Guatemala, julio de 2007. Vladimir Putin y su séquito van en busca de un triunfo donde se entremezclan caprichos personales con ínfulas de poder. Quieren ser a toda costa, sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014 en Sochi. Para impresionar al Comité Olímpico Internacional montan una pista de hielo y llevan a sus mejores patinadores para deslumbrar. Horas de lobby y promesas de inversiones millonarias les aseguran el triunfo ante Salzburgo y Pyeongchang.
En un discurso de cinco minutos y 10 segundos, Putin aseguró que Rusia invertiría US$ 12.000 millones para organizar el evento. Este viernes esquiadores y patinadores empezarán a competir sobre la nieve. Las obras demandaron un total de US$ 51.000 millones. Para tener una idea de lo que implica este monto basta recordar que los Juegos Olímpicos de Verano celebrados el año pasado en Londres costaron US$ 14.147 millones. Sochi es el evento más caro en la historia del deporte.
El documental Los Juegos de Putin, de Alexander Gentelev, muestra la otra cara de los Juegos. La del turbio manejo del dinero y la del arrasamiento ambiental, con el telón de fondo de los mutilados derechos de los habitantes de Sochi.
El gobierno intentó censurarlo e incluso ofertó una fuerte suma (en tres ocasiones a la productora Simone Baumann) para que no fuera exhibido.
Sochi, ubicada a orillas del Mar Negro, es el principal destino turístico de Rusia y su único lugar con clima subtropical, donde a 45 kilómetros se levanta la reserva natural de Krasnaya Poliana donde se llevarán a cabo las pruebas de esquí alpino que son a los Juegos de Invierno lo que el atletismo y la natación son a los de Verano.
Desde que Putin -aficionado al judo y al sambo- aprendió a esquiar ahí en 2002, Sochi se convirtió además en un punto de referencia para la elite política y financiera del país.
Lo curioso del triunfo de Sochi, es que no tenía ninguna instalación deportiva construida a diferencia de Salzburgo que además tenían planes de contención ambiental. Hubo que construir todo de cero.
Y para construirlas -así como también para ampliar y levantar carreteras- no hubo miramientos: se expropiaron propiedades, se cortó la luz y el agua a discreción y se transformó a los alrededores de la ciudad en gigantescos basurales.
Ya en 2010 la Organización de Naciones Unidas llamó la atención a Rusia por la tala indiscrminada de árboles y la contaminación de ríos.
El miércoles pasado, un activista de Vigilancia Ambiental en el Cáucaso Norte fue encarcelado por cinco días por llevar a cabo actividades de medición de impacto ambiental, algo que está prohibido por la policía rusa.
Y como si fuera poco, la oposición al gobierno ha denunciado graves hechos de corrupción en los destinos dados al dinero para la construcción y organización del evento.
Lo denunció el opositor Alexey Navalny en un extenso artículo.
En el documental, este aspecto se retrata con un dato muy simple: la carretera desde el aeropuerto local a Krasnaya tiene solo 45 kilómetros de extensión y a la constructora Olympstroy -una corporación estatal- le costó US$ 8.000 millones. Por ese monto, la misma pudo ser construida de caviar negro o de oro macizo de cinco milímetros de espesor.
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