Henry Kissinger

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Ángel y demonio

En su día probablemente el hombre más poderoso de toda la historia, Henry Kissinger ha sido asimismo la figura más compleja de la política mundial. Fue todo lo que se dice de él, y más también
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04 de diciembre de 2023 a las 05:04

Para algunos, Henry Kissinger fue un héroe que salvó al mundo de la tercera guerra mundial; para otros, un criminal de guerra. No hay términos medios en cuanto a la figura y el legado del hombre que acaba de morir.

Si acaso, otros, los más moderados, lo consideran un genio diplomático pero, a la vez, el símbolo de la realpolitik necesaria en la Guerra Fría, el policymaker maquiavelista que llevó al polémico realismo en relaciones internacionales de las aulas de la academia al gobierno de la superpotencia.

Lo más probable es que Kissinger haya sido las dos cosas, o para el caso, las tres. Sea como fuere, se trata de una visión muy simplista de un personaje tan complejo y de infinitas aristas.

En todo caso, que haya sido un realista toda la vida es más que discutible: su tesis de Harvard se basa en la famosa obra de Immanuel Kant La paz perpetua, razón por la cual Niall Ferguson llama a Kissinger en el primer volumen de su biografía autorizada, justamente, El Idealista.

La contracara de esa biografía es el libro del fallecido Christopher Hitchens “The Trial of Herny Kissinger”, donde, con una prosa tan virulenta como penetrante, lo termina condenando por “crímenes de guerra”.

Realista o idealista, ángel o demonio, todo lo que pensó e hizo Kissinger en su vida estuvo marcado por lo que le tocó vivir desde muy pequeño: la persecución Nazi en su Baviera natal, hasta su adolescencia como refugiado judío en Nueva York; su servicio militar en la Segunda Guerra Mundial y sus múltiples trabajos mientras estudiaba por las noches hasta graduarse de Harvard, su primer gran peldaño en una vertiginosa escalera de poder que lo llevaría hasta la cima; y a delinear los contornos más relevantes del orden internacional.

Así pues, tiene sentido que haya sido primero un idealista en busca de la paz perpetua kantiana en su época de estudiante; luego, un realista desalmado en sus años de mayor poder y, por último, habría razones para argumentar que, ya retirado en el final de su vida, volvió al idealismo.

Yo no estoy aquí ni para defender ni para denostar su legado, sino para tratar de entenderlo. Vaya por delante que para quienes estudiamos Relaciones Internacionales en Washington a principios de los noventa, Kissinger es una figura difícil de eludir. Por décadas fue el omnipresente ex funcionario más respetado, admirado y consultado por eso que llaman el foreign policy establishment, la élite de la política exterior de Washington que se mueve a través de una puerta giratoria entre la academia, los altos cargos de gobierno, los think tanks y los medios para terminar definiendo la toma de decisiones en el plano internacional. Son los pretores de la Antigua Roma, y Kissinger fue durante mucho tiempo el gran patriarca de esos pretores.

Esto lo vi varias veces, cada vez que iba en Washington a la presentación de alguno de sus libros, cada uno más revelador que el anterior del pensamiento y la acción de Kissinger.

Como estadista había sido el más influyente, incluso más que varios presidentes, el único jerarca que había sido secretario de Estado y también consejero de Seguridad Nacional. Ideólogo y ejecutor de la détente con la Unión Soviética, de la reapertura con China, del equilibrio entre las grandes potencias y de numerosas ideas y enfoques diplomáticos que lo convierten en sí mismo en materia de estudio. Fue él quien le sacó a la geopolítica el mal nombre, como una tarea de oscuros estrategas conspirando en una amplia sala de conferencias para dominar el mundo, hasta convertirla en una disciplina más de las relaciones internacionales.

Hace poco, cuando Kissinger cumplió cien años, publiqué en este espacio algunas reflexiones a bote pronto. Un texto en particular, El regreso del Jedi, [link: https://www.elobservador.com.uy/nota/el-regreso-del-jedi-202372021160] fue objeto de críticas porque solo le dedicaba un par de párrafos a su participación en las dictaduras sudamericanas para luego centrar la nota en el histórico logro de la reconciliación con China, y en el Kissinger más reciente y, por ende, más pacifista, en un mundo donde los grandes conflictos vuelven a estallar en forma preocupante.

