Mundo > ISRAEL

Benjamín Netanyahu, ¿un político carismático o un populista de derecha?

El primer ministro ha quedado rodeado de políticos de extrema derecha y religiosos ultraortodoxos, una alianza que amenaza a la actual sociedad israelí
Tiempo de lectura: -'
22 de julio de 2023 a las 05:04

Por Rubén Pereyra

El Estado de Israel se encuentra sumido en una crisis política inédita, a partir de la asunción del gobierno de derecha más extremo que haya gobernado el país –según lo definió el presidente de Estados Unidos, Joe Biden– y una serie de leyes que han despertado la feroz oposición de gran parte de la sociedad israelí, más específicamente de todo el arco progresista, de izquierda y de centroizquierda.

El histórico líder político del Likud, Benjamín Netanyahu, ha quedado rodeado en su cargo de primer ministro de una serie de políticos de extrema derecha y de líderes de partidos ultraortodoxos. Esa alianza impulsa una cantidad de reformas que pondrán patas para arriba lo que conocemos de la sociedad israelí.

Si se pensaba que el irresuelto conflicto con el pueblo palestino era el mayor de los problemas israelíes y, en el frente externo, su archienemigo Irán y su programa nuclear, hoy este país –quizás el más poderoso y desarrollado de Oriente Medio– se encuentra sumergido en una crisis interna, atravesado por una grieta política que ha partido a la sociedad israelí en dos bandos: quienes están en contra de Netanyahu y quienes están a favor.

El detonante: una reforma judicial que recortará el poder del Tribunal Supremo de Israel, que muchos leen como un cheque en blanco de poder ilimitado para el primer ministro. Esta reforma viene acompañada de otras iniciativas –una de ellas, forzar la renuncia de la fiscal general Gali Baharav-Miara a partir de una campaña de desprestigio– y votar una ley que permitiría al primer ministro gobernar aun perdiendo la mayoría en la Knesset (parlamento de Israel). Un contrasentido en sí mismo, si pensamos que el sistema político de Israel es parlamentario.

Toda esta batería de leyes, dicen desde la oposición, es simplemente para evitar algo que ronda la política israelí hace años: el juicio contra Benjamín Netanyahu por tres causas de corrupción. El primer ministro ha hecho una bandera política de este proceso, se considera un perseguido político de la justicia y está dispuesto a cambiar ese estado de cosas que terminarían con él en prisión o un vergonzoso acuerdo de culpabilidad que podría dejarlo definitivamente afuera de la política.

Pero, ¿quién es este líder que ha tenido el poder de dividir a la sociedad israelí en torno de su figura? ¿Por qué ha podido gobernar más tiempo que cualquiera de sus antecesores? Benjamín Netanyahu fue electo primer ministro en 1996, cuando –con 47 años– se convirtió en el gobernante más joven de Israel. Tras un breve alejamiento de la función pública para dedicarse a la actividad privada, volvió a los primeros planos de la política israelí y se ha mantenido en el candelero, ya sea como primer ministro o como líder opositor.

El perfil político

Benjamín Netanyahu es un pragmático del poder. Se caracteriza por hacer lo que tiene que hacer para obtener la mayoría de la Knesset y conservar el cargo de primer ministro. Desde su derechista Likud ha hecho alianzas con las diferentes fuerzas políticas del centro a la derecha, hasta llegar a la coalición que hoy gobierna Israel: un conglomerado de fuerzas de extrema derecha aliado con los sectores más conservadores de los ultraortodoxos judíos. Ambos sectores le prestaron los votos para ser primer ministro a cambio de concesiones políticas y económicas.

En el plano internacional, Netanyahu fue uno de los pocos políticos israelíes que se ha atrevido a enfrentar a su aliado histórico y poderoso, a quien le debe su poder hegemónico en Oriente Medio: Estados Unidos. Cuando el presidente en la Casa Blanca era el demócrata Barack Obama, Netanyahu fue hasta el mismo Capitolio para denostar al presidente norteamericano en un discurso. Una afrenta que hasta el día de hoy muchos demócratas no le perdonan.

Luego, cuando la Casa Blanca cambió de dueño, tejió una particular y poderosa alianza con Donald Trump. Bajo sus auspicios fue que se firmaron los Acuerdos de Abraham, tratados de paz para establecer relaciones diplomáticas con países árabes con los cuales Israel no tenía ningún tipo de relación: Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Omán.

Netanyahu también ha hilvanado buenas relaciones con Vladimir Putin, para lograr el equilibrio militar en Siria, que le permite a Israel tener ese flanco enemigo relativamente cubierto; ha viajado a China y establecido buenos contactos con Xi Jinping (otro de los puntos de conflicto con la actual administración estadounidense) y ha dado vía libre para que Estados Unidos, a su vez, intente un acercamiento con el otro grande de Oriente Medio: Arabia Saudita.

Los extendidos acuerdos de paz con tantos países árabes ubican el conflicto con los palestinos en otro plano. Y ése parece ser el objetivo de Benjamín Netanyahu para empezar a resolver el eterno enfrentamiento. No la tendrá fácil en este caso, dada la complejidad del entramado político palestino; en todo caso, imposible tratar en este artículo un conflicto de tal magnitud.

¿Por qué Netanyahu es un populista?

