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Polvo que el viento no lleva

Qué dejó musicalmente Eduardo Mateo, un artista mítico pero no demasiado escuchado por las masas
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19 de julio de 2015 a las 05:00
Eduardo Mateo fue, casi desde el momento en que empezó a mostrar su obra a fines de la década de 1960, un artista de culto dentro del pequeño círculo de la música uruguaya.

Ya en aquel entonces era considerado un artista pionero y era también un personaje festejado o criticado por su excentricidad y su cada vez mayor distancia de lo que llamamos realidad. Fue precursor en el uso y abuso de sustancias para alterar la conciencia y creador de un lenguaje que aun hoy se usa en el ambiente musical.

Su muerte temprana (a los 50 años, en 1990), agrandó el mito como siempre sucede, entre otras cosas porque despojó a Mateo de todo lo incómodo que representaba su figura terrenal.

La locura, la intransigencia artística absoluta que podía ser entendida también como actitud autodestructiva, su estado de casi indigencia y en definitiva su estampa de artista maldito, lucen muy bien para la leyenda, pero no ayudan a la convivencia diaria.

El culto local a Mateo no colaboró para que su música, siempre lejana a la masividad, se difundiera más. Mateo se convirtió en el clásico ejemplo del artista nombrado hasta el cansancio pero casi nunca escuchado. El carácter a veces provincianamente celoso de la defensa de su legado hizo casi imposible que su figura se conociera un poco más allá de los limites del Río de la Plata. El paso del tiempo, como siempre, ayudó a que las cosas fueron vistas con otra perspectiva.

En lo local permitió que nuevas generaciones se acercaran sin ningún tipo de preconcepto a una música excepcionalmente buena, original y variada, pero a la vez con lazos con lo que se hacía o se hace en otras partes del mundo.

A nivel internacional, era obvio que, gracias al actual trasiego de información permitido por internet, el "descubrimiento" de Mateo era solo una cuestión de tiempo.

Los comienzos del mito

Durante la década de 1960 Eduardo Mateo fue haciéndose un nombre dentro del ambiente de la música montevideana, como un excelente guitarrista acompañante y un arreglador muy talentoso, uno de los primeros en incorporar los entonces novedosos sonidos de la bossa nova al medio local. Pero su carácter de artista de culto empezó a forjarse cuando creo El Kinto Conjunto, la banda que lideró junto a Ruben Rada.

El Kinto tuvo una corta vida, de 1967 a 1970. No llegó a grabar como banda ningún álbum (las grabaciones editadas son registros de playbacks para televisión y tres canciones terminadas para un disco que no llegó a finalizarse) y no logró nunca traspasar una audiencia muy marginal. Pero, no faltaron razones para que el Kinto adquiriera el estatus de mito.

Fue el primer grupo pop nacional en incorporar elementos rítmicos autóctonos como el candombe, el primero en cantar en español y el primero también, en cultivar una actitud artística y de experimentación sin tener en cuenta el costado comercial. Y dejó, claro, un número muy pequeño, pero notable de buenas canciones. Príncipe azul, Esa tristeza o Mejor me voy, entre las más conocidas, son de ese período.

Una de las cosas que más sorprenden cuando se escucha hoy al Kinto es su cosmopolitismo musical, algo que sería una constante en la obra de Mateo, aún en sus momentos de mayor enajenación. En El Kinto hay una lógica influencia de los Beatles, pero también de la bossa nova, de la música tropical, la canción francesa y el flamenco, todo conviviendo naturalmente en canciones pop de tres minutos. De la misma manera, posteriormente Mateo haría convivir en su obra solista bossa nova con música hindú, música de vanguardia con milonga o tecno con candombe.

Dicha búsqueda estética estaba a tono con lo que sucedía en el rock anglosajón de la época, pero es más similar aún a la del movimiento tropicalista brasileño. Surgido por esos años, el tropicalismo tuvo entre sus integrantes a músicos como Caetano Veloso, Gilberto Gil, Os Mutantes y Tom Zé, que buscaban apropiarse de la cultura dominante para crear algo personal. Esto pone de relieve algo que pocas veces se ha hecho notar: Mateo tenía una gran conexión con la música de su tiempo.

Uruguayo e internacional

Su primer disco solista, Mateo solo bien se lame, es uno de los pocos clásicos casi unánimes de la música popular uruguaya y considerado el pilar de cierta manera de encarar la música desde este lado del mundo, por su carácter acústico y despojado. Sin embargo, el álbum sigue una tendencia internacional.

En el transcurso de los tres primeros años de la década de 1970 vieron la luz discos fundamentales de Nick Drake, Paul McCartney, John Lennon, Leonard Cohen, Syd Barrett, Joni Mitchell, Caetano Veloso, Joao Gilberto y Luis Alberto Spinetta que, aunque eran muy diferentes entre sí y al disco de Mateo, también buscaban la simplicidad, el despojamiento y los sonidos acústicos.

Pero, ¿que más hay en ese disco que lo ha convertido en un clásico rioplatense y lo ha hecho la puerta de entrada a la música de Mateo en varias partes del mundo?

Más allá del carácter pionero de Mateo en mostrar una nueva manera de hacer música "uruguaya", la explicación final de la vigencia y el encanto perdurable de este disco está dada por la belleza de sus canciones. Mateo solo bien se lame es una colección casi perfecta: de las trece canciones incluidas en el álbum, al menos ocho (Yulele, Quien te viera, De nosotros dos, Tras de ti, Niña, ¿Por qué?, La mama vieja, La Chola) pueden considerarse de lo mejor del compositor.

