Opinión > EDITORIAL

Nada que celebrar

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27 de diciembre de 2019 a las 22:25

Que la Prefectura y de la Dirección Nacional de Aduanas (DNA) incautara el jueves un nuevo contenedor en el puerto de Montevideo con cientos de kilos de cocaína pronta para zarpar para Europa debería ser motivo de tranquilidad para el Estado uruguayo.

Es un indicativo real de que los controles están funcionando. Al menos en 2019 se encontraron varios contrabandos grandes y onerosos de la droga en polvo. Pero también es un llamado de atención que no puede pasar inadvertido para nadie: se está volviendo muy frecuente.

El nuevo descubrimiento de varios kilos de la sustancia ilegal escondidos en un container de soja culmina un año récord de incautaciones del polvo blanco en el país. Recordemos: en el primer semestre del año un avión privado que partió del Aeropuerto Internacional de Carrasco resultó detenido en Francia con 43 bolsos de cocaína cuyo contenido contenía media tonelada de la droga. La forma cómo pasaron los bolsos por el scanner de Carrasco es una burla al sentido común. Luego trascendió que los operadores aduaneros de los controles habían sido coimeados para que mirasen para el costado. Fue el primero de una serie de acciones que frenaron la partida de cientos de kilos de la droga hacia el exterior.

En agosto en un modesto chalet de verano de Parque del Plata se incautaron cerca de 1.000 kilos de cocaína, que habrían sido trasladados desde el norte del país. En setiembre, en el puerto de Hamburgo se confiscaron cuatro toneladas y media de cocaína en un contenedor que partió del puerto de Montevideo. Por el contrabando de la droga fue imputado el joven empresario Mario Mutio.

En octubre, en una mansión del barrio privado Cumbres de Carrasco cayó una red de narcotraficantes bolivianos que tenían previsto sacar del país 400 kilos del polvo blanco. Y el día después de la Navidad este nuevo container de soja con cientos de kilos de la droga.

Hacer un breve repaso de los golpes asestados contra el narcotráfico en Uruguay o siguiendo la ruta que parte desde estas tierras bien puede ser leído como algo positivo. Pero no hay que dejarse engañar: Uruguay está en peligro. Creer que somos parte de la ruta de la droga y que el problema está en donde se consume, Europa o Asia –destino final de los alijos capturados– es un error.

El narcotráfico no respeta vidas, instituciones, estados, nada. Es un cáncer que hay que extirpar de raíz antes que sus ramificaciones se multipliquen. No hay nación en el mundo que haya logrado convivencia social ni desarrollo cuando tiene al narco instalado en sus entrañas.

Enfocar el problema del narco a partir de la creencia que el problema del consumo está fuera de fronteras y por ende que no va afectar al país es un error. La incautación de estos cargamentos son señales inequívocas de que el narco y sus códigos de terror vienen por Uruguay. Ser ruta y no destino final no debería ser un alivio.

La propuesta de una eventual ley de derribos contra avionetas no identificadas distrae por lo inverosímil la discusión de fondo que el Uruguay entero debe asumir ante la aparición cada vez más frecuente de cargamentos con miles de kilos de cocaína. Que el narco no eche raíces en el país es una cuestión de férrea voluntad política y determinación. Hay que combatir el narco sin cuartel, con inteligencia y con fuego antes de que se hagan fuertes.

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