Los más veteranos recuerdan a Antonio Larreta por su labor inicial como periodista de cultura. Muchos también, por su larga y destacada carrera como actor y director de teatro. Otros, por ser el creador y guionista de la popular serie de televisión española Curro Jiménez.
A pesar de que en 1980 ganó el Premio Planeta con la novela Volavérunt y que su libro A todo trapo, sobre el joven político Villanueva Saravia fue un éxito de ventas, su faceta literaria quedó siempre en segundo plano, aunque tenía un talento evidente.
El jardín de invierno es una prueba más de esa capacidad para escribir de lo que sea que tenía Larreta. Lo que en primera instancia podría considerarse una autobiografía más, resulta ser un relato muy bien escrito que se sale del yo para retratar toda una época: el período de entreguerras, las décadas de 1920 y 1930.
La otra particularidad del libro es que abarca solo los años de la niñez. Este detalle causa un efecto imprevisto y es que en el texto conviven la mirada infantil del protagonista con la del hombre maduro que recuerda, analiza y a veces corrige, su propia percepción de lo que experimento en sus 12 primeros años de vida.
No fue poco lo que vio Larreta, que nació en el seno de una familia muy adinerada que vivió siempre al límite de sus posibilidades económicas. Aunque ninguno de los numerosos parientes terminó en la pobreza, los muchos años sin trabajar de algunos, las estadías prolongadas en Europa viviendo sin preguntar los precios de otros y las amantes que exigían un apartamento para recibir al hombre casado, terminaron haciendo mella en la gran fortuna inicial.
El autor grafica este punto en forma precisa, ya que el libro comienza con la instalación de la familia en una gran casa en la calle Sarandí y termina con el remate de todo su contenido. El libro se centra allí, en un hogar por donde desfilan una serie de personajes a cual más pintoresco. Está la tía que se vuelve loca y el marido que se suicida, está la que abandona a su familia para irse con un amante a Europa y que después regresa como si nada, está el alcohólico, el drogadicto y el loco por las carreras de caballos.
Esta galería de personajes es lo mejor del libro que a través de ellos retrata una época idealizada por los uruguayos que, sin embargo, esconde un montón de miserias y muchas trasgresiones a las buenas costumbres. Larreta describe con maestría una sociedad montevideana sumamente hipócrita, que tiene el hábito recurrente de esconder la suciedad debajo de la alfombra.
Y en medio de todo esto está la propia existencia del niño que mira asombrado todo lo que sucede a su alrededor. Un niño que no va a la escuela por capricho de sus padres, lo que indefectiblemente lo aísla del resto del mundo. Que no tiene ni un solo amigo, ya que en el centro de la ciudad (en ese entonces la ciudad vieja) no hay vida de barrio, no se convive con los demás.
Un niño de nueve años que se entera que su madre tiene cáncer y que la ve morir con solo 36 años, después de regresar de un último viaje desesperado de la familia a Alemania, para experimentar con un nuevo tratamiento recién descubierto: la radioterapia.
El libro tiene pasajes muy emotivos como el anterior pero están todos narrados con sobriedad. Por momentos Larreta parece algo gélido al hablar de sus sentimientos en los momentos de dolor, pero en los felices tampoco hace una fiesta, con lo que puede deducirse que era su manera de ver la vida, con sus golpes y caricias.
Un libro ameno para saber más de una personalidad de la cultura nacional y de aquellos años no tan dorados del Uruguay.Inicio de sesión
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