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Qué lugar ocupa Benedetti, a 10 años de su muerte, en el mapa literario actual

Una serie de aniversarios sirven para releer al autor de Montevideanos y preguntarse acerca de su vigencia (o no) en la actual escena literaria nacional e internacional
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17 de mayo de 2019 a las 13:59

Hace 20 años, cuando la muerte empezaba a ser un tema literario ineludible, Mario Benedetti escribió un haiku –la forma poética tradicional japonesa– que bien podría haber sido uno de sus tantos epitafios posibles. Escribió: “Cuando me entierren,  / por favor, no se olviden / de mi bolígrafo”. Los versos están incluidos en Rincón de haikus (1999), el mismo libro en el que también escribió: “A nuestra muerte / no conviene olvidarla / ni recordarla”. Ahora, 10 años después de su muerte, es un buen momento para volver a la prolífica obra de Benedetti, un corpus de un centenar de libros de ficción y no ficción publicados a lo largo de siete décadas, compuesto por poesías, cuentos, novelas, ensayos, canciones, obras dramáticas y crónicas periodísticas.

“Benedetti ha tenido un crecimiento continuo en el panorama literario uruguayo desde fines de los años cincuenta a la fecha”, dice Hortensia Campanella, presidenta de la Fundación Mario Benedetti y autora de la biografía Mario Benedetti, un mito discretísimo (2008). “Lo mismo ocurre en el plano internacional. Si nos atenemos a las solicitudes de derechos de autor que recibe la fundación vemos que el interés en su obra es permanente”. El año pasado, con las primeras traducciones al georgiano, la obra de Benedetti alcanzó los 29 idiomas, al tiempo que en China, uno de los mercados más grandes del mundo, a la traducción de sus cuentos completos se sumarán próximamente sus novelas.

Benedetti –su obra, su figura– se ha ido moviendo en el imaginario colectivo uruguayo: su irrupción se produjo en un país muy distinto al actual en términos sociales y literarios, algo que incide en cómo se lee –e interpreta– la obra. “A 10 años de su muerte, el mundo es otro, el uruguayo es otro, y la literatura también”, opina la ensayista y crítica literaria Alicia Torres. “Aunque, si pensamos un poco, los temas son eternos y en lo esencial el ser humano no ha cambiado demasiado. Que el realismo de su narrativa haya perdido aquel factor sorpresa que lo llevó a ocupar un lugar de primera línea, y se perciba pasado de moda o desplazado por corrientes alejadas de la realidad social, es lógico y es sano. La figura de autor de Benedetti parece congelada en el hombre sencillo, trabajador, afable y solidario, que identificaban al instante con sus personajes”.

Ese lugar de primera línea al que se refiere Torres, que en su momento lo convirtió en uno de los escritores uruguayos más leídos, incluye el poemario Poemas de oficina (1956), el volumen de cuentos Montevideanos (1959) y la novela La tregua (1960), como algunas de sus obras imprescindibles a la vez que crónicas de su tiempo. Para el investigador y crítico literario Oscar Brando esa misma naturaleza testimonial de la obra benedettiana, que en su momento le valió tanta popularidad, es la que ahora lo vuelve menos presente. “Tal vez la idea de una literatura pegada a la realidad (que, en alguna medida, actuaba sobre ella) arrastraba consigo el fantasma de un escritor que formaba parte de la misma obra y trabajaba en el mismo sentido. Una vez muerto el escritor, era pensable que desapareciera el efecto químico (que se nutría de una rara actitud mediática) y que la obra fuese cayendo en el olvido. Era esperable que una obra demasiado atada a su circunstancia tuviera poca sobrevida”.

