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La détente es oficial

Washington y Beijing han hecho momentáneamente las paces en una cumbre que el tiempo dirá cuál ha sido su verdadera trascendencia. Pero de momento, al menos, no debemos preocuparnos por la tercera guerra mundial
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17 de noviembre de 2023 a las 05:00

La distensión en la relación entre Estados Unidos y China, procurada por Washington desde hace unos meses, ya se puede dar por iniciada. Esta segunda guerra fría a la que hoy asistimos ya se puede decir que ha entrado en una détente, como la que ideó y concretó Henry Kissinger a principios de los setenta, entonces con el Bloque del Este.

Esto es lo que ha quedado claro tras la cumbre que esta semana sostuvieron los presidentes Joe Biden y Xi Jinping a las afueras de San Francisco. Después de haberse agriado las relaciones como nunca en 50 años, al punto de no hablarse ambos líderes tras el increíble fiasco del globo “espía” en febrero, tranquiliza saber que al menos se han puesto de acuerdo para estar en contacto, y para que los mandos militares de ambas potencias nucleares restablezcan comunicaciones.

El comunicado que difundió el gobierno chino sobre las largas horas de reuniones permite entender, tal vez con mayor claridad que nunca, el punto de vista chino respecto de Estados Unidos, algo en lo que el propio Kissinger ha insistido mucho últimamente, y que incluso puso en negro sobre blanco en su libro China (Debate, 2012).

En resumen: Beijing no quiere ni busca la guerra, no está interesada en disputar zonas de influencia ni en “exportar su ideología” a ningún país. Tampoco busca la hegemonía global ni la expansión de sus confines. En la visión del gobierno chino hay lugar para ambas superpotencias en el mundo.

A China le interesa la cooperación internacional, el multilateralismo y no tiene intenciones de confrontar con Estados Unidos.

Claro que en ese esquema es inevitable que en algún momento sobrepase a Estados Unidos. El poder blando chino es hoy por hoy muy superior al de Washington, más allá de que Estados Unidos siga siendo la primera potencia. De no cambiar nada, ese uno-dos en la cima de la política global podría invertirse en menos de 10 años, cosa que obsesiona a los estrategas en Washington.

Está claro para ellos, como para cualquiera que se dedique a analizar los sucesos históricos de la geopolítica, que a esta altura solo una gran guerra podría alterar el orden espontáneo y cambiar la historia. Sin embargo, han decidido que no es el momento.

En la misma tónica de su interlocutor, Biden y sus manejadores han vuelto a poner paños fríos sobre la relación. Aunque fueron mucho más ambiguos que el reporte punto por punto que los chinos hicieron de la cumbre, lo que la Casa Blanca dejó filtrar a la prensa fue el talante conciliador y hasta amigable de ambos líderes, e hicieron especial hincapié en “evitar la confrontación”. Ya desde mayo en Washington no se menciona la palabra “contención” con respecto a China, ni mucho menos la palabra “desacople”. Los términos de la hora son “evitar el conflicto”, “no llegar a la confrontación”. Y Biden dijo que esta había sido “una de las conversaciones más constructivas y productivas” que ha tenido con el líder chino.

Yo dudo mucho, no tanto de Biden en su fuero íntimo, pero sí que los neocon que lo rodean piensen de verdad que esta sea la manera de tratar con China y que ambas superpotencias pueden convivir pacíficamente. Más bien creo que están ganando tiempo, asegurándose la distensión en el frente con China en momentos que tienen las manos llenas con dos conflictos de enorme trascendencia: Ucrania y ahora Israel.

A esta distensión con China, Washington la venía buscando activamente desde principios de junio. Pero Xi estaba duro. Después de la “locura americana” del globo “espía”, al chino no lo iban a ablandar con meros enviados. La visita del secretario de Estado, Antony Blinken, a Beijing ese mes había sido un fracaso. Xi lo recibió brevemente con total frialdad y casi de favor, lo que contrastó ostensiblemente con las amistosas y largas horas que pocos días antes y después el líder chino pasó junto a Bill Gates y Henry Kissinger.

Pero la reunión con Biden parece haber funcionado. Por nada menos que eso el chino se hubiera avenido a dejar atrás agravios. Incluso más allá de ser el presidente, la propia persona de Biden tiene otro feeling, otro trato desde el punto de vista humano, otra cancha, como se dice habitualmente. Blinken es un burócrata de segunda línea, le queda enorme el Departamento de Estado. De todos los que vi, no recuerdo un secretario de Estado más mediocre y con menos roce que Blinken.

Sin embargo Xi también le puso un asterisco a tanta dulzura. Y no me refiero a la tontería que rebotaron algunos medios cuando uno de estos “metepúa”, que nunca faltan en el grupo de corresponsales de la Casa Blanca, le preguntó a Biden si se reafirmaba en sus dichos de que Xi era un “dictador” y este contestó que sí. Me refiero a la “línea roja” que el chino le marcó al estadounidense respecto de Taiwán: le dijo que Washington debe dejar de apoyar la independencia de la isla y, sobre todo, dejar de enviarle armamento al gobierno de Taipéi; le aclaró además que China persigue una reunificación pacífica con Taiwán pero que, de uno u otro modo, la reunificación se hará. “Y esto es imparable”, le recalcó Xi, según el informe de Beijing.

Este lenguaje mete un poco de miedo. Denota que de ambos lados la confrontación está en el subconsciente, y nos recuerda aquel viejo proverbio chino que dice que cuando “la flecha está en arco, tarde o temprano, tiene que partir”.

Pero de momento, al menos, podemos celebrar: la détente en esta Guerra Fría 2.0 es oficial. Por un tiempo, al menos, no debemos preocuparnos por la “inminencia” de una tercera guerra mundial. Vaya consuelo.

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