El caso de la agresión a la joven negra Tania Ramírez nos dejó un montón de reflexiones y de gritos sobre el alcance del racismo en Uruguay que, finalmente, decantaron en un fallo judicial decente.
Pero, más mínimamente, el asunto fue caldo de cultivo para una serie sofocante de chistes que dejaron en evidencia el tedio, la esencia previsible del uruguayo medio. Usted debe haberlos escuchado o leído en conversaciones de boliche, en facebook o en tuiter.
La broma refiere al uso de "afrodescendiente" como palabra pretendidamente adecuada para referirse a los negros. En la búsqueda de la burla de lo políticamente correcto, los chistes hacen pie en cosas tales como “me gusta el chocolate afrodescendiente” o “estoy tomando un wisky etiqueta afrodescendiente” o “la cosa se puso afrodescendiente” y así hasta la nausea.
La fórmula es repetida una y otra vez con pequeñas variantes sin que los humoristas tengan piedad por el cansancio ajeno.
Cualquiera sabe que la repetición de chistes, anécdotas y recuerdos sólo nos es permitida, y hasta estimulada, por los amigos. Unicamente los códigos entrañables de la amistad admiten que alguien nos diga “contáte de nuevo aquello de…” y que el eterno retorno culmine en el disfrute de la barra.
En ningún otro lado el hastío de lo ya frecuentado conduce a nada bueno. Mucho menos en las relaciones de pareja. Por eso, aunque usted haya cruzado a nado el Río de la Plata no es conveniente que siga dando brazadas sin solución de continuidad.
Sin embargo, son legión quienes, en presencia de la persona que lo enamora, no dudan en relatar una y otra vez sus menguados saberes y sus mínimas hazañas sin reparar que el milagro -el amor no es otra cosa- no soporta la práctica recurrente de trucos a los que, finalmente, se les notan las costuras.
Ese hombre o aquella mujer no encontrarán placer alguno, o lo encontrarán durante muy corto tiempo, en la reiteración de un mismo chiste, y el hastío también alcanzará, según el caso, a su interlocutor de turno, a su adversario alerta, a su paciente lector.
Los repetidores de anécdotas están hechos de la misma madera que los bobos que siempre están alegres, o de los pesados que viven en una permanente infelicidad. La insistencia en escribir versos memorables como en frecuentar estupideces son, finalmente, la misma cosa. Porque matan el asombro y propician el aburrimiento.
Digo esto sabiendo que me aburro y, por tanto, aburro desde muy chiquito. Y lo digo porque las cosas hay que decirlas antes de que nos trague el agujero afrodescendiente de la muerte.
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