Esa literatura cercana a la realidad del montevideano promedio fue determinante en la trayectoria de Benedetti, algo en lo que coinciden Torres y Brando. “Creo que la primera producción de Benedetti llamó la atención porque proponía la novedad de lo cotidiano”, explica Torres. “De golpe, el mundo gris de las oficinas públicas, el dactilógrafo y el papel carbónico, se convertían en materia prima de un género como la poesía, considerado elitista. Lo rutinario, que ocurría en Ciudad Vieja, en la rambla o en 18 y Andes, se volvía literatura y era un gesto rupturista. Eran poemas, cuentos y novelas que hablaban de la mediocridad de la clase media, sus frustraciones, el sueldo escaso, la jubilación, el voto, los pitucos, el amor, a veces, algún sueño. Los nuevos contenidos, y el lenguaje sencillo y coloquial, favorecieron la identificación de Benedetti con el uruguayo medio, sobre todo con el montevideano”. Para Brando, los cambios sociales que se produjeron hacia fines de los años 60 y principios de los 70 fueron moldeando indefectiblemente la literatura de Benedetti, siempre abocada a una voluntad testimonial de su tiempo. “La década produjo cambios, y no pocos, en la literatura de Benedetti, porque el aquí y ahora que dibujaba las taras de la clase media uruguaya, o la grisura, medianía, sordidez de sus valores, fue mutando en un aquí y ahora que se invistió del compromiso militante, revolucionario, al viento de los movimientos políticos que se producían en Latinoamérica. Cambiaba así el tipo de ensayística, y la literatura de creación, en el género que fuese, buscaba responder a la urgencia de la hora”.

Campanella, por su parte, menciona otros dos géneros en los que Benedetti continúa muy presente y que pueden llegar a pasar un poco desapercibidos en la enormidad de su obra: el teatro y el periodismo. “Las artes escénicas tienen permanentes puestas teatrales de Pedro y el Capitán, que siempre suele estar en cartel en tres o cuatro ciudades a la vez, en especial de México, España y algunos países de América Central. Lo que refleja su vigencia. Un género poco recordado, pero donde Mario demuestra profundidad y amplitud, es la crítica literaria: una importante zona de su obra que merece un rescate y nuevas ediciones”.  

Si la obra de Benedetti continúa a la vez vigente pero aferrada a su tiempo –hoy, cuando las utopías parecen restos arqueológicos, la figura del escritor comprometido puede lucir ciertamente anacrónica– ocurre lo contrario con las de Felisberto Hernández, Juan Carlos Onetti o Mario Levrero, escritores con menor implicancia sociopolítica que Benedetti, evidente bastión izquierdista desde su papel activo en la fundación del Movimiento de Independientes 26 de Marzo hasta sus editoriales políticos publicados en el semanario Marcha (recopilados en Crónicas del 71), pasando por sus recurrentes viajes a Cuba en claro apoyo al régimen castrista.

"No nos provoca hoy la voz del poeta militante y sí nos convoca la autoficción, el diario íntimo, el relato de confesión”, asegura Brando. “No digo que estas sean las únicas claves para entender el interés actual por Mario Levrero o Felisberto Hernández. Está claro que su programa creativo se alejó del aquí y ahora y con ello resguardó la obra de lo inmediato y amplió sus posibilidades de lectura. Es difícil de decir y de argumentar, pero ambos escritores, que tuvieron en vida una resonancia mucho menor que la de Benedetti, vieron beneficiada la atención sobre su obra luego de su muerte”. Para Campanella, sin embargo, aunque Benedetti tenía un “compromiso con la literatura y con su tiempo”, existe una diferencia leve pero determinante en su actitud extraliteraria. “Para Benedetti el arte no estaba asociado a la militancia sino al compromiso”, dice. “Son dos conceptos bien diferentes. El compromiso era con su tiempo y con los más desfavorecidos, por supuesto, pero en el marco del compromiso con la buena literatura, aspecto en el que Mario era de una gran autoexigencia”.

