Mundo > Por la secesión

El auge independentista

Existe más de medio centenar de pueblos con aspiraciones independentistas en el mundo
Tiempo de lectura: -'
28 de octubre de 2017 a las 05:00
En plena crisis del Estado-nación nacido en Westfalia y cuando los sociólogos ya pronosticaban su ocaso irremediable –producto, entre otras cosas, de la globalización–, asistimos hoy, en los albores del siglo XXI, a una suerte de renacimiento del secesionismo y del espíritu soberanista dentro del territorio de numerosos Estados consolidados.

Desde Cataluña hasta el Kurdistán, pasando por Flandes y Kosovo, movimientos independentistas de toda laya han resurgido con fuerza y poder de convocatoria inusitados en todas partes del mundo.

Con el cambio de siglo, parecía que en volandas de la globalización el mundo marchaba hacia un orden supraestatal, donde el concepto de soberanía nacional comenzaba a desvanecerse en aras de la integración económica, el poder de la burocracia y una socorrida Pax Americana que quedó trunca tras la caída de las torres gemelas.

Atrás, o en segundo plano, parecían quedar las reivindicaciones independentistas surgidas a partir del proceso de descolonización después de la segunda guerra mundial y, más tarde, de la caída del bloque soviético como colofón de la guerra fría.

Después de todo, las ex repúblicas soviéticas habían logrado su independencia; la ex Yugoslavia, tras sangrientos conflictos, se había dividido en seis países independientes; el Quebec –en el extremo más pacífico de la variante secesionista mundial– había tenido su referéndum de independencia y había prevalecido la permanencia dentro de las fronteras del Estado canadiense.

Todo durante la primera década del siglo parecía apuntar a que el separatismo no sería noticia por un buen tiempo, y a que la integración, la globalidad de los mercados y el poder de las estructuras burocráticas supranacionales marcarían el compás de los próximos 50 años.

Por supuesto siempre habría –como los hay– movimientos nacionalistas, incluso partidos, en Galicia, Gales, Flandes, Baviera, el Tirol y dondequiera que hubiera una nación sin Estado, o donde las aspiraciones e identidad nacionales no coincidieran con los territorios de los Estados que integran.

Pero su popularidad era exigua; y en la mayoría de los casos, marginal.

Sin embargo, varios acontecimientos en los últimos ocho o nueve años, han puesto de manifiesto que en realidad el separatismo era un gigante dormido.

Por un lado, la crisis europea desató las pasiones independentistas en varios Estados de Europa, donde ni el viejo sueño de la unidad y de la gran comunidad de naciones plasmado en la Unión Europea fue capaz de desalentarlas.

La profunda recesión económica reavivó las viejas divisiones entre el norte industrializado y el sur menos desarrollado al interior de países como España e Italia, los sentimientos nacionales de regiones como Cataluña y Flandes y los ánimos secesionistas en la Lombardía y el Véneto.

También la crisis de los refugiados que azota al viejo continente fue en los últimos años caldo de cultivo para un sentimiento xenófobo que, si bien minoritario, ha pasado a engrosar las filas de los movimientos separatistas, principalmente en el norte de Italia, o Padania, como llaman los separatistas de la Liga Norte a esa región del Valle del Po.

Si la crisis europea acentuó las divisiones norte-sur en varios Estados de Europa Occidental, la nueva guerra tibia entre la Rusia de Vladimir Putin y la OTAN liderada por Washington acentuó las divisiones este-oeste en los países que durante décadas habían estado detrás de la llamada cortina de hierro.

Aunque, en este caso, la pugna separatista no se da tanto en pro de una nación independiente, sino más bien de una eventual anexión a la madre Rusia, como sucede en el este de Ucrania y entre las minorías rusas de las repúblicas bálticas.

Por otro lado, en Medio Oriente, el caos, la violencia cruzada de varios países y actores en conflicto y el crecimiento inexplicable del Estado Islámico han hecho crecer las aspiraciones soberanistas del Kurdistán, pueblo sin territorio, disgregado en Irak, Siria y Turquía, que el mes pasado celebró un referéndum para proclamar una república independiente dentro de Irak.

