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Humo blanco con sabor amargo en España

La amnistía a Carles Puigdemont, motivo de indignación para muchos españoles, ya está acordada. Pedro Sánchez seguirá ocupando el sillón de la Moncloa, pero ha tocado hondas fibras en el sentir más españolista y conservador
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10 de noviembre de 2023 a las 05:01

En el viejo refranero castellano está que tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Finalmente se pusieron de acuerdo los negociadores del PSOE y el líder independentista catalán Carles Puigdemont para que la bancada de su partido, Junts per Catalunya, apoye la nueva investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno español.

Puigdemont ha vendido caro su amor, no como los demás independentistas catalanes, los de Esquerra Republicana de Catalunya, o los vascos de HR Bildu, que ya habían comprometido su voto por la investidura del madrileño poco después de que se conocieran los resultados de la elección el 23 de julio.

En el centro de las demandas del ex president de la Generalitat de Catalunya estaba un espinoso asunto que ha causado, y sigue causando, la indignación de los españoles: la amnistía.

Se trata de una ley de amnistía para el propio Puigdemont y los otros pocos líderes independentistas aún con causas abiertas en la Justicia por la celebración del referéndum de independencia en 2017, al que el gobierno de España declaró entonces “ilegal” y el Tribunal Supremo condenó a sus líderes por el grave delito de “sedición”.

A nadie fuera de Cataluña había resultado excesiva aquella condena. La mayoría de los españoles la consideraron justa, a pesar de que daba entre 9 y 13 años de cárcel a unos dirigentes que habían organizado y promocionado un referéndum. Como Puigdemont huyó a Bélgica y allí ha vivido desde entonces, siempre lo han considerado un simple prófugo y rápidamente se convirtió en el líder independentista catalán más odiado por los españoles, mucho más incluso que sus predecesores Artur Mas y Jordi Pujol, que ya llevaban lo suyo propio.

Así que imagínense el revuelo que ha causado esta amnistía a la que Sánchez ha debido acceder a cambio de su investidura.

Ya en las semanas previas al acuerdo se vivía un clima de alta tensión: con los jueces que responden a la derecha tratando de descarrilar la negociación, uno impugnando a Puigdemont en otra causa contra el independentismo, anunciando que le iniciaba investigación por “terrorismo”, nada menos; y los que integran el órgano rector del Poder Judicial aprobando una declaración institucional donde se advierte que la amnistía equivale a “abolir el Estado de derecho”. Menudo pronunciamiento.

Las voces en contra de la amnistía se multiplicaban en toda España y llegaban hasta Bruselas; todos los días crecía la indignación y la calle empezaba a ponerse fea. Felipe González volvía a pronunciarse en duros términos contra los intentos del presidente en funciones de mantenerse en el poder “a todo trance”. Y ¡hasta Fernando Savater! Mi admirado Fernando Savater, el moderado pensador liberal vasco autor de Ética para Amador, el intelectual más sonriente y bonachón que ante toda crispación argumental siempre nos traía al “justo medio” aristotélico, ahora lo veo enojado frente a la sede del Parlamento Europeo en Bruselas, llamando a los españoles a salir a las calles, calificando a las minorías políticas de “sectas minoritarias”, acusando a un periodista de “hacer sus cochinadas” por una entrevista, y hasta ha cambiado el ensayo reflexivo, aplomado y optimista por el “panfleto” visceral (su propia denominación, no la mía) en su última obra política Contra el separatismo (Planeta, 2018).

Y es que si en el coloquio popular norteamericano está aquello de que “Estados Unidos más que un país es una idea”, bien podríamos decir que España más que un país es una emoción. Los hijos de Don Pelayo que triunfó en Covadonga es uno de los mitos fundacionales más arraigados de los que son y han sido, y pervive en la conciencia nacional de millones de españoles.

Porque mucho se habla, y con razón, de la virulencia de los nacionalismos regionales, como el catalán y el vasco, pero ¿qué tal el nacionalismo español?

En resumidas cuentas, es cierto que Pedro Sánchez ha hecho todo esto que hoy tiene a España tan crispada solo para mantenerse en el poder. Es algo que se le da natural al líder socialista. Arturo Pérez Reverte lo ha definido como un personaje florentino, por lo maquiavélico e intrigante, sin duda un personaje muy interesante para cualquier escritor.

Sin embargo, hay algo de verdad en el relato de Sánchez. Y es que la amnistía, en efecto, contribuirá a promover la convivencia y la concordia entre españoles y catalanes, incluso no dudo que eso haya estado en su espíritu cuando en 2021 indultó a los condenados del llamado “procés”. Pero más allá de sus motivos personales, no hay duda de que el episodio del referéndum de 2017 dejó heridas muy profundas y los odios a flor de piel.

El gobierno español de entonces gestionó muy mal la cuestión de Cataluña. Pésimo. No voy a ahondar ahora en agravios porque durante décadas los ha habido de lado y lado. Pero la actuación del gobierno de Mariano Rajoy dejó una herida muy difícil de restañar. Y haber tratado a los líderes independentistas -que además eran las autoridades de Cataluña- como vulgares delincuentes fue una humillación muy grande, que los catalanes difícilmente olviden.

Los españoles en general abordaron mal el asunto. La definición de Savater de los nacionalismos como “sectas minoritarias” creo que habla a las claras de una actitud intransigente, que, reitero, se dio de ambos lados. Nunca hubo una búsqueda verdadera de diálogo, de tratar de entender al otro. El problema se les atascó en las vísceras, y ya no dejaron que saliera de allí.

Ahora vuelve para pasarles factura. Desde luego, no es tan grave como algunos pretenden, no es ni un “golpe de Estado” ni la “abolición del Estado de derecho”, ¡qué ocurrencia! Pero sí es un humo blanco con sabor amargo para todos.                 

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