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La clase media y el mérito del pobre

La clase media y el mérito del pobre: escribe Luis Calabria
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29 de noviembre de 2023 a las 05:04

“Te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Ese mandato bíblico permeó y dio identidad a la visión occidental, entre otras cosas, respecto al trabajo y el esfuerzo como valores sociales. Allí estriba la piedra fundamental del pensamiento de muchos autores que tributan honores a la meritocracia como único factor justificante de la movilidad y el ascenso social.

Quienes aspiramos a ser parte de una sociedad inclusiva, justa y próspera, nos tenemos que detener en abordar el problema de la pobreza. Más aún en nuestros países latinoamericanos, donde, según los más recientes datos de la Cepal registra un 29% de pobreza.

Los Estados tienen distintos modos de hacerlo. La respuesta tradicional desde los enfoques de izquierda suelen reducirse a los mecanismos de transferencias económicas, generalmente sin la exigencia de contrapartidas; resulta a todas luces evidente que esos mecanismos meramente asistencialistas terminan siendo condescendientes y lastimando la propia dignidad del beneficiario, y culminan por generar dependencia, estatizando la pobreza y además, transformando a “los pobres” en una suerte de rehén, de botín electoral.

Pero hay otra trampa en el enfoque de la pobreza: la que surge de la “retórica del ascenso” y que como bien la explica el autor Michael Sandel, se basa en leer la meritocracia solo de desde la óptica de los resultados, sin tener presente y en cuenta el acceso a las oportunidades, las condicionantes y el contexto.

Sucede que una visión restringida de la meritocracia puede terminar legitimando la sustitución de la “aristocracia del origen” o de “la estirpe” con una “aristocracia de los talentos” si es que solo se normaliza como factor distributivo al “esfuerzo”, las “habilidades” o el precitado “talento”, despojando de la realidad que da contexto.

Es que “la libertad” en la pobreza está, como es por todos conocido, fuertemente condicionada. El desenvolvimiento de las potencialidades del individuo en un escenario donde abundan límites relativiza la noción -por cierto siempre ambigua- de “el mérito”.

Esta lógica “resultadista” genera “ganadores” y “perdedores” y puede culpabilizar a la pobreza por falta de “esfuerzo suficiente”. Hay, desde esa visión,  una atribución de responsabilidad en la “suerte” o ausencia de ella en el horizonte de quienes viven en la pobreza. Pero resulta claro que sin ambientes de igualdad, el esfuerzo resulta necesario, pero muchas veces no es condición suficiente para el progreso.

Quienes tenemos una sensibilidad liberal igualitaria y solidaria entendemos que, para construir justicia en una sociedad, se necesita de políticas asistenciales (como las transferencias económicas), pero también de los mecanismos que generan estímulos culturales que permiten pasar de la dependencia a la emancipación.

Esta Administración, de la mano del Ministro Lema ha puesto especial énfasis en pasar y superar los diseños de “mero asistencialismo” al desarrollo de políticas que, abrevando en la cultura del trabajo, fomentan la autonomía de los individuos. Resulta claro que para ello, el Estado y las políticas públicas tienen la función compensatoria que, al decir de Rawls, sirven para “mitigar la influencia de las contingencias sociales y de la fortuna natural sobre las porciones distributivas” para generar igualdad en el acceso a las oportunidades.

En este enfoque cobra especial relevancia el fortalecimiento de la clase media. En Uruguay fue Aldo Solari quien mejor analizó y permitió la comprensión de esa noción que supera lo meramente económico. Es que existe una clase media cultural que involucra una serie de valores compartidos y un ideal aspiracional que genera identidad. Esa clase media cultural ha sido tan importante en Uruguay que impregnó a las instituciones y propició un modelo social donde el máximo exponente era -otrora- el banco de la escuela pública.

Pero más allá de ese enfoque cultural, volviendo a su sentido estandarizado -por ejemplo mediante la medición por ingresos-, lo cierto es que si pretendemos generar movilidad social, en el pasaje de la pobreza al siguiente estrato, el “primer puerto” es la clase media.

Por lo dicho, en el fortalecimiento de la clase media se juega un doble partido, primero en robustecer un conjunto social cuyos valores predominantes son socialmente valiosos, y a la vez representa un espacio donde albergar a quienes “ascienden” desde la pobreza.

Todos vimos, enseguida de comenzada la Pandemia, como “sectores medios” estaban en tal vulnerabilidad que rápidamente “cayeron”. Eso sirvió una vez más, para probar la trascendencia económica y cultural de la clase media uruguaya.

Así las cosas, la defensa de la clase media, robusteciéndola, constituye un desafío de eminente carácter ético. Allí el Estado también un rol que cumplir, por ejemplo con estímulos tributarios a pymes y mypymes, sectores profesionales y de ingresos medios. El pasado año se produjo un importante respaldo tributario que tuvo como destinatarios, principalmente a esos sectores.

Pero el ejemplo paradigmático del Estado protagonista, necesario  para generar respuestas concretas con destino en la construcción de justicia y cohesión social, es la intervención en la educación: no existe ningún instrumento más redistributivo de oportunidades que una educación pública de alta calidad.

Este gobierno, encabezado por Luis Lacalle Pou ha asumido e impulsado políticas sociales que apuntan a tres objetivos fundamentales: igualar oportunidades con reformas sustanciales (como la educativa), el impulso de la autonomía de las personas y el apoyo a la clase media. Esa cadena de respuestas es la mejor para crear una sociedad pujante, con capacidad de llevar más pasajeros en el “ascensor” social, desde la pobreza hacia la clase media. 

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