Mundo > Puja de poder en Medio Oriente

La otra guerra fría

Las posibilidades de un conflicto a gran escala entre Arabia Saudita e Irán son exiguas, pero acontecimientos recientes son una alerta
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02 de diciembre de 2017 a las 05:00
La amenaza de un conflicto a gran escala, que según diversos medios influyentes de Occidente involucra a dos grandes potencias de Medio Oriente, Arabia Saudita e Irán, se cierne por estos días en Medio Oriente.

Se habla en forma insistente de una "guerra fría" entre ambos países por el control de la región; y se citan entre las causas de una supuesta escalada del conflicto un misil dirigido hacia Arabia Saudita lanzado hace algunas semanas por los rebeldes yemeníes –por cuya autoría Riad acusó a Teherán–, la crisis política desatada en el Líbano, el conflicto bélico en Yemen y la derrota sufrida por los sauditas en Siria.

"Al borde de la guerra", "Irán preparado para la guerra", "acto de guerra", titulaban recientemente varios medios de Estados Unidos y Europa.

Pero ¿cuáles son las posibilidades reales de que estos dos países estén pensando en un enfrentamiento abierto, una guerra total que devastaría por completo una región ya larga y extensamente convulsionada?

Desde luego que la rivalidad entre ambas potencias regionales por el control de Medio Oriente y el liderazgo del mundo islámico existe, y ha existido con particular encono desde hace casi cuatro décadas.

Aunque últimamente las tensiones se reavivaron por conflictos en países vecinos, donde Riad y Teherán apoyan a bandos enfrentados, en lo que en inglés se ha dado en llamar "poxy war", una guerra librada por interpósitos actores.

La mayoría de los analistas suelen hacer énfasis en el carácter religioso de este viejo enfrentamiento: el Irán chiita apoya a las facciones chiita en los diversos conflictos regionales, y el reino saudita sunita apoya a los suyos.

De hecho, en Yemen y en el Líbano, y hasta cierto punto en Irak, así como en los grupos extremistas que respectivamente apoya cada uno, se da esa lógica.

Pero en Siria y en Egipto, por ejemplo, las dinámicas de conflicto son –y han sido– bastante más complejas. Y en general la mirada reduccionista se agota pronto al examinar un poco más a fondo cualquier realidad local.

La realidad es que todo se inscribe dentro de una dinámica regional más amplia: es lo que se conoce como "el islam político".

Poder e influencia

Es una forma de poder e influencia donde las fronteras entre lo político y lo religioso son difusas.

No se trata de una mera lucha (chiita versus sunitas) por la hegemonía espiritual del mundo islámico, sino más bien de una pugna geopolítica por el control de la región y sus ingentes recursos, donde lo religioso juega un papel eminentemente político.

Incluso al interior de sus respectivas comunidades, tanto el reino saudita como el régimen iraní basan su poder en una cuotaparte esencial del estamento religioso.

Pero hacia afuera, sus alianzas (y acaso las más importantes) son con Estados Unidos y Rusia, dos países que difícilmente puedan tener algún interés en dirimir el problema de la sucesión mahometana.

Aclarado esto, efectivamente, en Yemen, Arabia Saudita encabezó en 2015 una intervención militar para sofocar a los rebeldes hutis, que profesan una vertiente del chiismo conocida como zaydismo, y que se sintieron traicionados tras las revueltas de 2011 por la imposición de Arabia Saudita del discutido presidente yemení Abd Rabu Mansur Hadi.

Desde entonces, Riad continuó apoyando y armando a Hadi.

El resultado fueron más de 10 mil muertos en poco más de dos años de conflicto, y un grado de caos y destrucción solo comparable al de Siria.

La influencia de Irán del lado de los hutis ha sido decididamente menor, y en ningún caso lanzó una intervención militar abierta como la de los sauditas.

El caso más inverosímil de guerra proxi ocurre en Líbano, cuyo primer ministro, Saad al Hariri, renunció al cargo a principios de noviembre pasado. Pero con una peculiaridad bastante sugestiva: lo hizo desde Riad.