Aunque esta semana, los líderes kurdos propusieron "congelar" los resultados de la consulta –que le dieron una clara victoria al Sí de la independencia– para abrir una instancia de diálogo y negociación con Bagdad.

Pero el suceso de los últimos tiempos que más ha espoleado el sentimiento independentista en todo el mundo fue el referéndum para la independencia de Escocia de 2014. Allí perdieron los independentistas por un margen no menor.

Pero su significado, la importancia de la celebración de una consulta popular para decidir los destinos de un territorio dentro de un Estado de la relevancia y trascendencia del Reino Unido y, sobre todo, la manera en que se llevó a cabo, de común acuerdo con el gobierno de Londres, alentaron las esperanzas y aumentaron la popularidad de los independentistas en los cuatro puntos cardinales.

A partir de entonces, quedó más claro que nunca para los independentistas catalanes, y para la mayoría de los catalanes en general, que la única manera de resolver la cuestión de Cataluña era en las urnas.

El gobierno español, empero, no respondió como el del Reino Unido en el caso de Escocia; y su negativa por todos los medios a la celebración del referéndum no hizo más que enviar catalanes a los brazos del independentismo, que de 22% en las encuestas de 2011 pasó a una relativa mayoría en las últimas mediciones. Incluso, las fuerzas independentistas controlan hoy el Parlamento de Cataluña, pese a que la región está profundamente dividida sobre ese asunto.

Comparar estas realidades plurinacionales sería odioso en algunos casos.

Resultaría muy difícil establecer algún paralelo entre el llamado "encaje" de la Comunidad Autónoma de Cataluña en el Estado español y la situación de los kurdos en Irak.

No obstante, con el caso de Flandes en Bélgica, por ejemplo, podrían trazarse algunas similitudes.
Al igual que en Cataluña, el separatismo flamenco tiene dos vertientes: una identitaria-cultural y otra económica.

En la región de Flandes se habla el flamenco; sus habitantes son de cultura holandesa, a diferencia del resto de Bélgica. donde se habla el francés y predomina la cultura francófona.

Flandes, que se ubica en la región norte de Bélgica, es la zona más próspera y desarrollada del país; y los flamencos se quejan de los altos impuestos que tributan al Estado belga, así como de los subsidios que reciben las regiones más empobrecidas de la Bélgica francesa.

De algún modo estos dos son los que más se asemejan al caso de Escocia. Aunque las realidades histórico-culturales y las características del Estado central difieren sustancialmente.

Además, en el caso de Escocia, ahora mismo ha surgido una nueva causa que aglutina a las fuerzas independentistas que buscan el divorcio de Londres: el famoso brexit, que la dejó afuera de la Unión Europea en contra de la voluntad popular regional.

Otro tanto podría decirse de Dinamarca, donde crece el independentismo en las regiones de Groenlandia y de las Islas Feroe. O de Frisia –aunque con una popularidad de los independentistas mucho menor– dentro de Holanda.

O también de Transilvania, región autónoma de Rumania donde vive la minoría húngara, aunque mundialmente mejor conocida por las andanzas de un personaje de ficción que popularizó la prosa de Bram Stoker: el multiversionado conde Drácula. Y, desde luego, del País Vasco.

Todos estos nacionalismos y regionalismos presentan similitudes. Y en caso de que en Cataluña triunfe la declaratoria del viernes, puede dar bríos a esos movimientos separatistas.

En Bruselas lo saben de sobra: el miedo es que desencadene un efecto dominó que podría casi duplicar el número de Estados que integran la gran federación.

Por eso, las declaraciones que por estos días han surgido de las instituciones europeas respecto Cataluña fueron lacónicas, aunque siempre se expresaron en línea con mantener el respeto a la Constitución española.

Los otros casos de separatismo que guardan relación entre sí son los del este de Ucrania y el sur de Eslovaquia; y de algún modo podría incluirse también al Tirol del Sur.

Mientras los separatistas prorrusos de las regiones de Donetsk y Lugansk en Ucrania buscan o bien la independencia o la anexión de su territorio a la Federación Rusa, los húngaros que habitan el sur de Eslovaquia quieren o bien independizarse o unir su territorio al de Hungría.

Del mismo modo, los tiroleses del sur pretenden secesionarse de Italia, ya sea para formar una nación independiente o para unirse con Austria.

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...