Opinión > Análisis / Eduardo Blasina

Para superar la epidemia de populismo

Uruguay precisa escuchar más a sus técnicos; democracia ya tiene suficiente
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27 de noviembre de 2016 a las 05:00
En este año en que los politólogos han sido infalibles en errar pronósticos, igual han hecho publicaciones interesantes. Las ciencias sociales no la tienen fácil para pronosticar. Pero eso no las invalida. En particular en estos días se ha publicado un estudio que plantea aspectos interesantes de las democracias más promisorias del continente. Mientras en Chile la gente es poco escuchada y se hace a rajatabla lo que los técnicos indiquen, en Uruguay el sistema político es "hostil a los expertos". El estudio de los investigadores Camilo López, Lucas D'Avenia y Belén Villegas apunta, según la crónica realizada por Búsqueda, varios aspectos interesantes. Ambos países somos parte de la oportunidad trabajosa de superar el subdesarrollo. Según el estudio, tanto Chile como Uruguay llevaron adelante innovaciones interesantes en el período posdictadura.

Pero mientras en Chile la democracia da poco espacio a las opiniones del público pasadas las elecciones y en ese sentido es "elitista", en Uruguay "no son necesarias las credenciales académicas para ocupar puestos de relevancia ni siquiera en los cargos vinculados al gobierno de la economía". Esto tendría raíces históricas profundas, ya que la elite intelectual uruguaya habría preferido "nutrirse de Herbert Spencer y no de Augusto Comte. Los acercaba al primero su visión evolucionista y los alejaba del segundo su dimensión autoritaria."

Dicho coloquialmente, en Chile se vota, el ganador arma sus equipos donde predominan los técnicos formados en cada área y se hace lo que los especialistas dicen. En Uruguay los equipos tienen pocos técnicos y para evitar cortocircuitos se transa con el sindicato para que los pocos cambios no incomoden a los gremios involucrados.

El estudio llega en un momento oportuno. A pesar de sus invariables fracasos, el populismo parece rendir electoralmente en todas partes. Llevó a la catástrofe en Venezuela, llevó al quiebre en Europa con la salida de los británicos, se ha instalado en EEUU y es una amenaza siempre latente en Uruguay.

A nivel local el estudio lanza dos sugerencias simples y prácticas: Chile precisa más democracia, ya tiene suficiente tecnocracia. Uruguay precisa escuchar más a sus técnicos, democracia ya tiene suficiente.

Las victorias populistas han llevado a otras reflexiones interesantes. Por ejemplo en la histórica Universidad de Oxford, responsable por uno de los diccionarios más respetados de la lengua de Shakespeare, declararon a "post truth" la palabra del año. Este concepto de la posverdad, afirma la histórica institución británica, "refiere a un discurso en el que los hechos no cuentan.

Es por lo tanto una era peligrosa en la que los hechos objetivos son menos influyentes en el modelado de la opinión pública que las apelaciones a lo emocional y a las creencias personales". En un mundo en que miles de musulmanes están dispuestos a suicidarse matando gente convencidos de que eso los colocará en un paraíso repleto de vírgenes, es fácil de entender que lo emocional muchas veces arraiga más fácil que la razón. Pero las mismas apelaciones emocionales han dado réditos en este continente desde el chavismo agitando al demonio imperialista a Trump agitando el demonio de los mexicanos inmigrantes.

En el caso de Uruguay, en el que además las opiniones técnicas en política –y en educación– están subvaluadas, el peligro posiblemente esté aumentado. Desde un punto de vista más general, el arraigo de una cultura posverdad es sumamente peligroso. Ahora que todo puede ser medido, Oxford estima que el uso del concepto posverdad creció 2.000% durante este año.

"No me sorprendería que posverdad se volviera una de las palabras definitorias de nuestra era", opinó el presidente de los diccionarios Oxford, Casper Gratwohl. No es sorprendente que la palabra de este año esté cargada de significación política. Impulsada por el ascenso de las redes sociales como una nueva fuente de noticias y un creciente descrédito respecto a los hechos que expone el establishment, el concepto de posverdad ha arraigado.

El término fue planteado por primera vez por el serbio-estadounidense Steve Tesich, que, en el marco del escándalo Irán Contras, proponía que "nosotros como pueblos libres, hemos libremente decidido que preferimos vivir en una situación posverdad".

O dicho de otro modo, lo que importa es ser popular en una red social o en una elección diciendo disparates. La verdad ha quedado obsoleta. Este peligro lo advirtió hace décadas el filósofo Bertrand Russell, que aseguraba que buena parte de los problemas del mundo derivaban de que los irracionales y los fanáticos estaban plenamente convencidos mientras que las personas razonables estaban repletas de dudas.

Por supuesto que toda enfermedad social –y casi toda enfermedad biológica– encuentra en la razón, la filosofía y la ciencia la fuente del remedio. Y la solución a la enfermedad populista de la posverdad la ha planteado Michael Higgins, alguien no muy conocido tal vez porque no dice disparates. Y ser razonable no da fama. Higgins es el presidente de Irlanda y antes de ello fue el ministro de Cultura de su país. Y ha planteado justamente que el remedio a la posverdad es que volvamos a prestar atención a la filosofía.

Enseñar filosofía en las escuelas y promoverla en la sociedad es una necesidad urgente para permitir a los ciudadanos discriminar entre el lenguaje de la verdad y la retórica ilusoria", dijo el presidente de Irlanda. Hablaba en el marco del Día Mundial de la Filosofía, que en Uruguay pasó inadvertido.

"La actitud antiintelectual ha alimentado el populismo entre quienes se sienten inseguros o excluidos" explicó el presidente de Irlanda. Cualquier semejanza con Uruguay no es mera coincidencia. Volvamos a discutir sobre el balance entre Spencer, Comte, Bertrand Russell, Arturo Ardao, Vaz Ferreira. Desde la escuela. O sentémonos a esperar el populismo que tan fácil ha arraigado en otros países.

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