La filosofía naturalista y el origen de la vida

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La filosofía naturalista y el origen de la vida

El naturalismo presupone la generación espontánea del primer ser vivo
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12 de junio de 2023 a las 05:01

La palabra “naturalista” tiene dos significados muy distintos: 1) practicante de las ciencias naturales; 2) seguidor del naturalismo, la doctrina filosófica que afirma que todo lo que ocurre en nuestro mundo puede ser explicado plenamente con base en causas naturales. El primer significado va cayendo en desuso porque hoy se prefiere llamar científicos a los que antes eran llamados naturalistas. En cambio el segundo significado es muy importante porque desde el siglo XVIII la filosofía naturalista ha influido cada vez más en el ámbito científico, llegando a ser predominante, al punto que hoy muchos consideran que el naturalismo es la característica principal de la ciencia moderna.

Como cristiano, objeto que la ciencia no busca explicaciones naturalistas de los fenómenos que estudia, sino explicaciones naturales. La diferencia puede parecer sutil, pero en realidad es muy grande. El naturalista niega de antemano que existan cosas inexplicables en términos de causas naturales, mientras que el cristiano (como otros monoteístas) está abierto a la posibilidad de que Dios, aunque normalmente actúe en el mundo por medio de causas segundas naturales, haya causado directamente ciertos efectos en casos excepcionales (por ejemplo, los milagros).

Desde el punto de vista lógico, la diferencia entre ambas actitudes mentales es la que existe entre la negación y la abstracción. El científico naturalista niega la acción de Dios en el mundo, mientras que el científico cristiano prescinde de ella mientras realiza observaciones, experimentos o mediciones, y mientras propone explicaciones de los fenómenos analizados. Este último está abierto a seguir la evidencia empírica hasta donde ella lo conduzca racionalmente, mientras que el primero, por su compromiso absoluto con la filosofía naturalista, restringe arbitrariamente la búsqueda de explicaciones a las causas naturales, descartando a priori otras hipótesis, por más razonables que sean.

Por su adhesión al naturalismo, los darwinistas se ven obligados a realizar muchas extrapolaciones infundadas. Mencionaré tres:

  1. El darwinismo hace una extrapolación infundada de la microevolución a la macroevolución. Existe evidencia empírica de que el “mecanismo darwinista” (mutaciones genéticas aleatorias y selección natural) puede producir microevolución (evolución dentro de las fronteras de la especie), pero no de que pueda producir macroevolución (transformación de una especie en otra distinta).
  2. El darwinismo hace una extrapolación infundada de la evolución biológica en general al origen evolutivo del ser humano, el único “animal racional”. No hay ninguna razón válida para creer que el mecanismo darwinista puede haber producido la mente humana.
  3. Aunque la selección natural, por definición, no puede actuar antes de la aparición de la vida, los darwinistas tienden a extrapolar su teoría al origen de la vida, sosteniendo que un mecanismo análogo al darwinista (reacciones químicas aleatorias en la “sopa primordial”) habría producido el primer ser vivo.

Me detendré en el tercer caso. A pesar de que los experimentos del científico católico francés Louis Pasteur (1822-1895), pionero de la microbiología, habían desacreditado la idea de la generación espontánea de los microorganismos, durante el siglo XX, por razones filosóficas, la teoría de la “abiogénesis” (el origen de la vida causado por una evolución química o prebiológica) se volvió muy popular entre los científicos no creyentes. Los principales proponentes de la abiogénesis fueron el bioquímico soviético Aleksandr Oparin (1894-1980) y el biólogo británico John B. S. Haldane (1892-1964).

En 1952, un experimento de los científicos estadounidenses Stanley Miller y Harold Urey en la Universidad de Chicago dio aliento a las expectativas de que pronto el ser humano podría crear vida a partir de la materia inerte. Su experimento suele ser representado por medio de una redoma de laboratorio con un simulacro de la atmósfera primitiva de la Tierra, en la que chispas eléctricas producen componentes químicos básicos de las células vivientes. Miller y Urey demostraron que en ciertas condiciones algunos aminoácidos pueden ser sintetizados naturalmente. Los aminoácidos son algo así como los bloques con los que se construyen las proteínas, los componentes más importantes de las células. Sin embargo, Miller y Urey no obtuvieron todos los aminoácidos necesarios para la vida, y no demostraron que las proteínas pueden generarse espontáneamente, ni mucho menos que una célula entera puede generarse y ensamblarse espontáneamente. Además, hoy se sabe que las condiciones de su experimento no reprodujeron fielmente las condiciones imperantes en la Tierra antes del origen de la vida1.

Hoy, 71 años después del experimento de Miller y Urey, la pretensión naturalista de emular al legendario Dr. Frankenstein sigue siendo un sueño descabellado. En sus momentos de mayor franqueza, algunos científicos dedicados al estudio del origen de la vida reconocen que no tenemos la menor idea de cómo surgió la vida ni de cómo crear vida. Los experimentos de los químicos prebióticos arrojan resultados muy limitados y sólo gracias a condiciones poco realistas y a intervenciones muy fuertes de agentes inteligentes, los propios investigadores. Sigue siendo verdad que un ser vivo sólo puede provenir de otro ser vivo. Como dice un viejo chiste, la única forma de reconstruir un huevo roto, revuelto y cocinado es darlo como alimento a una gallina.

  1. Más información sobre este famoso experimento en: Jonathan Wells, Icons of Evolution: Science or myth?: Why much of what we teach about evolution is wrong, Regnery, Washington DC, 2000, Capítulo 2.

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