Hay quienes sostienen que es positivo que los gobiernos oigan los reclamos de la ciudadanía y mucho más que se hagan eco de ellos. Sin embargo, hay algunos asuntos delicados que, ante el reclamo incluso de las mayorías (si es que fuera posible medir los reclamos más allá de las urnas), lo que se pone a prueba no es la sensibilidad de un gobierno sino sus convicciones.
En la democracia la ciudadanía habla a través del voto y luego el que gobierna es el gobierno. Los gobiernos pueden tener los oídos bien abiertos, pero deben tener siempre el pulso firme. Cuando los gobiernos empiezan a gobernar al grito de la ciudadanía (aunque sea el grito de la mayoría) entran en un terreno complicado y en ocasiones riesgoso.
Más de uno aplaudió la conferencia de prensa que el gobierno dio hace unos días para anunciar un plan de medidas de seguridad porque, presuntamente, respondía a un reclamo ciudadano. Lo que finalmente quedó en evidencia fue un tremendo acto de improvisación, quizás porque buena parte de las medidas que anunció no estaban dentro de sus planes porque la izquierda no cree en ellas.
Por años la izquierda, a mi juicio con tino, hizo notar que la evidencia empírica demostraba que el aumento de las penas no redundó en una reducción de los delitos o de la violencia; pero la tribuna pedía a gritos más severidad.
Así, anunció un aumento de penas para los menores, algo que no podrá concretar porque sus legisladores, más coherentes que el Ejecutivo, no están de acuerdo con ello. Pero la improvisación no se quedó en ese asunto.
Lo de la legalización de la marihuana, un anuncio que recorrió el mundo, se fue tornando con el paso de las horas en una medida que parece salida de una charla de boliche. El gobierno no consultó a casi ninguno de sus técnicos en el tema drogas. Primero dijo que se venderían 40 porros por mes, pero luego aclararon que serían 30 gramos. Primero dijo que habría un registro de consumidores, pero luego lo pusieron en tela de juicio. Primero dijo que el Estado monopolizaría la producción, luego dijeron que se podría tercerizar. El presidente habló de devolver las colillas (¿colillas?), luego se indicó que no.
Toda esta improvisación parece producto de la presión que la ciudadanía o parte de ella ejerce con sus reclamos de más seguridad. Cuando la seguridad flaquea y la tribuna pide medidas, lo que se necesita es un gobierno firme, cuyos aciertos y errores sean producto de sus convicciones y no de una presunta sensibilidad frente a reclamos populares, algo que se parece mucho a la demagogia.
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