Hay momentos donde la orquesta del Sodre no toca. Cuando las trompetas y los trombones no tienen que acompañar las letras amarillas que se deslizan sobre una galaxia. Cuando los violines no tienen que replicar la adrenalina de los personajes disparando desde el Halcón Milenario. O cuando los timbales no tienen que anteceder con su bom, bom, bom el duelo entre un maestro y su viejo aprendiz.
En los momentos donde no tocan, los músicos no pueden aguantar y giran sus cabezas hacia la pantalla. En la película, la figura oscura de Darth Vader eclipsa el fondo blanco de la nave rebelde. Se escucha su respiración.
Tras una transición de arpa, la orquesta vuelve a hacer silencio. C-3PO y RD-D2 recorren el planeta desértico de Tatooine. También calla cuando Luke Skywalker se queja con los robots de su vida de granjero, antes de que la princesa Leia (la fallecida actriz Carrie Fisher) aparezca en un holograma y pida ayuda.
Pero el mensaje de Leia es en realidad para otra persona, un tal Obi-Wan Kenobi.
RD-D2 entonces deja de proyectar el holograma. Luke, cautivado por la imagen de la princesa, se molesta y le reclama que lo vuelva a pasar, pero el robot se niega. El personaje interpretado por Mark Hamill se marcha para sumarse a sus tíos en la mesa familiar. Allí le insiste a su tío que lo deje marcharse de la granja, pero el hombre le contesta que lo necesita, por lo menos un semestre más.
Aun más frustrado, Luke sale a mirar el atardecer. Dos soles se ponen en el horizonte de Tatooine y el corno francés de la orquesta –que tiene varios solos en el film– explica la mirada del muchacho, mientras introduce el icónico Tema de la Fuerza.
La melodía mística y esperanzadora es uno de los leitmotivs de la saga de nueve películas. En Una nueva esperanza (1977) aparece por primera vez. No lo hace solo con Luke. También cuando entra en escena el viejo Ben Kenobi.
Salva a Luke de unos bandidos y el joven le dice que no sabe cuánto se alegra de verlo. El droide que recién compró –RD-D2– estaba buscando a una persona con su mismo apellido, pero de nombre Obi-Wan.
—¿Es pariente suyo? ¿Sabe a quién se refiere?
—Obi-Wan —repite Alec Guiness, que recibió una nominación a los Oscar por este rol— Obi-Wan...
Una vez más, el corno francés hace un garabato de esperanza en el aire, pero ahora lo acompaña la mirada perdida de Guiness. La nostalgia invade a su personaje y al público del Sodre.
—Hace mucho tiempo que no oigo ese nombre... Mucho tiempo.
Durante cuatro noches, desde el jueves 18 de mayo hasta el domingo 21, en el Auditorio Nacional Adela Reta, se proyecta la película original de Star Wars, acompañada por la Orquesta Sinfónica Nacional del Sodre. El show cuenta con dos partes de una hora y un intervalo de 15 minutos. El domingo la película tiene doblaje al español; en las funciones anteriores está subtitulada.
La orquesta se encarga de toda la música extradiegética, es decir, la banda sonora. Por lo tanto, para lamento de los fans, no incluye la música que toca la especie de banda de jazz alienígena en la cantina donde aparecen por primera vez Han Solo y Chewbacca.
Para dirigir a los músicos del Sodre en este evento, la producción eligió al argentino Ezequiel Silberstein, que de chico leía a Ray Bradbury y a Isaac Asimov, que le encanta la saga de Star Wars y especialmente su banda sonora.
“Soy un fan total de John Williams. La música de estas películas es algo increíble. Con temas tan conocidos y melodías icónicas”, cuenta a El Observador.
La saga de Star Wars tiene nueve películas. Desde que su creador George Lucas vendió la franquicia a Disney en 2012, solo dos nombres se mantuvieron desde el film original de 1977 hasta El ascenso de Skywalker en 2019: el del actor detrás de C-3PO, Anthony Daniels, y el del compositor John Williams.
Williams fue nominado seis veces a los Oscar por sus partituras para Star Wars (Una nueva esperanza (1977), El imperio contraataca (1980), El retorno del Jedi (1983), El despertar de la fuerza (2015), Los últimos Jedi (2017) y El ascenso de Skywalker (2019)). Lo ganó justamente por la película de 1977. Aunque también por El violinista en el tejado (1971), Tiburón (1975), E.T., el extraterrestre (1982) y La lista de Schindler (1993).
“Dirigir una banda sonora así es un honor y por otro lado una responsabilidad gigante”, asegura Silberstein. “En este caso también porque no es que sea un concierto y ya, sino que estamos tocando la banda sonora en vivo de la película y tiene que estar todo el tiempo en perfecta sincronía con lo que está ocurriendo en la pantalla”.
Pero si se viene hablando de premios para ilustrar un perfil, Silberstein recibió “un Grammy de la Academia Norteamericana de grabación y dos Grammy Latinos por la dirección de la Nashville Recording Orchestra en el álbum La Conquista del Espacio de Fito Páez, junto a quien debutó recientemente en el Carnegie Hall de Nueva York”, según dice la página web del Teatro Colón de Argentina, donde Silberstein es regente y director musical de la Academia Orquestal del Instituto Superior de Arte desde 2018.
Más allá de su prontuario, Silberstein dice que el evento en el Sodre “es un desafío enorme para lo que uno se entrena muchísimo”.
“Dejás todo”.
Ver la película con la orquesta del Sodre es un viaje en el tiempo. No solo a “una galaxia muy, muy lejana”, sino también, primero, a un cine con música en vivo y, segundo, a una sala de 1977, donde la audiencia queda impresionada por el despliegue visual y sonoro.
Eso sí, en la sala Eduardo Fabini la predisposición es buena. Antes de ingresar, fans posan disfrazados con túnicas y sables láser. Apenas comienzan los créditos iniciales, un niño de nueve años no aguanta y grita: woo hoo, y cuando los rebeldes aplauden después de destruir la Estrella de la Muerte, a él se le escapa un aplauso también.
El público todo se encarga del sonido, en un momento donde la orquesta está callada y los personajes se desesperan, atrapados en un triturador de basura.
Luke le pide por un intercomunicador a sus droides, que se encuentran en otra parte de la estación espacial, que apaguen los trituradores. R2-D2 lo logra, y Luke, Han Solo y Leia gritan de la emoción. En cambio, C-3PO se confunde.
—Escúchalos. Están muriendo, R2. Maldito sea mi cuerpo de metal. Fui muy lento.
El público se encarga del sonido y estalla en risas. A través de la imaginación, se puede suponer que así lo hicieron los espectadores de 1977. También que se pusieron de pie cuando terminó la película y aplaudieron. Quizás también que un espectador salió de la sala con la música en la cabeza y disfrazó de corno francés un silbido.
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