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Denunció cuatro veces a su pareja pero la Justicia nunca llegó: el femicidio "evitable" de Dahiana Laguna

Su familia le hará juicio a la Fiscalía y al Poder Judicial, dijo el abogado Pablo Lamela
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15 de octubre de 2022 a las 05:00

"Siempre fue violento, más de una vez me levantó la mano y una vez me amenazó con un cuchillo, lo vio nuestra hija más grande”, dijo en una de las denuncias.

“Era violento con las mascotas que teníamos. Las maltrataba delante de las nenas, les generaba terror”, agregó frente a un juez. “Me decía ‘perra’ delante de mis hijas e incluso delante de clientes del almacén”, contó en esa misma instancia.

“Me molesta a través de cartas y mensajes, me dice cosas agresivas, me manipula constantemente para que yo vuelva con él. No tengo dónde vivir y él, además, no para de amenazarme, me dice que si me quedo con la casa la va a prender fuego conmigo y nuestras hijas adentro”, agregó.

Así le contaba Dahiana Laguna en junio a la Policía y a la Justicia de Familia que su expareja, con quien estaba desde hacía 12 años, la quería matar. La violencia estuvo siempre y solo se acrecentaba, pero, en palabras de Dahiana, él siempre la “manipulaba” para que volviera. Hasta que en un momento no hubo vuelta atrás, la hija mayor de la pareja (que en ese entonces tenía 10 años) se había lastimado porque no quería estar más con su papá. Por eso, Dahiana lo denunció, aunque no era la primera vez. Ya lo había hecho dos veces en 2018, una en 2020 y ese  mes, junio de 2022, presentó una denuncia que amplió dos veces. Ernesto Javier Medina la terminó matando de un disparo en la puerta de su casa en Paso de las Duranas el 4 de agosto, frente a sus dos hijas y después se suicidó.

“Estamos frente a una situación donde quizá se podría haber previsto una muerte”, dijo a pocas horas de lo sucedido, la fiscal del caso, Sylvia Lovesio. Según información proporcionada por la Fiscalía a El Observador a través de un pedido de acceso a la información pública, la primera denuncia de Dahiana Laguna fue el 8 de enero del 2018. En esa oportunidad, la Unidad de Depuración, Priorización y Asignación (DPA) de la Fiscalía la archivó sin perjuicio. Es decir, a su entender, había algún elemento que impedía investigar la acción penalmente y por eso decide archivarse, sin perjuicio de que si surgiesen nuevos elementos se pudiera reabrir.

El 3 de diciembre de ese año, la víctima volvió a denunciar. Allí se le dio trámite a la Justicia de Familia –tampoco hubo persecución penal– que impuso medidas restrictivas de acercamiento y comunicación, que en ese entonces se cumplieron. El 30 de marzo de 2020 Laguna volvió a ir a la seccional policial correspondiente, pero se volvió a comunicar a la Justicia de Familia, sin demasiadas consecuencias porque “la pareja después retomó la relación”, según dice el informe de la Fiscalía.

El 7 de junio del 2022, viendo que su hija mayor estaba tan afectada por el contexto de violencia en el que vivía, fue a denunciar otra vez lo que estaba sucediendo. Eso luego se amplió con un informe del Departamento de Trabajo Social del Hospital Pereira Rossell que relataba cómo la situación estaba haciendo mella en la salud de las niñas. A raíz de eso, Dahiana y sus hijas estuvieron internadas un mes en el hospital. 

Si bien Medina tenía medidas cautelares por las que no se podía acercar a ellas desde el 20 de junio, igual le mandaba audios, cartas y mensajes amenazándola. Después de ese tiempo en el hospital, un policía las acompañó hasta la casa el 24 de junio. Allí  se encontraron al hombre adentro. Tenía medidas restrictivas de acercamiento, por lo que no podía estar ahí, sin embargo, había ido al domicilio tres horas todos los días para poder estar cuando ellas volvieran. En ese acto, se lo llevaron detenido por incumplir el mandato judicial. 

Esto duró poco, porque el Juzgado de Familia Especializada de 10o Turno, a cargo de Juvenal Javier, decidió “intimar al estricto cumplimiento  de las medidas, bajo apercibimiento de desacato”. Dispuso su liberación el 25 de junio y que se comunique lo que había pasado a Fiscalía. En ese momento, la fiscal de Violencia de Género que estaba de turno era Sandra Boragno, quien “intimó al estricto cumplimiento” de las medidas, según el parte policial al que accedió El Observador. 

Cada incumplimiento a la orden judicial es un delito de desacato autónomo, cada vez que rompió la medida hay una desobediencia abierta a esa orden, que puede ser formalizada ante un juez penal. En este caso no ocurrió. 

Dos días después, el 27 de junio, se fijó una audiencia en la Justicia de Familia, donde Laguna dio detalles –que ya estaban relatados en el informe del Pereira Rossell– de lo que sucedía puertas adentro de su casa. “Siempre fue violento, más de una vez me levantó la mano y una vez me amenazó con un cuchillo (...) no para de amenazarme, me dice que si me quedo con la casa la va a prender fuego conmigo y nuestras hijas adentro”, relató. 

En ese momento, también se escucharon las voces de sus hijas menores –de 10 y 6 años–. La mayor, en una charla con el abogado que se les asignó, dijo no querer ver a su padre “hasta que recapacite por lo que hizo”. La menor, asentía con la cabeza. “Tengo miedo que mi padre mate a mi madre. Quiero que mi papá no vuelva”, había dicho la primera frente a las técnicas del Pereira Rossell, en un informe que la Justicia recibió el 20 de junio. 

El 6 de julio, él contestó en la Justicia. Dijo que ella consumía drogas, se había tornado agresiva y no atendía a las niñas “con la dedicación de antes”. Afirmó que le daba bebidas energizantes y que no podía explicar cómo faltaba dinero del almacén que tenían como negocio familiar. 

