastazije “El croata” Martincic.

En la sala de visitas (un galpón de 50 metros por 20, con mesas y sillas, seguido por un patio cercado) Ricardo “El Ricky” Guerrero, de 30 años, me esperaría con campera gris y roja en la mesa ubicada junto al baño de lisiados, según lo acordado.

Nunca encontré el baño de lisiados. Encontré a un hombre de pelo largo, vestido con campera de la selección uruguaya y pantalón de River Plate jugando con su niño, y a Tatiana, la hija de un recluso, saludando orgullosa a una amiga, hija de otro preso, desde los hombros de su padre. Un par de gorriones revolotean entre el humo del cigarrillo de la sala, una pareja se besa con cariño y otra con pasión contra la pared. Una doña llora sentada contra la misma pared, de la mano del que presumo es su marido. Junto a ellos, el hijo –el parecido con el padre es innegable– que aguantó callado delante de mí la espera de dos horas en el control de ingreso. Tres adolescentes, con el mate servido, aguardan a su padre, que aparece al fin por la puerta con una campera de Boca Juniors. Mientras calienta agua con un sun, el padre de Tatiana me explica que primero llega la visita y después los guardias bajan al recluso, esposado.

Pero hace más de 20 minutos que llegué y El Ricky no aparece y tampoco aparece el baño de lisiados. La pareja que se besaba ya entró a uno de los baños. El caballero de bigotes canosos habla con un muchacho de bigotes oscuros. La sala huele a colonia y el ambiente es amigable. Entonces, tomo confianza: “Disculpe, ¿No ha visto a El Ricky?”. “Vos sos el periodista”, me contesta alguien que no viste campera gris con rojo ni tiene 30 años. Carlos Sosa me lleva con El Ricky, que esperaba, como me había dicho, junto a una puerta que luce un solo y enorme mensaje: “Baño de lisiados”.

Carlos presenta a su señora, a Gastón y a su compañera. Después de vernos las caras por primera vez, Ricky me invita a compartir la mesa con ellos. Almorzamos galletas. Me doy cuenta de que ha dejado de llover.

A la hora 8 del viernes 20 de abril, Gastón y otros cinco reclusos bajan a trabajar. Apenas empiezan a desparramar pedregullo escuchan tiros. “Que no se mueva nadie de acá”, ordena el policía que los vigila. Junto a otros tres reclusos, regresan al edificio escoltados por agentes que comienzan a pegarles y dispararles balas de goma. “¡Pará, que esta es la gente de la cuadrilla!”, advierte uno de los encargados a los policías que disparan. “No defiendas a un preso”, responde un guardia.

“Estaban sacados”, cuenta Gastón. “Uno de ellos gritaba: ‘Vamos a matar a uno de estos hijos de puta’”. Sin que aún lo supieran, en el penal se había desatado “la peor crisis carcelaria de la década”, tal como la calificó el comisionado parlamentario para cárceles, Álvaro Garcé, en diálogo con El Observador.

Esa mañana, cuando era conducido a la visita para reunirse con su abogado, Eduardo Brasil Sastre descargó su arma 9 milímetros contra dos policías en el piso 3 del penal. Hirió a uno en una pierna y a Oseas Pintos, de 27 años, en la cabeza. Días después el agente falleció en el Hospital Policial.

El Pulga considera que “fue un suicidio”. Cuenta que El Yiyo, alias de Brasil Sastre,“había tomado mucha cocaína esa mañana” y “no quería vivir más: tenía una pierna casi con gangrena, ya antes había matado a un policía y se iba a comer como 30 años de cárcel”.

Aunque la acción del preso fue aislada (no hubo motín en el Libertad), reveló una situación insostenible (los policías entran armas a las cárceles para los presos, según informó Garcé) y desató una ola de motines en otros centros (el miércoles 25 en el Comcar y los domingos 22 y 29 en el Centro Metropolitano de Rehabilitación Femenino, ex CNR).

El Pulga denuncia que a El Yiyo lo fusilaron minutos más tarde en un calabozo del subsuelo. Esa tarde, la jerarquía policial reunió allí a los delegados del penal. “El piso estaba lleno de sangre”, recuerda.

El comisionado parlamentario para cárceles descarta la hipótesis de fusilamiento. “Que hubiese sangre de Brasil Sastre en el calabozo no significa que lo hubiesen ejecutado allí”, explica. “Quizá lo llevaron hacia el subsuelo después de haberlo matado en el tiroteo del tercer piso”, agrega.

El Pulga denuncia además a las autoridades penitenciarias por permitir maltratos físicos contra los reclusos (ver recuadro).

Tanto El Ricky como Gastón presentaron denuncias de maltrato en el Juzgado Penal de Libertad. Gastón sufrió golpes el viernes 20 y el miércoles 25 de abril. “El miércoles, antes de que me llevaran al forense (para denunciar los maltratos del viernes), me comí terrible paliza”, relata Gastón. “Acá siempre fue duro, pero nunca reprimieron gratis, como pasa ahora, desde que (el ex director metropolitano de cárceles, Eduardo) Pereira Cuadra culpó a los narcos de los líos en el penal”, denuncia El Ricky.

Los presidiarios cuentan que el miércoles 25, cuando se reintegró la guardia a la que pertenecía el policía asesinado (trabajan una semana y libran la siguiente), hubo palizas para todos, en el primer y el tercer piso. “Al lado de mi celda, casi se les va la mano y matan a uno”, dice El Ricky.

Las denuncias de golpizas también se filtraron a la prensa a través de mensajes de texto desde el tercer piso, donde se disparó la primera bala. El sábado 5 de mayo, cuando salieron al patio, los presos de los sectores 3A y 3B recibieron palos y balazos (ver foto). Bonomi admitió a El Observador que, para frenar el contraataque policial, ordenó la rotación de la guardia penitenciaria a la que pertenecía el guardia riverense asesinado por Eduardo “El Yiyo” Brasil Sastre.

Empezó a llover otra vez. Por una de las ventanas abiertas entran gotas que nos mojan. El Pulga llama a un recluso, pide un encendedor, le hace piecito y su compañero quema la piola que mantiene abierta la ventana. Con la ventana cerrada ya no nos mojamos.

Para el Pulga, “la Policía –que los culpó de promover el atentado contra los guardias en el penal– está poniendo a los presos contra los narcos”. “Siempre hubo rivalidad entre los narcos y los demás presos”, reconoce El Ricky, quien agrega que, a diferencia de ellos, “acá, en el penal, hay gente que no ve una Coca Cola hace un año”.

Entre galletas, sorbos de refresco y relatos, se hace el mediodía. El diputado nacionalista José Carlos Cardoso, quien interpelará el 4 de junio al ministro del Interior, Eduardo Bonomi, por la crisis carcelaria, aparece en el panóptico de la sala de visitas acompañado por las nuevas autoridades penitenciarias.

En la sala hay al menos tres brazos enyesados y varios ojos rotos. Desde la puerta, un guardia grita minutos antes de la hora 14: “Fin de la visita”. l

    Comentarios

    Registrate gratis y seguí navegando.

    ¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

    Pasá de informarte a formar tu opinión.

    Suscribite desde US$ 345 / mes

    Elegí tu plan

    Estás por alcanzar el límite de notas.

    Suscribite ahora a

    Te quedan 3 notas gratuitas.

    Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

    Esta es tu última nota gratuita.

    Se parte de desde US$ 345 / mes

    Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

    Elegí tu plan y accedé sin límites.

    Ver planes

    Contenido exclusivo de

    Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

    Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

    Cargando...