El presidente estadounidense Richard Nixon con Mao Tse Tung en Pekín, en febrero de 1972. Un gigantesco paso de distensión
Miguel Arregui

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Proliferación nuclear y aparente fin de las guerras mundiales

Los 75 años de la bomba atómica, una de las aventuras científicas e industriales más grandes de la historia (última nota)
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25 de agosto de 2020 a las 22:16

Las ciudades de Hiroshima y Nagasaki resurgirían tras la guerra como comunidades llenas de vida, igual que todo Japón.

La aniquilación de las dos ciudades japonesas ha sido condenada largamente, como un crimen innecesario; en tanto otros la justifican como el corolario lógico de una guerra total.

“A nadie se le ocurrió pensar entonces (cuando los ataques atómicos de 1945) que no todo el mundo nos consideraría héroes”, comentó uno de los artilleros del “Enola Gay” muchos años más tarde.

Hay toda suerte de leyendas sobre el presunto arrepentimiento masivo, o muertes extrañas, de los tripulantes de los bombarderos B-29 “Enola Gay”, que cargó la bomba de Hiroshima, o “Bock’s Car”, que llevó la de Nagasaki. 

En realidad, la suerte de esos tripulantes no fue distinta a la del promedio de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Así, los dos comandantes de los B-29, Paul Tibbets y Charles Sweeney, murieron muy ancianos, en el siglo XXI, y reivindicaron siempre aquellos ataques que quebraron la voluntad combativa del Imperio del Sol Naciente.

Es posible ver al “Enola Gay” en el magnífico Museo Nacional del Aire y el Espacio (Instituto Smithsoniano), en Washington; y al B-29 “Bock’s Car” en el Museo Nacional de la USAF, cerca de Dayton, Ohio. 

Un escéptico Albert Einstein afirmó que la “perfección de medios y la confusión de fines parecen ser las características de nuestro tiempo”.

La “disuasión nuclear”

Estados Unidos y sus aliados, como el Reino Unido, en la posguerra se refugiaron detrás de la bomba atómica, con la misma falsa seguridad que había sentido Francia tras la Línea Maginot hasta el ataque alemán de 1940. 

Esa tranquilidad acabó el 29 de agosto de 1949, cuando los soviéticos hicieron explotar su primera bomba atómica. 

Todos sabían que, ya en plena “Guerra Fría”, tarde o temprano Moscú tendría su propia bomba. Pero, tras detectar y estudiar los residuos nucleares transportados por el viento, los estadounidenses tuvieron una sorpresa mayúscula: la bomba atómica soviética era una copia de la “Fat Man” de plutonio lanzada sobre Nagasaki. 

Los soviéticos estuvieron temprano sobre la pista de la investigación atómica angloestadounidense, el “Proyecto Manhattan”, gracias a simpatizantes comunistas con ingreso al laboratorio de Los Álamos, en Nuevo Méjico. Entre ellos se contaban los técnicos estadounidenses Morris Cohen, George Koval, Theodore Hall y David Greenglass, hermano de Ethel Rosenberg, o el físico alemán y ciudadano británico Klaus Fuchs (ver capítulo IX de esta serie: “La bomba atómica soviética”).

En los años siguientes, Estados Unidos y la Unión Soviética incrementaron sus arsenales nucleares hasta el punto de asegurarse una destrucción mutua en caso de guerra.

La doctrina de la “disuasión nuclear”, basada en la posibilidad de represalias catastróficas, llevó a la producción en masa de bombas atómicas, ya no solo lanzables desde aviones, sino también por misiles basados en tierra, aire y mar.

Las principales potencias también desarrollaron portaaviones, cruceros, destructores y submarinos con propulsión atómica, con una autonomía casi interminable.

Según el Bulletin of the Atomic Scientists (BAS), en torno a 1990, cuando finalizó la “Guerra Fría” por el colapso del imperio soviético, Estados Unidos disponía de casi 22.000 ojivas nucleares, y la URSS unas 30.000. 

Ahora, treinta años después, Washington y Moscú conservan pocos miles de armas atómicas, aunque más que suficientes para provocar algo parecido al Apocalipsis.

La irrupción de China

Desde los años ‘50, y más aún desde la posesión de la bomba de hidrógeno, al menos 1.000 veces más potente que la de Hiroshima, “ambas superpotencias dejaron de utilizar la guerra como arma política en sus relaciones mutuas, pues era el equivalente de un pacto suicida”, escribió el historiador Eric Hobsbawm. 

Los dos bloques de la “Guerra Fría”, liberalismo y comunismo, compitieron entre sí por interpósitos combatientes. Sin embargo ambos se sirvieron de la amenaza nuclear en distintos momento de tensión extrema, “al precio de desquiciar los nervios de varias generaciones”.

Una paradoja es que, después de la “crisis de los misiles” en Cuba en octubre de 1962, hubo más riesgo de un enfrentamiento nuclear entre la URSS y China por el control del movimiento comunista internacional, particularmente en 1969, que entre la URSS y Estados Unidos por la supremacía mundial.

La China de Mao Tse Tung, que obtuvo su propia bomba atómica en 1964, parecía fuera de toda norma. 
El historiador Eric Hobsbawm cita la anécdota de que Mao comentó al dirigente comunista italiano Palmiro Togliatti: “¿Quién le ha dicho que Italia va a sobrevivir? Quedarán trescientos millones de chinos, y eso bastará para la continuidad de la raza humana”.

Producción de energía

La producción de energía eléctrica mediante reactores nucleares sigue siendo decisiva en buena parte del mundo. Al menos el 25% de la electricidad es producida por ese método.

