Entré a Panamá sin pasaporte, acompañado durante toda mi estadía por un policía local. Todo fue culpa de las cenizas volcánicas y también de las cenizas del tabaco.
Fue en 2011. Yo vivía en Miami y viajaba para Montevideo. Mi pasaporte estaba vencido y cuando fui al consulado uruguayo, me dijeron que me harían uno nuevo en un lapso de entre tres y cinco meses. Ante mi cara de "no puede ser" me dijeron que había una solución: me darían un salvoconducto, que tenía una duración de ocho días y que solo servía para desembarcar en Uruguay.
No había problema, porque yo quería ir a Uruguay. Una vez allí, obtendría mi nuevo pasaporte en un lapso razonable. Conseguí un pasaje barato por Copa Airlines, la línea de aviación panameña, que hacía escala en ciudad de Panamá.
Munido de mi salvoconducto, que me otorgaba un aire aventurero de otras épocas, como si fuera un correo del zar o un emisario del virrey, emprendí vuelo y pocas horas después esperaba en el aeropuerto de Panamá el viaje definitivo a Uruguay.
Entonces todo se complicó. La compañía anunció que las cenizas del volcán Puyehue impedían el funcionamiento del
aeropuerto de Carrasco, por lo cual el vuelo quedaba suspendido hasta nuevo aviso.
Había que pasar la noche en Panamá. La compañía comunicó, a quienes quisieran entrar en la ciudad, que había un hotel 5 estrellas con un precio especial para la ocasión de U$S 100 por noche. Quienes prefirieran pasar la noche en el aeropuerto, serían agasajados con sandwiches y refrescos. No se sabía cuánto tiempo iba a durar el inconveniente de las cenizas. Nos mantendrían informados.
El anunció desató un aluvión de preguntas, quejas y amenazas por parte de los damnificados, que se transformó enseguida en un gran griterío.
Yo tuve la sensación inmediata de un dejá vu. No era posible que hubiera vivido una situación similar y sin embargo la sensación estaba ahí. Entonces recordé: Yo había participado, años atrás, en un "Seminario Insight", una suerte de sacudón conductista para liberarse de las malas costumbres que nos impiden conseguir las metas que nos proponemos.
El seminario estaba conducido por una venezolana que contó una anécdota de aeropuerto, en una situación muy similar a la que se vivía en ese momento en Panamá: por alguna razón el vuelo no podía llegar a destino en tiempo y forma y los pasajeros protestaban enojados.
La buena mujer se separó de la turba enardecida y esperó una oportunidad de preguntar, con toda amabilidad, cúales eran sus opciones. La estrategia le dio mucho mejor resultado que al resto de los pasajeros. La moraleja era que sin ira, sin desesperación, sin levantar ningún dedo acusatorio y con disposición al diálogo, había mucho mejores posibilidades de obtener el éxito.
Seguí el consejo al pie de la letra. Esperé que algún empleado de la compañía se liberara del tumulto y le dije, con toda tranquilidad y buen tono: "Tengo un problema de salud".
De más está decir que obtuve toda su atención. Le dije que yo era fumador y que podía estar un tiempo definido sin fumar, pero no uno indefinido. Y agregué: "El problema es que no puedo entrar a Panamá porque no tengo pasaporte".
Yo ni siquiera me imaginaba qué tipo de milagro buscaba, pero se produjo. "Hay una solución –me dijo–. La compañía puede contratar un policía para que lo acompañe durante su estadía en Panamá".
Dicho y hecho. Me asignaron un custodio y pronto estaba fumando un cigarrillo fuera del aeropuerto. Un rato después ya estaba en mi pieza del hotel, contigua a la de mi custodio. El policía me informó, además, que la compañía pagaría el hotel para ambos, además de las comidas durante mi estadía.
Al otro día ya había visitado el famoso canal y me estaba acostumbrando a mi ritmo de vida panameño, cuando me anunciaron que las cenizas habían cedido y que esa tarde emprendería el regreso.
Fue una estadía breve pero me dejó un recuerdo muy grato de Panamá, gracias a la ausencia de papeles.