En las audiencias ella no estuvo representaba por abogado. Medina había contratado uno privado y a las niñas les tocó por ley uno de oficio, pero debido a la escasez de defensores públicos en Familia, a ella no la representó nadie. Los últimos días de su vida, contó su hermana Micaela Laguna a El Observador, los pasó vendiendo cosas de su casa y trabajando en un almacén de un vecino para juntar dinero y poder pagarse un abogado que la acompañara a la audiencia que tenían fijada para el 15 de agosto. También, para poder llevar a su hija el sábado 7 de agosto al Parque Rodó, porque cumplía 11 años. Medina, que en el juzgado había negado todo lo declarado por ella, la mató y se suicidó frente a sus hijas el jueves 4.

En la Fiscalía General de la Nación ningún fiscal tomó el caso previo a la muerte de Laguna. Todos los fiscales intervinientes lo hicieron porque estaban de turno cuando llegaban las notificaciones de la Policía.

Consultado al respecto, el fiscal de Corte, Juan Gómez, señaló a El Observador: "La preocupación permanente para prestar el mejor servicio posible. En algunos casos es lo que ocurre, no sé si en todos los casos es lo que debería ocurrir. Hay un gran trabajo de toda la Unidad de Víctimas y Testigos tratando de precaver estas situaciones, muchas veces con recursos escasos y en todo el país. Ojalá tuviéramos más para poder atender como se deben todas las situaciones". Una de las fiscalías intervinientes, la de 1° Turno, está vacante desde principios de año y necesitan que el Parlamento vote la venia correspondiente para designar un titular. No hubo investigaciones internas en Fiscalía o el Poder Judicial para detectar posibles omisiones.

El abogado de la familia Laguna, Pablo Lamela, dijo a El Observador que llevarán a juicio a la Fiscalía y al Poder Judicial por la inacción ante las denuncias de Dahiana, que terminaron con su muerte.

Se metía por los techos

Cuando se peleaban, él le sacaba el celular o le cortaba la línea de teléfono para que quedara incomunicada. Después pasaba el tiempo y volvían, por lo que tampoco le contaba a sus allegados con lujo de detalles lo que pasaba, aunque él le hiciera las cosas más terribles. Al principio de la pandemia, le diagnosticaron un tumor por el que estuvo tres semanas internada. “Él la dejó tirada en ese momento, yo me encargué de las nenas”, recordó su hermana. Ella logró superar el tumor, aunque quedó con algunas secuelas, y después de eso él le regaló un par de alianzas con las que le prometió casarse y volvieron a estar juntos. 

“Le hacía siempre lo mismo, era para que siguiera trabajando en el negocio porque mi hermana trabajaba como un caballo. Le habían quedado unas mínimas secuelitas en la médula y seguía levantando fundas pesadas en el almacén”, recordó Micaela. 

Aunque Dahiana no contara tanto, sabían que los últimos días antes de que la asesinara, él había estado saltando por los techos –por donde solía meterse a la casa–, porque podían verlo por las cámaras de seguridad. “El día que pasó eso, él andaba a las 3 de la tarde por los techos. La nena grande dijo que se hicieron las dormidas porque andaba el padre por ahí y tenían miedo”, contó la hermana de la víctima. Él la mató cuando ella salió de su casa a denunciar la intromisión, lo hizo frente a sus dos hijas. 

Dahiana le contó a su hermana que había pedido que le pusieran a él una tobillera electrónica. “Me contaba que hizo una carta con sus propias manos, en la comisaría, pidiendo que le pusieran una tobillera. Le ofrecieron si quería tobillera o a la policía de custodia y ella pidió tobillera, que nunca se la pusieron”, expuso.

Sus hijas

Dahiana nació en Argentina y vino a vivir a Uruguay con 11 años. Fue criada con sus tíos y sus estudios eran de Primaria completa. Según les contó a las técnicas del Pereira Rossell, tuvo una vida difícil y cuando conoció a Medina, a los 17 años, se pusieron en pareja y trabajaban en un almacén que era de los dos. 

Ella le había pedido a su hermana Micaela –la única de sus otros tres hermanos que vive en Uruguay–, que si le pasaba algo, por favor se quedara con las niñas. "No me importaba ni mi marido, yo me iba a quedar con las nenas, y bueno, si él no me apoyaba yo me separaba. Pero por suerte es un compañero de fierro", cuenta Micaela, embarazada de cinco meses y medio desde el otro lado del teléfono. Además, tiene otro hijo varón y los criará a los cuatro. 

Las niñas, que luego de lo que pasó las invadía la culpa de no haber podido salvar a su mamá –dijeron fuentes de la causa en ese entonces a El Observador–, se vienen recuperando de la mejor manera posible. "Es una desgracia lo que nos pasó, pero ellas están en paz (...) Todo el mundo me dice 'pobre esas niñas'. Está bien, sí, pobres, porque es horrible, pero salieron del infierno en el que estaban viviendo. Si vos las ves durante el día están bárbaras. Duermen bien. Cada día están mejor", valoró. 

Micaela también tiene que lidiar con trámites e internas familiares. Al almacén tuvieron que soldarle la puerta porque quisieron entrarles a robar. Un familiar de Medina vino a reclamarles la casa en la que vivían, supuestamente en nombre de otro hijo que tenía e incluso amenazó con sacarle la tenencia de las niñas. 

De todas formas, trata de hablar poco del tema para no angustiarse, pero siente bronca. "Ella en ese momento no lo veía, no lo quería ver, no sé... Ella siempre tuvo ese miedo de quedarse en la calle... Me da bronca de que quizás se podía haber evitado y no se evitó", cerró. 

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