La energía atómica es mucho más barata, segura y limpia que la que brindan los combustibles fósiles como el petróleo. 

Sin embargo un par de graves accidentes, como el de Chernobyl, Ucrania, en 1986, o el de la central Fukushima en Japón en 2011, provocado por un terremoto y tsunami, hicieron que se reconsiderara el uso de esa tecnología.

La canciller Angela Merkel anunció en 2011 que Alemania desmontaría sus 16 centrales atómicas y no usaría ya esas tecnologías a partir de 2022. En 2012 el gobierno de Japón también se comprometió a abandonar gradualmente la producción de energía atómica.

Sin embargo los gobiernos de Francia y Gran Bretaña reafirmaron el uso de la tecnología atómica, cada vez más eficiente para producir electricidad.

Francia, con 58 reactores nucleares, cuenta con el segundo parque de reactores nucleares detrás de Estados Unidos, que cuenta con más de 100.

Muchos otros países, desde la India a Rusia, pasando por China, o pequeñas naciones como República Checa, Eslovaquia o Hungría, dependen parcialmente de la energía nuclear para su abastecimiento eléctrico.

En América Latina, Brasil reanudó en 2010 las obras de construcción de Angra III, luego de 24 años de polémica. Argentina puso en marcha en 2011 la central atómica Atucha II. La primera, Atucha I, suministra electricidad desde 1974. En su plan estratégico tiene planeado la construcción de una nueva planta atómica, Atucha III, aún en pañales, y la puesta en funcionamiento de un reactor de baja potencia. México también considera expandir sus capacidades.

Planes atómicos de Brasil y Argentina

José Sarney, quien fue presidente de Brasil entre 1985 y 1990, reconoció en una entrevista televisada en agosto de 2005 que durante su mandato los militares planeaban desarrollar una bomba atómica; y que debió negar la existencia de ese plan para preservar las relaciones con Argentina.

Sarney dijo que el programa atómico era un legado de la dictadura, que se extendió entre 1964 y 1985, y que había sido concebido para ser anunciado por el general Joao Baptista Figueredo, último presidente del régimen.

Sarney dijo que Argentina también desarrolló planes similares, aunque los negara, debido a la tradicional competencia entre las dos naciones.

En 1991 los presidentes Carlos Menem, de Argentina, y Fernando Collor de Melo, de Brasil, firmaron un acuerdo para uso pacífico de la energía nuclear. Según Sarney, al negociar ese acuerdo Brasil llegó a la conclusión de que Argentina le llevaba 10 años de ventaja en materia de investigación nuclear.

Luego se supo que, por orden del dictador Leopoldo Galtieri, un grupo de ingenieros y físicos militares diseñó en secreto un laboratorio para producir plutonio metálico y un reflector neutrónico, que sólo son necesarios para hacer una bomba atómica.

Ese plan fue abandonado luego de la derrota argentina en Malvinas en 1982. (En ese conflicto, el submarino británico de propulsión atómica “Conqueror” hundió al viejo crucero argentino “General Belgrano” y provocó 323 muertes).

Desde hace cuatro décadas Brasil explora la energía atómica para uso civil y militar. Las centrales de Angra, al sur de Rio de Janeiro, satisfacen una parte mínima de la demanda total de energía. 

En diciembre de 2008 el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva firmó con Francia un acuerdo para la construcción conjunta de submarinos convencionales tipo Scorpene, y uno de propulsión nuclear, el primero de América Latina y operativo en 2024. Parte del reactor y el uranio enriquecido son producidos en Brasil. 

Lula fue muy claro en octubre de 2008 en Madrid: “Brasil es una potencia emergente regional, e incluso global, y por ello debe completar el proceso atómico”.

Proliferación nuclear

Setenta y cinco años después de las primeras explosiones en Alamogordo, Hiroshima y Nagasaki, existen nueve Estados con capacidad nuclear militar: Estados Unidos (desde 1945), Rusia (desde 1949), Reino Unido (1952), Francia (1960), China (1964), Israel (probablemente desde fines de la década de 1960), India (1974), Pakistán (1998) y Corea del Norte (probablemente desde 2006). 

Sudáfrica habría colaborado con Israel para probar una bomba atómica muy al sur, en el océano Índico, en 1979; e Irán busca su propia bomba.

Existen suficientes armas atómicas, al menos 20.000, como para borrar la vida de la faz de la Tierra. Pero, pese a la proliferación nuclear y a las tensiones internacionales, la bomba atómica aún no ha sido utilizada de nuevo contra seres humanos en los últimos 75 años.

Fuentes principales para la serie de 10 artículos: El Stalin desconocido, de Zhores A. Medvedev y Roy A. Medvedev; Enola Gay, de Gordon Thomas, con la colaboración de Max Morgan-Witts; Einstein – Su vida y su universo, de Walter Isaacson; Estados Unidos – La historia, de Paul Johnson; Grandes épocas de la aviación, Time-Life folio (en 40 tomos); Historia militar de los Estados Unidos, de Allan R. Millett y Peter Maslowski; History of the Second World War (1966-1968, bajo dirección de Basil Liddell Hart e Imperial War Museum) – Así fue la Segunda Guerra Mundial (1972, editoriales Anesa, Noguer y Rizzoli, en seis tomos); La Segunda Guerra Mundial, por Winston S. Churchill; La Segunda Guerra Mundial, Time-Life folio (en 72 tomos); Memorias (Los recuerdos del arquitecto y ministro de Armamento de Hitler), por Albert Speer.
 

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