El criminal de guerra nazi Yaroslav Hunka saluda en el Parlamento canadiense.

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Hay un nazi en la sala

El homenaje a un criminal de guerra, presentado como un héroe ucraniano, visto más allá de la “equivocación” que provocó la renuncia del presidente del parlamento canadiense, Anthony Rota
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01 de octubre de 2023 a las 05:03

Por Estela Pereyra - Opinión

Los países de Occidente integrantes de la OTAN han apelado a mil argumentos para justificar su intervención apoyando a Ucrania contra la Operación Militar Especial de Rusia cuyo objetivo sería el de “desnazificar y desmilitarizar” Ucrania.

Nada dijeron ante los reclamos rusos anteriores al 24 de febrero de 2022 para que se cumplieran los Acuerdos de Minsk, firmados en 2015 por Ucrania, Alemania, Francia, Rusia y representantes de Lugansk y Donesk. Hicieron oídos sordos: en el Donbas no pasaba nada, Ucrania no estaba masacrando a sus habitantes y no había allí, prácticamente, una guerra civil.

Tampoco dijeron nada cuando Piotr Poroshenko, ex presidente ucraniano anterior a Volodimir Zelensky, suelto de cuerpo, admitió en noviembre pasado que firmó porque "Necesitaba los acuerdos de Minsk para ganar al menos 4 años y medio para formar las Fuerzas Armadas ucranianas, reconstruir la economía y entrenar al Ejército ucraniano junto con la OTAN para crear las mejores fuerzas armadas de Europa del Este, formadas con los estándares de la OTAN", algo que un mes después sería ratificado por la mismísima Angela Merkel, quien sostuvo que “Todos teníamos claro que se trataba de un conflicto congelado, que el problema no se había resuelto, pero eso es precisamente lo que dio a Ucrania un tiempo valioso”. ¿Tiempo valioso para qué? Pues para armar a Ucrania hasta los dientes con todas las armas que tenía Occidente de la vieja URSS y entrenar a su ejército para enfrentar a Rusia que, tarde o temprano, sería empujada a la guerra ante la amenaza de incorporar a Ucrania a la OTAN, un límite que todos sabían sería el detonante de esa guerra.

Deseosos de debilitar a Rusia, programaron una guerra proxy y, cuando se terminó el antiguo armamento soviético, pasaron a proveer a Ucrania con sus propias armas mientras vaciaban sus depósitos y reservas de municiones para que la guerra se mantuviera. A la vez, entronaron a un sujeto que ya se les está yendo de las manos... Para ello fue necesario que, así como antes dejaron pasar las masacres en el Donbas sin cumplir los acuerdos, a partir de ser sus socios desde que comenzara la invasión rusa, también invisibilizaran el carácter ideológico político del gobierno ucraniano. No había nazis allí ni nada que se le parezca, aunque el Batallón Azov hiciera alarde no sólo de su simbología, sino, especialmente, de sus prácticas. Bastaba con ver la masacre que ejecutaron en Odessa en mayo de 2014 para tener una idea clara hacia dónde se dirigía el destino ucraniano. Sin embargo, para el occidente defensor de las “democracias”, en Ucrania todo era supuestamente normal.

Ha transcurrido un año y medio del comienzo de la guerra y las sanciones que supuestamente hundirían la economía rusa y empujarían al pueblo ruso a sacarse de encima a Putin y voltearlo del poder no produjeron ninguno de los efectos buscados. Rusia desvió sus ventas de petróleo y gas hacia China e India y comerció su grano con Turquía y países africanos; reorganizó y multiplicó su industria militar poniéndola en marcha durante las 24 horas de los 365 días del año; consiguió drones de última generación fabricados por Irán y Putin se fortaleció al punto de ser el dirigente político con mayor respaldo popular de todas las grandes potencias. También falló el efecto buscado de debillitarlo con los ataques a los gasoductos North Stream I y II, dejando a Europa sin gas y a merced del gas envasado que le compra a Estados Unidos al quíntuple del valor que tenía el ruso. Un negocio fantástico…

Pero todos estos reveses por su increíble error de cálculo no amedrentaron a Occidente: durante meses sus medios de comunicación masiva anunciaron con bombos y platillos la contraofensiva ucraniana que terminaría recuperando Crimea y aplastando al ejército ruso con los misiles Himmars, los tanques alemanes Leopard, los británicos Challenger 2, las municiones de uranio empobrecido estadounidense y las tropas entrenadas en Gran Bretaña, Polonia y Alemania, entre otros.