Hechas las presentaciones, vamos al tema que nos ocupa. ¿Es o no un líder populista Benjamín Netanyahu? Veamos qué dicen aquellos que se han dedicado a estudiar este concepto. Primero, es necesario aclarar que la Ciencia Política se ocupó bastante poco, por no decir nada, de analizar en profundidad el fenómeno del populismo.

En ese contexto, ni siquiera se ha llegado a una definición consensuada del populismo. Flavia Freindenberg –una politóloga formada en Argentina, España y México–, por ejemplo, define al populismo como una práctica antidemocrática basada en un estilo de liderazgo, no lo considera una ideología, por lo cual no es de izquierda ni de derecha.

Otra rama, encabezada por Ernesto Laclau, Chantal Mouffe y María Esperanza Casullo, ven el populismo como parte de la democracia y, al revés que Freindenberg, creen que el populismo puede ser tanto de izquierda como de derecha. Para definir uno u otro, presentan una serie de características que los distinguen.

Por último, Kurt Weyland (profesor de política latinoamericana de la Universidad de Texas) define al populismo como “una manera específica de competir y de ejercer el poder”.

De estas tres grandes vertientes, la primera tiende a desideologizar el populismo para ubicarlo en el casillero de la izquierda antidemocrática. Allí suelen ubicar a los gobiernos latinoamericanos de Chávez, Lula, Evo Morales, Kirchner, Correa, etc.; con esta misma definición de ubicar a los populistas en torno de cómo se posicionan frente a la democracia, se podría incluir al norteamericano Trump y al brasileño Jair Bolsonaro, entre otros.

La segunda variante –latinoamericanista, por darle un nombre– le da ideología al populismo, lo llena de contenido y dice: el populismo es parte de la democracia y la profundiza si se radicaliza. Mouffe lo dice con todas las letras: nos ubicamos del lado del populismo de izquierda para evitar al populismo de derecha. En ese marco, ven al populismo como una dicotomización del espacio social, donde hay un nosotros y un ellos. El populismo viene a romper el estado de cosas actual para satisfacer las demandas insatisfechas de una parte de la población. Claramente divide el campo político entre un nosotros que reclama y un ellos que niega.

Entonces, yendo al político que nos ocupa, ¿cómo encaja en estas definiciones un primer ministro israelí, aliado de Estados Unidos y Europa, que da vida a la única democracia sólida de Oriente Medio?

Si analizamos formas políticas y alianzas para mantenerse en el poder, Netanyahu cumple con aplicar cierta fórmula de política pública basada en la distribución excesiva de recursos a efectos de lograr éxitos electorales inmediatos”. Si, en cambio, tomamos la definición de Weyland, podríamos decir que Netanyahu es un populista también según este punto de vista.

Pero si vamos hacia Laclau y Mouffe, que entienden el populismo como “la formación de identidades políticas mediante la dicotomización discursiva del campo político entre un ‘nosotros’ y ‘ellos’”, Netanyahu también puede considerarse un líder populista. Recordemos que a partir de la asunción de las leyes de reforma judicial y de exención del servicio militar obligatorio para los ultraortodoxos, la calle israelí se encuentra dividida entre el “nosotros” (ultraortodoxos y partidarios de la extrema derecha) y un “ellos” (casi todo el arco de centro y progresismo político de Israel, defensor de la democracia liberal).

Si nos valemos estrictamente de la definición de Casullo, de considerar 3 elementos para definir el populismo, a saber: un pueblo movilizado, un líder carismático y, por último, prácticas de acción colectiva y movilizantes, Netanyahu cumple también con ellos. No obstante, aquí conviene hacer algunas consideraciones: Netanyahu no es un líder que llame a la movilización ni dé discursos en lugares públicos; sí promueve movilizaciones o deja correr aquellas manifestaciones que llaman a enfrentar a los opositores a su gobierno. En definitiva, hace todo lo que sea necesario para mantenerse en el poder, y por ahora lo va logrando.

Por las argumentaciones que hemos esgrimido, e incluso porque el accionar de Netanyahu coincide con al menos 3 definiciones de populismo que hemos vagamente definido en este artículo, es que nos parece un líder populista. Quizá la propia dinámica de la sociedad israelí hace que algunas premisas tan evidentes en América latina o en algunos países de Europa, en este país de Oriente Medio no se cumplan del mismo modo; pero sin dudas Netanyahu no es un político israelí tradicional.

Ha sabido construir poder de una manera diferente y, lo que es más importante, ha sabido cómo hacer para conservarlo. Para ello hoy intenta ponerse a salvo de la Justicia, que lo persigue con 3 denuncias de corrupción, que son su dolor de cabeza permanente. Su afán por mantenerse en el poder y ponerse a resguardo de los procesos judiciales lo hace cumplir con otra premisa populista: poner en riesgo el sistema democrático para evitar ser derrocado.

El populismo seguirá siendo tema de estudio de los politólogos, y seguramente la academia no podrá ponerse de acuerdo. Pero algo es seguro: el modelo Netanyahu en Israel todavía está en desarrollo y en los acontecimientos de los próximos meses podremos ver si Netanyahu vira definitivamente hacia el populismo de derecha, antidemocrático, o si se mantiene dentro de los límites de la democracia liberal, como le reclama gran parte de la sociedad israelí.

(Rubén Pereyra es periodista y analista político especializado en Oriente Medio)

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...