Winston Churchill, Harry S. Truman y Iosif Stalin en Potsdam, Alemania, julio de 1945
Miguel Arregui

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Los tres grandes en Potsdam y el segundo advenimiento de Cristo

Los 75 años de la bomba atómica, una de las aventuras científicas e industriales más grandes de la historia (V)
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21 de julio de 2020 a las 22:24

A fines de la Segunda Guerra Mundial algunos líderes estadounidenses, e incluso socios británicos, como el primer ministro Winston Churchill, tendían a creer que el presidente Franklin Delano Roosevelt era demasiado condescendiente con el soviético Iosif Stalin. 

Esa impresión fue aún más firme entre políticos y militares después de la conferencia que Stalin, Churchill y Roosevelt celebraron en Yalta, Crimea, en febrero de 1945. El dictador soviético regateó muy bien con la ayuda contra Japón que británicos y estadounidenses deseaban después de acabar con los alemanes.

El presidente de Estados Unidos, enfermo y envejecido, expresaba la convicción de que debía ganarse la guerra lo más rápidamente posible y regresar sus tropas a casa, como había ocurrido después de la Primera Guerra Mundial. Churchill sin embargo estaba mucho más preocupado por la posguerra y la división de influencias en Europa con los soviéticos, cuyo Ejército Rojo se aprestaba a marchar sobre Berlín.

Harry Truman ingresa a escena

Entonces, el 12 de abril de 1945, cuando iniciaba su cuarto mandato presidencial consecutivo, Roosevelt murió de una hemorragia cerebral.

Su sucesor, Harry S. Truman, un excombatiente en Europa durante la Primera Guerra Mundial, se halló de pronto con la bomba atómica en sus manos, proyecto que conoció recién después de llegar a la Casa Blanca. 

El nuevo presidente estadounidense, un hombre confiado en sí mismo, simple y directo, era mucho más receloso de los soviéticos y sería más rotundo en el trato. Él sabía que Estados Unidos no necesitaba de los soviéticos contra Japón, y menos si la bomba atómica funcionaba.

“Truman era exactamente lo opuesto a un aislacionista, y consideraba que Estados Unidos era un país designado por Dios y por sus propias circunstancias y buena suerte para ocupar un lugar principal en el mundo”, escribió el historiador británico Paul Johnson en su historia de Estados Unidos.

Alemania se rindió a principios de mayo de 1945. De inmediato Churchill presionó a Truman para una pronta reunión con los soviéticos, a quienes consideraba una amenaza para Europa occidental. Pero Truman dio largas al asunto, para desconcierto de Churchill, en procura de que los científicos terminaran el trabajo atómico en el laboratorio de Los Álamos. Ansiaba esa carta para reforzar el poderío estadounidense en la posguerra.

Los tres grandes en Potsdam

Por fin a mediados de julio de 1945 Truman y Churchill arribaron a Berlín, donde hicieron una recorrida que incluyó las ruinas de la Cancillería de Adolf Hitler. Un día después de reunieron con Stalin en Cecilienhof, un palacete de estilo campestre en medio de un parque en Potsdam, a 35 kilómetros del centro de Berlín, territorio también ocupado por el Ejército Rojo. 

El autor de este artículo en el palacio de Cecilienhof, en Potsdam. Los alemanes conservan, 75 años después, la estrella roja hecha con flores con la que los soviéticos esperaron a sus aliados angloestadounidenses

Los soviéticos los esperaron con una enorme estrella roja, formada con flores, en el jardín frontal. (Los alemanes la mantienen hasta hoy, como conservan parte de los graffiti que los soldados soviéticos dejaron en los muros del edificio del Reichstag, sede del parlamento).

En Potsdam los líderes de las potencias vencedoras resolvieron cómo llevarían la ocupación de Alemania y Austria. Además, los angloestadounidenses formalizaron un ultimátum a Japón, que aún combatía en el Pacífico, de derrota en derrota, pero con gran tenacidad.

Pese a que había sido advertido sobre las motivaciones y el “encanto irresistible” de Churchill, el nuevo presidente de Estados Unidos congenió con él, como antes le había ocurrido a Roosevelt. Mientras tanto, el autócrata soviético llegó un día tarde, pues se reponía de un leve ataque cardíaco. 

“El segundo advenimiento de Cristo”

Un par de días después de iniciada la conferencia, Truman y Churchill recibieron la confirmación del éxito de la primera detonación atómica en Alamogordo, el 16 de julio de 1945 —hace 75 años—. 

“Allí estaba la pronta terminación de la Segunda Guerra Mundial y quizás de otras muchas cosas”, incluso sin necesidad de los rusos para un ataque en Oriente, escribió Churchill en sus memorias. “A partir de ese momento nuestro modo de ver el futuro (geopolítico) fue radicalmente distinto”.

En una gran paradoja de la historia, en esos días el Partido Conservador de Churchill, el hombre que simbolizó el sacrificio británico en la guerra, fue derrotado en elecciones nacionales por el Partido Laborista de Clement Attlee, quien lo sucedería en el 10 de Downing Street a partir del 25 de julio, y en la mismísima foto final de la conferencia de Potsdam.

Clement Attlee, Harry Truman y Iosif Stalin en Potsdam, 2 de agosto de 1945

El 22 de julio, un Winston Churchill en retirada le comentó al secretario de Guerra de Estados Unidos, Henry Stimson: 

—¿Qué era la pólvora? Cosa trivial. ¿Qué era la electricidad? Cosa sin sentido alguno. La bomba atómica es el segundo advenimiento de Cristo, con su cólera.

El 24 de julio Truman mencionó a Stalin, de manera casual y más bien hermética, que Estados Unidos poseía un arma de una potencia colosal que eventualmente utilizaría contra los japoneses. 

Churchill quedó con la impresión de que Stalin no entendió mucho; aunque en realidad los soviéticos ya estaban al tanto gracias a algunos simpatizantes comunistas ingleses y estadounidenses que merodeaban el “Proyecto Manhattan” e informaban a Moscú. 

Poseer su propia bomba atómica se convirtió en prioridad absoluta para Stalin. Se iniciaba la carrera armamentista posguerra que el físico Albert Einstein temía, sobre la que había advertido a Truman.

Próximo artículo: Los planes para invadir Japón, la alternativa atómica y la competencia con los soviéticos

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