Sin embargo, volvieron a errarle a sus cálculos: la contraofensiva ya es un fracaso catastrófico que se ha cobrado cientos de miles de vidas de soldados ucranianos; ha dejado otros cientos de miles de heridos, muchos de los cuales alguna amputación en sus miembros; ha ocasionado la pérdida y destrozo público del armamento occidental y ha puesto al borde del colapso al ejército ucraniano por la pérdida de su oficialidad, la de sus cuadros militares con mayor experiencia, la de miles de tropas con años de entrenamiento y la resistencia del pueblo ucraniano a proveer de más carne de cañón al ejército para poblar los cientos de nuevos cementerios atestados de caídos en el frente.

Mientras, el niño mimado, siempre vestido de verde como si fuera parte de las tropas en lucha, se ha pasado la mayor parte de su gestión no sólo pidiendo más armas, sino exigiéndolas como si tuviera el derecho de hacerlo, pues él pone la carne y la OTAN debe poner más y más armamento. Es tanto lo que han alimentado el ego del sujeto que, ante la decisión de Polonia, Hungría y Eslovenia de no permitir la venta del grano ucraniano en sus países, Zelenski no tuvo mejor idea que denunciarlos ante la Organización Mundial de Comercio, cuando Polonia fue uno de sus más leales aliados europeos… Esa decisión justificó el distanciamiento del gobierno polaco en un contexto en el que la mayoría de los países de la OTAN resisten a seguir “colaborando” con Ucrania dadas sus alicaídas y en crisis economías.

En su última gira de hace pocos días, Zelensky concurrió a la Asamblea de la ONU y pretendió dirigirse al Congreso de Estados Unidos que, a diferencia del año pasado, no permitió que hiciera su papel de héroe como lo hizo en 2022 cuando fue vitoreado por su discurso. Sólo unos pocos legisladores republicanos de la Cámara de Representantes y el Senado lo recibieron en privado y con total frialdad, a la vez que arremetieron contra él exigiéndole que rinda cuentas de todo el dinero que ha recibido del gobierno de Biden.

De todos modos, Biden lo recibió y le ratificó que lo seguiría apoyando, esta vez, con 31 tanques M1 Abrams a los que les han quitado todo vestigio de tecnología que pueda ser usada por los rusos en caso de ser capturados. De los 365 millones de dólares prometidos por Estados Unidos, sólo le garantizaron la magra cifra de 24 millones. Es que Biden está embretado entre el nuevo impeachment que se le avecina por el abuso de poder para enriquecer a su familia y las próximas elecciones del año 2024 en las que pretende presentarse para un segundo mandato. La corrupción de la mayoría de los estamentos oficiales de Ucrania pone a Biden, a su vez, en la incómoda situación de que su gobierno desconozca el destino de los recursos girados a ese país.

Finalmente, tras su fallida gira por los Estados Unidos, Zelensky recaló en Toronto, Canadá, y allí sí fue recibido como un héroe. Efectivamente, el parlamento canadiense lo recibió efusivamente, le organizó un homenaje y le permitió que emitiera su previsible discurso. Después de las palabras del siempre de verde mandatario ucraniano y como parte del homenaje, el presidente de la cámara, Anthony Rota, presentó con orgullo a supuesto héroe de guerra al que calificó como "un luchador por la independencia de Ucrania contra los rusos". ¿Qué mejor para Zelensky que presentarle a otro ucraniano que luchó contra los rusos en la segunda guerra mundial? “Le damos las gracias por todo su servicio”, dijo Anthony Rota, sin saber que semejante decisión le costaría la cabeza.