Pero es verdad: hoy, cuando Chile acaba de conmemorar los cincuenta años del golpe contra Allende y el trauma social que significó para los chilenos ver a la fuerza aérea de su propio país bombardeando La Moneda, no podemos olvidar la participación de Kissinger en ello y, en general, las nefastas políticas que impulsó durante una década como el hombre más poderoso del mundo.

En cuanto a la historia que resurgió y circuló mucho las últimas horas sobre la presunta conspiración con el entonces régimen dictatorial de Brasil para amañar las elecciones uruguayas de 1971, se conocía desde hace 20 años. Resurgió ahora tras la muerte de Kissinger porque Ron Kampeas, el periodista de AP que en 2002 publicó esos documentos desclasificados, decidió el jueves recordarlo en su cuenta de X despertando el interés de varios periodistas de habla inglesa que no conocían la historia. No revela nada nuevo. Pero la participación de Kissinger, de Estados Unidos y la CIA en el golpe de Chile y en el Plan Cóndor está plenamente documentada, así como su apoyo a las dictaduras de Brasil, Uruguay y Argentina como parte de la Doctrina Nixon.

Pero si esa fue su estrategia en Sudamérica, en el marco de una guerra fría que entonces se vislumbraba ardua y compleja, en el Sudeste Asiático las políticas de Kissinger fueron aun más ominosas: en Vietnam, en Laos y en particular en Camboya. En 2019, John Dower publicó El violento siglo americano con todos los últimos documentos desclasificados. Allí se recrean las campañas de Napalm y Agente Naranja con que se rociaron vastas zonas pobladas de Camboya, así como los dos millones de toneladas de bombas que Estados Unidos arrojó causando la muerte de miles de civiles camboyanos. El autor recuerda la famosa frase de Kissinger al ordenar ese brutal bombardeo: “Todo lo que vuele sobre todo lo que se mueva”.

En el Kissinger posterior, sin embargo –digamos, el Kissinger de las últimas tres décadas–, se puede adivinar un retorno al idealismo; acaso también, un arrepentimiento no expreso de aquellas atrocidades. En Diplomacy [La Diplomacia - Fondo de Cultura Económica, 1994], por ejemplo, su obra monumental de mediados de los noventa, donde analiza desde Napoleón y Richelieu hasta predecir el mundo multipolar de hoy con el ascenso de China e India como superpotencias, Kissinger ya ensaya una autocrítica del “mesianismo” norteamericano como un “cruzado” de la libertad en el mundo. A pesar de que la obra siempre ha sido considerada un alegato maquiavelista en favor de la hegemonía de Estados Unidos, en sus más de 900 páginas Kissinger ya empieza a dar sus primeras pinceladas sobre la importancia del equilibrio entre las grandes potencias y, ante todo, de no provocar a Rusia y a China.

Lo vuelve a hacer en sus interminables memorias; lo hace otra vez con creces en On China [China - Debate, 2012]. Y ya se había pronunciado desde fines de los noventa contra la expansión de la OTAN delineada por los neocon que desde entonces han conducido la política exterior más desastrosa en la historia de los Estados Unidos. A largo plazo –sostenía Kissinger– la expansión de la alianza atlántica provocaría “un conflicto directo con Rusia”.

A la luz de los hechos, hoy podemos decir que tenía razón. Como tenía razón tras la invasión de Rusia a Ucrania en cuanto a que había que buscar una paz negociada en los primeros meses del conflicto; y no hacerle caso a los bustos parlantes de las cadenas estadounidenses que todos los días nos repetían la pueril sandez de “Ucrania va ganando y Rusia va perdiendo”.

Hoy, 20 meses y 100 mil ucranianos muertos después, Ucrania no ha ganado ni va a ganar.

Al menos esos muertos, la conciencia de Kissinger no se los llevará a la tumba. Quedan en la de los vivos que hoy siguen atizando el fuego de la guerra.

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