Soy hincha del fútbol que, como técnico, propone Juan Ramón Carrasco y cuando juega Nacional contra Defensor hincho por Nacional ya que siento por Defensor un rechazo que no viene al caso explicar (¿cómo se puede ser hincha de un cuadro que se llama Defensor? No “Atacante”, sino Defensor).
Digo todo esto para que, cuando afirmo que Peñarol es el cuadro uruguayo más “grande”, no se me pueda señalar como hincha fanático de los aurinegros. La superioridad de Peñarol tiene que ver con asuntos que van más allá de lo deportivo y se emparentan con el azar y hasta con lo científico ¿De qué se habla cuando se dice que se ganó “a lo Peñarol”?.
Se afirma que los jugadores de Peñarol sienten la camiseta de un modo especial y que eso los ha llevado a ser protagonistas de épicos partidos de fútbol. Yo no creo que el jugador de Peñarol tenga atributos especiales, pero es innegable que el equipo ha participado de acontecimientos que parecen trascender el mero hecho de patear una pelota (el 4 a 2 contra River Plate después de ir perdiendo 2 a 0, el gol del Nando Morena contra el Cobreloa, el increíble triunfo en los descuentos contra el América, y la lista es larga).
Me parece que esas hazañas no tienen tanto que ver con la característica de los jugadores sino con el azar. Y que el azar se empeñe en que ese tipo de triunfos coincida con la camiseta de Peñarol, es un hecho maravilloso que supera la minucia de ganar metiendo y metiendo.
Por otra parte, Peñarol es el nombre con que se conoce al fútbol uruguayo en casi todo el mundo. Basta con hacer un repaso por aquellas películas, canciones o libros en los que se menciona el deporte de esta parte del planeta para comprobar que difícilmente aparezca el nombre de Nacional pero abunda “el Peñarol”. Hace unos días el conductor argentino Roberto Petinatto dijo que cuando veía la camiseta de Peñarol “sentía como un escalofrío y parecía imposible ganarles”.
El cantautor Jaime Roos –hincha de Defensor- contó que cuando era niño y veía a Peñarol salir por el túnel del estadio sentía algo especial. Esas emociones tienen una explicación casi científica: juntos, el color amarillo y el negro convocan una atención particular al ojo humano. Por eso las señales de tránsito tienen esos colores.
Me hice hincha de Peñarol porque en mi familia lo eran y porque me tocó una época en la que Morena hacía goles de todos los colores. Pero no me resulta difícil explicar por qué sigo eligiendo a ese cuadro de fútbol por sobre el resto más allá de razones emotivas.
Es una cuestión de sentido común pero también de la magia del azar. De los empecinados hechos pero también de un nombre que parece haber sido inventado para que suene mejor cuando se lo grita.
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