Marian Caviglia

Marian Caviglia

Tips al plato

Astrid y Gastón, un Pedacito de Lima en Chile

Miércoles agobiante en el aeropuerto de Santiago. Encaré ansioso la puerta del taxi que me llevaría a un aire acondicionado y también a Las Condes.
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07 de febrero de 2014 a las 00:00

Hojeando una revista del taxi saltaron a mis ojos dos nombres conocidos: Astrid y Gastón. No será el de Lima pero bien debe valer la pena.

Fue así que cinco horas mas tarde ya estaba sentado en una mesa de este pedacito de Lima en Santiago de Chile.

El restaurant se ubica en una casa bastante por fuera del circuito gastronómico y se guarda la imagen exterior para sorprender dentro con una excelente comida.

Tuve la suerte de esperar una mesa en la barra acompañado de un pisco sour a la peruana. ¡Como me gustan las barras!

Ya de entrada sorprende el contenido de un recipiente para acompañar el pan: cebolla frita en aceite de oliva, ajo, queso de cabra y pimentón verde.

Mientras miraba la entretenida carta se me acerca el encargado a quien ametrallo a preguntas sobre quiénes son Astrid y Gastón, qué es el Rocoto y hasta cómo se hace el anticucho.

Astrid (austriaca) y Gastón (peruano), se conocieron en Paris en la Universidad (creo haber entendido que estudiaban leyes) y decidieron quién sabe en qué momento, ingresar al mundo gastronómico para convertir un sueño en este increíble lugar esparcido por Lima, Santiago, Bogotá, Caracas, Quito y Madrid. El restaurant de Santiago es el segundo que abrieron hace 13 años luego del original de Lima que este año cumple 14. El equipo de la cocina es casi enteramente peruano.

De entrada pedí un Patito Pekinés guiado por la cyber sugerencia de Marian que miraba la carta a través de mi celular desde muchos quilómetros al otro lado de la cordillera. La consigna era fácil: Marian elige, yo los pruebo. La sorpresa fue buenísima cuando me enteré de que cada bocado lo tenía que armar el comensal con unas tortillas de maíz morado (confieso que no sabía de su existencia...pero estoy disculpado ¿no?) para envolver el pato que venía crocante por fuera con una salsa dulce de chifa.

Para elegir el principal, me dejé llevar por la sugerencia de uno de los mozos: la centolla de Punta Arenas. En realidad se trataba de un plato de spaghettis con una salsa de centolla y viene con una espuma con gusto a rocoto. Riquísimo a pesar que me esperaba otra cosa engañado por el nombre. Ah, por cierto, una copita de chardonnay chileno me miraba estoica y como siempre servida en dos cuotas, para que se mantenga fría.

Con el postre perdí por cansancio aunque me tentaba un suspiro de limeña.

Mientras pedía un taxi reflexioné: ¡qué caro que está Uruguay! Pisco, entrada, plato y vino: U$S 80 con propina incluida.

Llegó el taxi y a la cama.

Por Fernando Schaich, para Marian Caviglia

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