De pie, los legisladores, el primer ministro Justin Trudeau y Zelensky aplaudieron y ovacionaron a Yaroslav Hunka, un anciano de 98 años radicado en Canadá desde 1954. Poco tiempo pasaría después del homenaje para que la organización Friends Simon Wiesenthal Center denunciara el pasado del invitado... Yaroslav Hunka perteneció a la 14ª unidad de las Waffen SS “Galizien”, una división de granaderos integrada por voluntarios ucranianos y que, según Friends Simon Wiesenthal Center, fue “una unidad militar nazi durante la Segunda Guerra Mundial implicada en el asesinato en masa de judíos y otras personas.”, es decir, todos homenajearon a un criminal de guerra.

La 14ª división de las Waffen SS “Galizien” fue la responsable de la masacre ejecutada en 1944 a los pobladores civiles polacos de Huta Pieniacka, en la cual entre 700 y 1500 personas fueron asesinadas y el comandante de las fuerzas polacas, Kazimierz Wojciechowski, fue quemado vivo. Entre las aberraciones cometidas, testigos sobrevivientes declararon que un bebé fue arrojado contra una pared y a una mujer embarazada le abrieron el vientre. Si bien las órdenes las dieron los oficiales alemanes, los únicos que participaron en la masacre fueron los nacionalistas ucranianos entre los que estaba el aclamado “héroe” de los legisladores y el primer ministro canadienses. Estos nacionalistas encerraron a los pobladores en sus graneros a los que incendiaron y cuyo fuego duró doce horas. Pocos lograron escapar y fueron ellos, justamente, los testigos que declararon sobre todos los crímenes cometidos en Huta Pieniacka ante los fiscales polacos de la "Comisión principal para la persecución de crímenes contra la nación polaca"…

Tanto desde Friends Simon Wiesenthal Center, como desde Polonia se reclamó la renuncia inmediata de quien se hiciera responsable de la invitación de un criminal de guerra, por lo cual, hace dos días, renunció Anthony Rota pidiendo perdón a judíos y polacos. Y, si ya la denuncia de Zelenski contra Polonia por el tema de los granos tenía al gobierno polaco mal dispuesto contra Ucrania, este hecho azuzó el distanciamiento por lo cual este país no le suministrará más armas al mandatario de verde. No sólo eso, sino que el ministro de Educación de Polonia, Przemyslaw Czarnek, anunció que su Gobierno solicitará a Canadá la extradición de Hunka para que sea juzgado como lo que es: un criminal de guerra.

Si hasta ahora todo occidente miró hacia otro lado respecto de la ideología política que atraviesa no sólo al gobierno de Ucrania, sino a algunas de sus tropas de élite, con este hecho escandaloso no pudieron seguir tapando el sol con un dedo: todos los medios de comunicación masiva hubieron de hacerse eco del escándalo que aún resuena y ha dejado muy mal parado al premier canadiense cuyas excusas de ignorar quién era Hunka no convencen a nadie. No es creíble ni que un primer mandatario ni un presidente parlamentario desconocieran que un ucraniano que luchó contra la Unión Soviética que, a su vez, enfrentaba al nazismo, no fuera, precisamente, otro nazi. Mucho menos se puede aceptar que el presidente ucraniano desconociera esos antecedentes, cuando en septiembre de 2020, el Tribunal Supremo de Ucrania dictaminó que los símbolos de la División SS "Galizien" no están relacionados con el nazismo ni pueden prohibirse en el país… ¿Ahora dirá algo occidente sobre su protegido…?

Lo cierto es que si bien se percibe que los países de la OTAN están tomando distancia de Ucrania y que más tarde o más temprano terminarán soltándole la mano a su exigente y prepotente mandatario de verde, no será porque su ideología se asemeja demasiado a la de los nazis, sino porque ya se convencieron de que la guerra está perdida y de que no vale la pena seguir invirtiendo. Sólo es cuestión de tiempo.

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