El disco tiene una muy lograda unidad que está dada por el sonido y los arreglos (solo guitarras y percusiones todas tocadas por el músico), pero también por lo melódico y las letras. En todo el álbum se respira una tristeza contenida con una referencia constante a la soledad, mientras que las letras de amor, además de melancolía, tienen una ambigüedad extraña que les da un encanto suplementario.

Hay además una cualidad atemporal en este disco, dada por ese mismo sonido, arreglos y composiciones. Las canciones de Mateo solo bien se lame pueden tener casi medio siglo o haber sido compuestas y grabadas ayer.

Con la soledad

Mateo no volvería quizás a tener ese grado de sintonía y comunicación tan directa en su obra posterior, entre otras cosas porque gran parte de las canciones que compuso durante la década de 1970 no quedaron registradas.

Uruguay vivía una dictadura y aunque Mateo podía parecer ajeno a los sucesos sociales y políticos, desde mediados de la década de 1970 y principios de la de 1980 vivió uno de los momentos más difíciles de su vida. Aun no integrado a la nueva movida de la música uruguaya y con la mayor parte de los colegas de su generación fuera del país, su soledad se agravaba con frecuentes estadías en la cárcel por posesión de drogas y alguna que otra internación compulsiva en instituciones de salud mental.

Ese periodo tan negro fue, sin embargo, un momento creativo superlativo.

En esa época Mateo editó junto al percusionista Jorge Trasante el álbum Mateo y Trasante (1976). Es un disco áspero que requiere un esfuerzo extra del escucha para entrar a su mundo. Trasmite una tristeza profunda que tiene que ver con la situación el país y también con su situación personal. Esa tristeza dio canciones que son verdaderas gemas como Canto a los soles o Un canto para mamá, de tónica muy distinta, pero desgarradores ambos en su belleza. También, en medio de la oscuridad hay canciones más luminosas como Amigo lindo el alma, Canción para renacer, El blues para el bien mío o Palomas.

Entre 1982 y 1984 Mateo grabó intermitentemente el que sería su tercer disco en más de una década de carrera. El proceso fue accidentado y sacó de quicio a los responsables del sello, técnicos y músicos. Pero el resultado final fue increíble. Cuerpo y alma, finalmente editado en 1984 sin que casi nadie se enterara, contiene alguna de sus mejores canciones.

La bellísima canción que da nombre al disco fue luego versionada por Milton Nascimento y por Pedro Aznar. El álbum incluye también los candombes surrealistas Nombre de bienes, Lo dedo negro y Carlitos, la preciosa balada impresionista María o los lúdicos El Son Oro Scope y El Tungue-le (también luego versionada por Aznar y por Kevin Johanssen) y experimentos imposibles de definir como El boliche y La casa grande. Mateo juega en este disco como nunca antes con las palabras y sus significados, experimenta y crea ritmos y afinaciones nuevas en percusiones y guitarras. Y de paso, compone canciones hermosas.

Máquina tecno

En 1984 Mateo había ideado un recital titulado La máquina del tiempo en el Teatro del Anglo de Montevideo, acompañado por músicos como Jaime Roos, el Trío Travesía, Alberto Magnone, Gustavo Echenique y Nego Haedo. El espectáculo estaba compuesto en su totalidad por canciones inéditas cuya temática giraba en torno a los viajes espaciales y a las paradojas de tiempo y espacio. Lamentablemente nada de esto quedó registrado en un estudio.

Lo que sí quedó fue el último legado discográfico de Mateo, La Mosca, editado en 1989. Este álbum retoma las ideas de la máquina del tiempo, que también estaban en el anterior Mal tiempo sobre Alquemia, de 1987, pero en un plan bien distinto.

La Mosca resultó un shock para mucha gente. Mateo, reconocido por su swing, su talento como melodista, guitarrista rítmico y percusionista único, editaba un disco dominado por baterías digitales programadas, sintetizadores, sonido tecno, melodías robóticas y letras herméticas. Es un disco difícil y tal vez imperfecto, pero lleno de buenas canciones y grandes ideas. Un buen ejemplo de esto son los temas Espíritu Burlón, Juntos podemos llegar, Carolina o Somos eras, era.

Mateo falleció un año después de editado ese disco.

Interés renovado

En 1994 el periodista y músico brasileño Guilherme De Alencar Pinto editó el libro Razones Locas, una completísima e ineludible biografía que acaba de reeditarse en una nueva versión actualizada.

De hecho, en estas últimas dos décadas el interés por su música ha ido creciendo, llegando a lugares insospechados. Hoy no es extraño ver discos suyos editados en Estados Unidos o Japón, o escuchar a artistas como Devendra Banhart o Beck mencionar su nombre.

Queda la inmensa pena de que esto no haya pasado 30 años antes, cuando Mateo estaba vivo y mendigaba dinero en la calles de Montevideo. Pero, a la vez, no deja de ser reconfortante ver como su música sigue dialogando con las distintas generaciones de artistas y público en varias partes del mundo. La música de Eduardo Mateo está cada vez más cerca y sigue diciéndonos cosas.


En concierto

El viernes 7 de agosto a las 23 horas en el Teatro El Galpón, Fernando Cabrera dará un espectáculo con temas de Eduardo Mateo y Eduardo Darnauchans. " Como trabajé y tuve amistad con ambos, no me son del todo ajenas sus canciones", dijo Cabrera. Las entradas están a la venta en Red UTS de $ 460 a $ 810.

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