En el caso de los nuevos escritores uruguayos, la influencia de Benedetti, según Torres, es algo oblicua: “En la literatura uruguaya actual hay narradores que, a partir de estrategias heterogéneas, trabajan un realismo social crudo que abarca diferentes tipos de violencia (en la esfera pública y en el espacio doméstico), intervenido en ocasiones por líneas testimoniales o de denuncia. Algunos de sus exponentes, y desde una lectura muy amplia, podrían ser, entre los mayores: Marisa Silva Schultze, Fernando Butazzoni, Ana Solari, Milton Fornaro, Gustavo Espinosa, Henry Trujillo. Entre los más actuales: Horacio Cavallo, Damián González Bertolino, Fernanda Trías, Carolina Bello, Valentín Trujillo, Lalo Barrubia, Agustín Acevedo Kanopa, Rodolfo Santullo, Pedro Peña, Martín Lasalt... Nunca hubiera imaginado una lista tan nutrida ¡y los que estaré olvidando!, aunque algunos sólo cultivaran el realismo y algún tipo de denuncia en un libro o algún cuento. Existen tantos argumentos a favor como en contra de este inventario. Un debate sobre el tema sería enriquecedor”.

2020: el centenario y La tregua en el ballet

El año que viene se cumple el centenario del nacimiento de Benedetti (14 de setiembre de 1920 en Paso de los Toros) y el acontecimiento será el tema del Día del Patrimonio. “Es un acontecimiento para el Uruguay y para la lengua española”, asegura Campanella. Una muestra de esto fue la visita, el lunes pasado, del poeta Luis García Montero, director general del Instituto Cervantes, quien firmó un convenio con el Ministerio de Educación y Cultura de nuestro país mediante el cual los centros de lengua española de todo el mundo incorporarán la obra de Benedetti a su programa, además de establecer una serie de actividades para difundir la obra de escritores uruguayos, entre las que se encuentra la celebración del centenario de Benedetti en la sede central del Instituto Cervantes en Madrid.

El centenario, además, coincide con los sesenta años de La tregua, novela que será adaptada por el Ballet Nacional del Sodre con Gabriel Calderón en la dramaturgia, Marina Sánchez en la coreografía y Luciano Supervielle en la música. “Sin renunciar a la tristeza, el pesimismo y la grisura de su relato uruguayo, Benedetti lograba mostrar cómo eso podía ser la mejor manera de ser optimista, alegre, esperanzador”, explica Calderón, que se encuentra en pleno proceso de adaptación de la novela al ballet. “Traducir esa novela a un guion que será bailado consiste en alumbrar, resaltar y mostrar esa energía imponente que Benedetti tenía en su relato, y que el sentido común, o la pereza, a veces han tapado de lo que se suele conocer del autor”.

Para un dramaturgo con un estilo tan reconocible –el año pasado estrenó If - Festejan la mentira, cuarta entrega de su pentalogía iniciada por Uz, Or y Ex– adaptar nada menos que La tregua supone un desafío especial. “Tengo claro que ser fiel es traicionar”, asegura Calderón. “No es posible dejar la novela como está; no es posible contarle al público ni transmitir lo que la novela transmite. Nuestro trabajo es transformar ese relato en un nuevo lenguaje. Estamos obligados a dar nuestra opinión. Como decía Borges, traducir es conducir al original”. En este sentido, Calderón escribe reverenciando (y referenciando) al original, con la idea de que los espectadores salgan de la sala con ganas de leer la novela, un ejercicio que se impone en tiempos de números redondos. “Siempre que hay un autor de la talla de Benedetti, primero hay una etapa de furor, donde la fuerza de la escritura lo ilumina todo. Luego, con cierto grado de justicia, aparecen otros autores a los cuales esa potencia ocultaba y que el tiempo va poniendo en su lugar. A veces este acto de justicia se da con la injusticia de atacar al autor que provoco ese malentendido. Pero todo el malentendido, las buenas y malas intenciones, se quedan de lado cuando uno se encuentra con la potencia de su literatura”.

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