Ángel Ruocco

Ángel Ruocco

La Fonda del Ángel

Mercado Central: se me pianta un lagrimón

El más antiguo mercado minorista de productos agropecuarios y del mar de del Uruguay ha muerto definitivamente
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25 de octubre de 2013 a las 00:00

Según las últimas informaciones, el Mercado Central, el más antiguo y tradicional mercado minorista de productos agropecuarios y del mar de consumo inmediato de Montevideo y del Uruguay, ha muerto definitivamente después de una larga agonía de más de 20 años durante la cual no tuvo la atención que merecía.

Ya escribimos aquí sobre este tema en julio del 2012 (y a ese post me remito), pero ante la confirmación de la decisión de las autoridades de eliminar el carácter de mercado tradicional del Mercado Central no puedo sino volver a hacer sentir mi protesta, aún a sabiendas de que de nada servirá.

Esta injusta muerte anunciada hace que, como dice un tango, se me piante un lagrimón. En primer lugar por un motivo muy personal: esa triple frontera entre el Barrio Sur, la Ciudad Vieja y el Centro donde está (estaba) el Mercado Central era mi barrio.

Ese mercado emblemático, con Fun-Fun, Morini y la fonda de Laña incluidos, fue el lugar de compras y sociabilidad de mis abuelos, mis padres y luego míos, así como de los entonces numerosos vecinos de la zona, muchos de ellos judíos huidos de la barbarie nazi.

Pero lo más importante, nostalgias personales aparte, es que la defunción por decreto del Mercado Central contradice los esfuerzos que se hacen por conservar el patrimonio nacional.

Porque en casi ese mismo lugar estuvo desde la fundación de Montevideo la Plaza de la Verdura y en 1836 se levantó el Mercado Viejo, que fue sustituido a partir de 1865-69 por el primer Mercado Central en el mismo emplazamiento del actual.

Entre 1966 y 1969, “la piqueta fatal del progreso” de que habla el muy actual tango de Ramón “El Loro” Collazo y Víctor Soliño de 1930 “Adiós mi barrio”, la (supuesta) civilización “le clavó su puñal” al viejo Mercado Central contra la opinión de los entendidos, como el gran arquitecto Julio Vilamajó, quien consideraba a ese edificio como de alto valor histórico, patrimonio de la ciudad y fuente de identidad ciudadana.

Además, en esa misma zona –más montevideana que ninguna otra- fue donde se celebraban los “tangos de los negros” y los candombes de que hablan las actas de los cabildos de la época colonial y de la Patria Vieja. Y donde “se acunó el tango compadrón”, como dijo Soliño, amén de que por allí estaban también las “academias” tangueras de más de un siglo atrás y famosos locales milongueros como el “Au Bon Marché”. Y a poquísimas cuadras nació y se estrenó “La cumparsita”.

Dicho sea de paso ¿qué se está esperando para hacer mucho más de lo que se está haciendo para reivindicar al tango, la milonga y el candombe y convertirlos en una verdadera atracción turística?
¿Cuándo se creará un museo o un salón de la fama relacionado con esas músicas autóctonas de Montevideo? Y ¿qué mejor lugar para ello que el del antes y ahora malquerido Mercado Central y su entorno?

La demolición del histórico edificio de 1865 (como se ve el ensañamiento viene de mucho antes), rechazada de plano por Vilamajó y no pocos vecinos, se hizo no obstante el proyecto municipal de 1957 que contemplaba su restauración. En su lugar se construyó hace cuarenta y pico de años el feo edificio actual, parte de cuya estructura se usará, al parecer, para el que será sede de las oficinas de la Corporación Andina de Fomento, así como de tres salas de cine de la Cinemateca Uruguaya.

Nada que objetar en cuanto al otorgamiento de un lugar a la Cinemateca Uruguaya, institución importantísima en la difusión del buen cine, una gran herramienta cultural.

Se mantendrá en el lugar al imprescindible Bar Fun-Fun, como no podía ser de otra manera, y habrá quizás algún restorán. Pero no un mercado tradicional, lo que es un grave error. Tampoco seguirá allí Mundo Afro. Pero ¿qué mejor lugar para esta institución que prácticamente el mismo donde los esclavos africanos celebraban sus tangos y candombes?

En un país que quiere, y en parte ha logrado, hacer del turismo una buena fuente de ingresos, constituye un verdadero pecado eliminar un mercado donde podría mostrarse todo lo mejor de la producción agropecuaria y pesquera uruguaya, tal como se hace en muchos mercados del mundo que son atracciones turísticas de primera línea. Y la zona vecina al Mercado Central es muy concurrida por los miles de visitantes llegados anualmente al puerto de Montevideo en los cruceros turísticos.

Mercados como los de La Boquería en Barcelona, San Miguel en Madrid, La Brecha en San Sebastián, los Marché Bastille o Des Enfants Rouges en París, Campo de’ Fiori en Roma, Southmark Market en Londres, amén de muchos en América Latina, son mecas de los turistas de todo el mundo.

Es que los mercados tradicionales, sin abandonar su vocación de servir a los vecinos de su entorno, con una oferta vinculada a la calidad, la frescura y la variedad de los productos alimenticios locales responden también al creciente interés por la gastronomía, que se ha convertido en un verdadero hecho cultural, así como en un éxito comercial y en un imán turístico.

Un Mercado Central con lo mejor de la producción uruguaya de alimentos junto a una oferta gastronómica de tipo tradicional, con platos clásicos de la cocina criolla, que está recuperando viejos impulsos, amén del condimento de exhibiciones de nuestra música popular, hubiera sido lo ideal. Lástima que esto no se tuvo en cuenta por quienes decidieron hacer un Mercado Central sin mercado.

Por otra parte, la muy positiva experiencia del Mercado Agrícola, que es tan buena que hasta motivó elogios de la oposición, bien podía haber sido repetida y mejorada en un lugar incluso más adecuado para los montevideanos y los turistas como el Mercado Central. Hay lugar en la ciudad para esos dos mercados.

No es válido el argumento de que el despoblamiento y tugurización de la zona había hecho superfluo el funcionamiento del Mercado Central, porque la notable renovación del Mercado Agrícola se hizo precisamente para combatir esos dos problemas. Y en segundo lugar porque es evidente que, con el actual auge de construcción de viviendas en las inmediaciones del Mercado Central y con el proyecto de hacer de Soriano una Calle de las Artes se está dando nueva vida a la zona. Y porque el Mercado del Puerto y el de la Abundancia han dejado hace tiempo de ser mercados-mercados y no hay ninguno de este tipo en un amplio radio que comprende el Barrio Sur, la Ciudad Vieja y el Centro. Y los mercados, verdaderos lugares de encuentro y sociabilidad de los vecinos de un barrio y atracción para los turistas, no son de ninguna manera lo mismo que los supermercados. Son mucho mejores.

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