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La OTAN en esteroides

Contrariamente a lo que buscaba Putin, la OTAN se ha fortalecido y extendido como nunca. Pero ¿cuál es el futuro de la alianza atlántica? Y ¿podría convertirse en un “sol de medianoche” para Suecia?
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14 de julio de 2023 a las 05:01

Quién lo hubiera dicho hace apenas un par de años atrás: Escandinavia entera bajo el paraguas de la OTAN; la alianza militar del Atlántico Norte moviendo los hilos detrás de la política exterior de Bruselas, cobrando una relevancia igual o mayor que la propia Unión Europea; y los socios europeos empezando a cumplir sin dilaciones su parte del tratado.

Hace tan solo tres o cuatro años la OTAN había caído en un profundo desprestigio en el viejo continente. Emmanuel Macron la había declarado en “muerte cerebral”; en círculos políticos de Bruselas, París y Berlín se discutía la “autonomía estratégica” que impulsaba el propio Macron; y era motivo de discordia hasta dentro del Beltway de Washington, con cada vez más legisladores que cuestionaban el enorme gasto militar de la organización y hasta su razón de ser.

Esta semana en Vilna, Lituania, una Cumbre de la OTAN -de esas que hasta hace muy poco pasaban prácticamente inadvertidas- acaparó todos los reflectores. Ya no solo nadie discute la importancia de la alianza en Europa, sino que además está mal visto hacerlo; Suecia se unirá muy pronto a sus filas tras el levantamiento del veto de Turquía, anunciado precisamente en Vilna; Finlandia ingresó el pasado abril, y nunca se ha visto una OTAN más fuerte, extensa y unida que la de hoy. 

Desde la invasión de Rusia a Ucrania, todo ha cambiado. De pronto, países donde nunca se pensó que la alianza llegaría, o donde la opinión pública la rechazaba en gran número, ahora ven la necesidad de pertenecer a ella. El caso de Finlandia y Suecia es paradigmático de ello: han entrado de motu proprio y con amplio apoyo de la ciudadanía.

Esto solo viene a demostrar una vez más que la invasión a Ucrania fue un error estratégico garrafal de Vladimir Putin. Muchas veces se habla del “error de cálculo” militar en que incurrió el ruso al pensar que iba a tomar Kiev en tres días, y está bien; pero su principal error fue a una escala mucho mayor: creer que, por el momento de descrédito que atravesaba la OTAN, sus miembros se iban a dividir y muchos de ellos iban a romper con Washington. No hay que olvidar que hasta muy poco antes de la invasión, cuando en Berlín y Washington todavía gobernaban Angela Merkel y Donald Trump, estos habían tenido profundas desavenencias por los gasoductos Nord Stream y toda la relación de dependencia de Alemania de la energía rusa. Y hoy ya nadie lo recuerda, pero incluso bien entrado el gobierno Biden, hubo en reuniones diplomáticas bilaterales serias amenazas de sanciones por parte de Washington (aunque usted no lo crea) contra la Alemania de Merkel si esta no cortaba el chorro de gas desde Rusia. Doña Angela, tozuda como buena madre suaba, nunca claudicó. Hoy los gasoductos Nord Stream ni siquiera existen, fueron volados en mil pedazos en el fondo del mar no se sabe muy bien por quién, ni nadie quiere saber tampoco.

Todo esto, desde luego, más allá de cómo le vaya a Ucrania en el teatro de operaciones, donde no ha podido avanzar ni medio metro en el Dombás y Washington ha tenido que acceder al polémico envío de bombas racimo, prohibidas por la casi totalidad del planeta. Armas que el Pentágono debió destruir hace mucho tiempo ahora se reciclarán para utilizarse en un conflicto donde hay una alta concentración de población civil. La justificación, además, esgrimida para tal envío (que se han quedado sin municiones) parece aun más patética. Habla de un gran fracaso militar en el frente.

Pero la derrota geoestratégica de Putin es tan grande que hasta eso queda en un segundo plano. Lo que pensó arrasar le plantó inesperadamente cara, y lo que pensó dividir se unió aun más en su contra. Fue un error histórico. Y a pesar de tener cierto beneficio de la duda desde buena parte del Sur Global, sobre todo en el continente africano, el apoyo de China y el hecho de que el mundo va hacia un gran cambio en el balance global de poderes, con un multilateralismo que podría eventualmente beneficiarla, a Rusia le costará al menos una década recobrar su estatus anterior en el concierto de las naciones.

Así pues, aun si Putin gana la guerra, habrá perdido. 

Tampoco el éxito de la OTAN es para siempre. Ahora ha tenido una gran ayuda del ruso, pero su relevancia a futuro dependerá de cómo haga las cosas de aquí en más. Continuar alimentando y alimentando la guerra en Ucrania no creo que le siga redituando. Desde luego que ha quedado posicionada en un lugar infinitamente mejor que el desprestigio en que había caído tras las intervenciones en Yugoslavia y, sobre todo, en Libia. La vieja alianza militar creada para contener a la URSS, o como dijo su primer secretario general, el británico Hastings Ismay, “para mantener a los americanos adentro, a los rusos afuera y a los alemanes abajo”, se ha reinventado varias veces. Incluso contra la opinión de los pesos pesado que hasta los años ochenta habían dominado la política exterior de Washington, desde fines de los noventa, creció hasta límites insospechados luego de que los neoconservadores se impusieran en el establishment de la política exterior.

Pero nunca había alcanzado ni esta extensión territorial, ni esta relevancia geopolítica.

Sin embargo, todavía parece un bloque algo amorfo, traído de los pelos, que una vez disuelto el Pacto de Varsovia, se convirtió en una herramienta para mantener a Europa atada al poder militar de Washington y sin su propia autonomía estratégica. Por eso ningún país pudo siquiera plantear reparos a la estrategia diseñada en Estados Unidos frente a Rusia y China. Y hoy tenemos esta OTAN en esteroides.

¿Qué va a pasar cuando ya no esté Putin? No le auguro mucho éxito. El que mucho abarca poco aprieta, y la alianza en algún momento les va quedar muy larga.

Acaso, en ese momento, a países como Suecia, la llamada “superpotencia moral”, su ingreso a la OTAN se le podría volver como un sol de medianoche: aparentemente beneficioso, en el peor de los casos inofensivo, pero a la larga insoportable.

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