Otra pérdida para la creación contemporánea en América Latina

Hay nombres que se convierten en dínamos. Nombres que encienden tanto la discusión, el desacuerdo, la crítica como la coincidencia, el afecto. Nombres que movilizan procesos e ideas; ideas y procesos que generan oposiciones; oposiciones que generan otros procesos e ideas y oposiciones. Y esa cualidad quizá sea la que describe mejor, aunque, claro, de forma incompleta y provisoria, la figura de Coriún Aharonián (1940-2017), quien falleció en Montevideo hace apenas un día.

Compositor, docente, ensayista, crítico, investigador, Aharonián fue clave en la escena musical culta y popular, tanto a nivel local como latinoamericano. Al igual que otros integrantes de su inquieta generación de creadores, desde los años de 1960 se jugó a marcar una diferencia en el campo de las nuevas músicas (o músicas de vanguardia o músicas contemporáneas), con un lenguaje que trascendió el mero formalismo y apostó a una íntima correlación entre ética y estética, a la integración entre lo culto y lo popular, y a un compromiso con un proyecto identitario enraizado en el marco cultural local. Un planteo que quebró tanto con los nacionalismos efectistas y pintoresquistas de las décadas anteriores, como con los modelos pseudouniversalistas difundidos desde la academia europea.

Con esa misma intensidad que asumió la creación, Aharonián llevó sus ideas al campo ensayístico, a la crítica, a la investigación musicológica y también a su trabajo docente, a su participación activa en proyectos como el Núcleo Música Nueva de Montevideo, los Cursos Latinoamericanos de Música Contemporánea (1971 a 1989), el sello Ayuí/Tacuabé o el Centro Nacional de Documentación Musical Lauro Ayestarán. Con aciertos y desaciertos, en cada uno de esos campos sus planteos fisuraron comodidades, contra la burocrática comodidad de lo bienpensante y correcto, generaron esa saludable oposición que puede motorizar (nuevos) significados.

Este perfil tan singular tuvo sus raíces, sus fuentes, sus referencias formativas y estéticas. Entre ellas están los nombres de Lauro Ayestarán, de Héctor Tosar, de Luigi Nono. También los de Edgard Varèse, Anton Webern, Eduardo Fabini, Silvestre Revueltas. También los de Gerardo Gandini, Mariano Etkin, Graciela Paraskevaídis (su esposa), Conrado Silva, Cergio Prudencio, entre otros de una larga lista. Y sea a través de los cursos que orientaba en su legendario apartamento del Parque Posadas, sea en la Escuela Universitaria de Música y en otros ámbitos, dejó sus huellas en varias generaciones más jóvenes de músicos populares y cultos entre los que se cuentan a Carlos Da Silveira, Elbio Rodríguez Barilari, Fernando Condon, Leo Maslíah, Jorge Drexler, y más.

Fue, en síntesis, un dínamo tan intenso como entrañable. Lo fue hacia fines de los años de 1960 y en las dos décadas siguientes, cuando en plena dictadura se bloqueaban todas las chances de conocer, de aprender lo que estaba pasando con las músicas contemporáneas (y otra vez las etiquetas de marras: las cultas y las populares). Y lo siguió siendo en la discusión, en la gestión y en la creación tras la apertura democrática. Un dínamo que deja una obra de referencia en el repertorio camerístico y en el electroacústico, y un pensamiento que seguirá motorizando discusiones.