Las versiones de prensa y varias fuentes diplomáticas de la región aseguran que dimitió por orden de la monarquía saudita –que siempre fue su aliada, por oposición al grupo chiita Hezbollah, que también integra el gobierno libanés y es respaldado por Teherán–.

Señaladamente, se informó que Hariri lo hizo por presiones de Mohamed bin Salman, el príncipe heredero de la Casa de Saúd, quien recientemente se deshizo de todos sus posibles rivales al trono, o desafectos a su poder, mediante una clásica purga palaciega de ribetes medievales.

Hariri, empero, regresó hace algunos días a Beirut, después de casi 20 días de estancia en Riad tras su sorpresiva renuncia, y ahora –por si la confusión no fuera suficiente– afirma que permanecerá en el cargo.

Por su parte, el gobierno de Catar (antes aliado, ahora enemigo de Arabia Saudita) hizo especial hincapié a través de sus voceros en que Líbano es víctima del "matoneo" de Riad, que según los cataríes pretende "someter a los países pequeños de la región (como Líbano y Catar) a sus designios".

En Irak, los sauditas tampoco las tienen todas consigo. La invasión de Estados Unidos, que en 2003 acabó con el régimen de Sadam Husein (y de paso, con el propio Sadam), no solo dejó tras de sí un considerable grado de destrucción y descontrol en todo el país, sino que también trajo como consecuencia una expansión no menor de la influencia chiita, que hoy Irán aprovecha a su favor.

Menor influencia

Podría inferirse, entonces, que a la luz de su evidente pérdida de influencia en la región, Arabia Saudita, en efecto, tendría motivos para embarcarse en un conflicto a gran escala con Irán.

Sin embargo, no parece razonable que fuera a tomar ese atajo, al menos por cuenta propia.

Y del lado de Teherán menos aún, ahora que los vientos empiezan a soplar a su favor.

Aunque sí llama poderosamente la atención tanto la impensada interna saudita, con esa purga que dejó el tendal de príncipes y ministros (de hecho, inconcebible desde que Ibn Saud fundó el reino en 1932, con una tradición de consenso entre la familia real y manteniendo celosamente los equilibrios tribales), y el ruido que están haciendo a nivel internacional los supuestos de que la "guerra fría" entre ambas potencias regionales podría calentarse.

Si acaso hay otra mano que mece la cuna del conflicto, posiblemente pronto se sabrá.

Sin embargo, de momento, aparece como bastante improbable. La rivalidad entre Arabia Saudita e Irán viene de lejos, y nunca se han ido a las manos.

Incluso desde antes de la Revolución de los ayatolás en 1979, momento que se suele señalar como parteaguas de la relación entre ambos países, la ruptura irreconciliable.

La realidad es que incluso desde los días del sha de Irán, Mohamed Reza Pahlevi, con un gobierno pro Washington en Teherán, secular y completamente occidentalizado, cuando fueron más amigos que nunca (cuando el sha visitaba Riad, y el rey Faisal era recibido con trato de emperador en Teherán) las tensiones afloraban a menudo.

En aquellos ayeres los motivos de la ojeriza saudita era la expansión militar y territorial de Irán, amén de los diferendos por los precios del petróleo.

Más allá de que hoy la situación general de la región es mucho más violenta y primitiva, y de la creciente influencia de Moscú en esa parte del mundo, los motivos de conflicto entre ambos no parecen haber cambiado gran cosa.

201 detenidos

Fue el resultado de la purga realizada en Arabia Saudita por el príncipe heredero, que terminó con príncipes, funcionarios y empresarios en prisión y descubrió un fraude de US$ 100.000 millones.

Misil

Los rebeldes hutíes de Yemen lanzaron el jueves pasado un misil que "impactó un objetivo militar" en Arabia Saudita, informó la cadena de televisión Al Masira controlada por los insurgentes.

"Confirmamos el éxito de nuestro misil balístico, que alcanzó un objetivo militar en Arabia Saudita", indicó.

9 mil muertos

Provocó el conflicto en Yemen, donde Arabia Saudita apoya una coalición sunita que respalda al gobierno yemení contra los rebeldes hutíes; además, acusa a Irán de apoyar a los insurgentes.

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